Rosalía, la reina 'motomami' que corona el experimento madrileño del Primavera Sound

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En el balance de su primera edición en Madrid, la organización del Primavera Sound presumió este sábado de la paridad de su cartel. Y lo hizo horas antes de que quedara patente en una jornada que podría haber sido apodada como “el día de las reinas” por el plantel de artistas femeninas que desfilaron –y pisaron bien fuerte– los escenarios de la Ciudad del Rock. Rosalía, Bad Gyal, Caroline Polachek, St. Vincent, Arlo Parks, Villano Antillano y Tokischa fueron solo algunas de ellas. Eso sí, la 'motomami' fue quien verdaderamente logró que el tiempo se detuviera en el recinto para centrar toda su atención en una propuesta cargada de poderío, talento y 'altura'.

Arlo Parks fue una de las primeras en actuar, vestida con pantalón gris y una camiseta de manga corta color salmón, a juego con el tinte de su pelo. La británica atrapó con su particular timbre a un público todavía apurando el calor del sol que, de nuevo, se ofreció a salir este fin de semana dejando atrás las lluvias que provocaron la cancelación de los conciertos del jueves. La cantante arrancó con sus temas Bruisless, Weightless y Blades para ganarse de inmediato a sus seguidores, que se mantuvieron fieles y entregados hasta su cierre con Softly. “Gracias por vuestra energía”, pronunció agradecida y emocionada al acabar.

Shellac son al Primavera Sound lo que The Chemical Brothers fue al FIB: un grupo abonado a su cartel, cuya programación casi todos los años se acerca más al fetiche o a la broma interna que a otra cosa, aunque probablemente la reiteración le ha dado al mítico grupo del productor Steve Albini un aura que quizá no habrían alcanzado si no fuera por el festival. Salió el trío al escenario y Albini dijo: “Somos Rosalía”.

Al parecer, ese también fue un chiste recurrente y sucedió, al menos, en otro concierto más, el de The Voidz. Cuánta energía inyecta el bruto art rock de los de Chicago. Cuánta alegría. Cuántas risas. Albini animó al personal, por si no fuera suficiente con la contundencia de su música, con historietas, como la de su admiración por los scrappers que recogen basura por las calles de Chicago o sus recomendaciones sobre qué canciones escoger en un karaoke: no necesariamente la que nos guste. Alguien del público le soltó algún improperio de incredulidad sobre lo que estaba contento, a lo que Albini contestó “fuck yeah karaoke!” y añadió que era “un hombre karaoke”.

Quien fue un poco mujer karaoke, pero solo a ratos, fue Villano Antillano. Al igual que en el concierto previo en una sala durante la programación de Primavera en la Ciudad, la Villana, colaboradora de una de las mejores sesiones de Bizarrap, se cantó unas cosas sí y otras no tanto. No importa: es un animal en el escenario, el cual parece que se le quede pequeño. No le acompañó el pésimo sonido de las bases que lanzaba, con unos graves saturados que lo empastaban todo.

Intentando hacer oídos sordos a los zumbidos, la puertorriqueña dio un concierto, acompañada de tres bailarines y una persona para las bases, caliente, sexy y muy político: contra los feminicidios, apoyando los derechos de las personas trans y del colectivo LGTBIQ+ en general, y contra el racismo. En la despedida, sacó una camiseta de Vinícius y advirtió de que quería dar un mensaje “bien claro”: “Las personas racistas valen mierda”, dijo, haciendo sonar la erre de manera vibrante. El público gritó entusiasmado. “Mirar para un lado es igual de malo. Es tiempo de que alcemos la voz”, añadió: “Y si no la alzas eres igual de mamabicho”.

Minutos después del reivindicativo show de Villano Antillano llegó el turno de The Voidz a tan solo unos metros. La banda liderada por un Julian Casablancas animó el entorno del escenario Amazon hasta el punto que todos aquellos que arrancaron su espectáculo sentados en el suelo –cerveza y más de un bocadillo en mano–, terminaron por ponerse de pie para disfrutar de su directo. Si el viernes fueron Lebanon Hanover quienes, a las 4:35 de la mañana ironizaron sobre el horario de su show presentándose con un “buenos días”, este sábado los primeros en darlos fueron el grupo estadounidense, y eso que apenas habían pasado las 21h. También hubo un “hola” en castellano que despertó la simpatía de todos los presentes.

Al otro lado del recinto, Caroline Polacheck despidió los últimos rayos de sol con una actuación que se acercó a las dos horas de duración y arrancó con el tema Welcome to my island. “Es la primera vez que toco en Madrid y para mi es un honor estar aquí”, reconoció la diva al acabar la canción para, antes de la segunda ,Pretty in possible, tararear su melodía para que el público le acompañara. Hubo guiño al flamenco e invocación a la inmortalidad, que cerró con claro mensaje: “¡Get ready for Rosalía!” [“Prepararos para Rosalía”].

Måneskin firman uno de los mejores conciertos del festival

Hablábamos ayer de las liturgias y el manejo de multitudes. Damiano David, cantante de Måneskin, también sabe de eso. Ser público de festival es muy cansado si uno es obediente. Además e ir de lao a lao del recinto, tiene que dar palmas cuando te lo piden, mover los brazos, desplazarte a derecha o izquierda e incluso, a las órdenes de Damiano, aguantar en cuclillas un rato hasta que, a la de cuatro, te haga saltar de un bote. Gimnasias aparte, los italianos dieron uno de los mejores conciertos del Primavera. Quizá no hay ningún grupo de su tamaño, gracias al éxito de su victoria en Eurovisión en 2021, que esté tan enamorado de un rock clásico que se mueve entre The Stooges y Rage Against The Machine, entre el glam y el punk pop, y lo haga suyo de manera tan natural, tan sencilla (todas las canciones suenan a algo) y tan propia (todas las canciones suenan a Måneskin). Se trata de un grupo que necesita del escenario para dar lo mejor de sí mismos: una energía, una alegría, una carnalidad que están fuera de este siglo.

Damiano, Victoria (bajo) y Thomas Raggi (guitarra) estaban empeñados en romper cuantas veces pudieran la barrera de separación con el grupo. Haciendo caer sus cuerpos sobre las primeras filas, dejándose tocar y abrazar, inmiscuyéndose el guitarrista entre el público mientras sigue tocando. Ethan, desde la tarima en la que se eleva la batería, no podía hacerlo igual consigo mismo pero su fuerza al tocar provocaba que los golpes de bombo y caja se desparramaran de igual manera sobre los cuerpos de la audiencia. Al finalizar, con Kool Kids, organizaron una invasión controlada de escenario para que un montón de fans subieran a bailar. Todo tenía sentido porque si el grupo se había pasado el concierto penetrando en el terreno del público, la frontera debía cruzarse también en sentido contrario.

Además de canciones más recientes como Bla bla bla o MAMMAMIA, ambas de su último disco Rush! (2023), Måneskin tocó, evidentemente, sus grandes hits hasta ahora. La eurovisiva Zitti e buoni se la despacharon casi enseguida, quizá como declaración de que es un momento que debe ser superado. Y por supuesto Supermodel y una brutal I Wanna Be Your Slave. Al respecto de Beggin’, Damiano, que se esforzó en hablar en castellano casi todo el concierto, contó que hay voces que le han dicho que dejen de tocarla, que es antigua, que no es buena. Y él añadió que no tienen ninguna intención de dejar de hacerlo y que la adoraban. Y efectivamente, la canción pareció resurgir de sus cenizas y sonar más viva y vibrante que nunca.

Rosalía, una reina baña su corona en oro

Como ya se ha mencionado, una de las banderas del festival es la paridad de su cartel. Al contrario de lo que ocurre en los eventos que apenas incluyen a mujeres en sus lines-up, el Primavera Sound demuestra que si se quiere, se puede. Al recorrer los múltiples escenarios del festival, la sensación de equilibrio fue evidente. Encontrar tantas artistas femeninas tocando todos los estilos, desde el reguetón “bien apretado” de Villano Antillano, a la cantante de los sobrevivientes de la nu-rave Be Your Own Pet, la ecléctica y prometedora Judeline o el techno de Charlotte de Vitte. Una de esas mujeres del cartel es Annie Clark con su proyecto de art pop plagado de arreglos St. Vincent, que se esforzó en hacer un espectáculo correcto pero que resultó desprovisto de alma, y algo distante, sin lograr conectar con el público. Quizás la amplitud del escenario grande jugó en su contra.

A quien no le sobró escenario fue a Rosalía. Su talento es un escándalo –en el mejor de los sentidos–. La catalana irrumpió entre sonidos de motos que rápidamente fueron interrumpidos por: “Chica, ¿qué dices? Saoko Papi, saoko”. Frases que, brotando al unísono de las gargantas de la masa congregada alrededor del escenario principal de la Ciudad del Rock, anticiparon el viaje de emociones en el que se convertiría la hora y veinte minutos que duró su show. Hubo margen para el baile, emociones a flor de piel, saltos, crítica a los amores “que no son de los buenos”, bien de perreo y unas cuantas lágrimas. Sobre todo con la preciosa versión del tema de Enrique Iglesias Héroe con el que la artista dejó desarmado al público hacia el desenlace de su espectáculo.

Rosalía quiso regalar La noche de anoche a sus fans. Se acercó a ellos, les prestó su micrófono y les cedió espacio en las cámaras que lideran la puesta de su show a través de las imágenes que estas filman y se muestran simultáneamente en las pantallas. Como si de un videoclip en directo se tratara, están producidas con una altísima calidad y planificación. Por y para algo son uno de los ejes de su escenografía.

Despechá, LLYLM, La fama, Con altura... El nivel de hits de la catalana es indiscutible a estas alturas de su carrera, popularidad y respeto que se ha ganado a nivel internacional. Pero si hay algo por lo que su propuesta es tan potente es, simple y llanamente, por su actitud. La de una mujer que saca partido a su voz, que baila lo que quiere y como quiere, que canta y actúa como si solo fuera actriz y no cantante durante sus conciertos, que bebe agua las veces que haga falta y que se quita con una toalla el sudor y el maquillaje de la cara mirando a los ojos a una cámara que parece tener el poder de vampirizar.

Dentro del frenesí y ritmo de su discografía, se nota que la artista disfruta con las baladas. Y más si es tocando el piano como ocurre con Hentai. Una tierna y sobrecogedora canción que le permite lucirse a nivel vocal y que, corazón encogido en el pecho, culmina subiéndose encima del instrumento para romper e interpretar sobre él Candy. Rosalía se dejó para el final dos de sus nuevos temas, Beso y Vampiros. Y, para cerrar por todo lo alto –como si de una coronación se tratara–, Malamente y Chicken Teriyaki.

La cantante puso muy difícil escapar de las redes tejidas por su propuesta. Tras su show, la mejor decisión fue explotar las ganas de continuar la fiesta cruzando de nuevo todo el recinto para ver a otra mujer: Bad Gyal. La también catalana mezcló dancehall, reguetón y trap para no permitir que la temperatura bajara en el Primavera Sound. Se dejó dos platos fuertes para el desenlace: Alocao y Fiebre. “Yo solo te bailo a ti”, entonó en el segundo, reivindicando la importancia de que sea, como norma, a quien a cada una le dé, la soberana, gana.

Ella fue una de las últimas figuras en copar los escenarios de un Primavera Sound Madrid, que desinfló de golpe la euforia en la 'operación retorno'. Quienes quisieron disfrutar de Bad Gyal tuvieron que atenerse a las consecuencias de tener que esperar más de una hora para poder subir a las lanzaderas gratuitas facilitadas por la organización. A las cinco de la mañana, con una desinformación y desorganización preocupantes; y unas colas interminables y agotadoras.