Sin videoclips, sin singles, sin radio ni televisión. Sin concesión alguna al gusto y las maneras comerciales de su tiempo, ajenos por complejo a los modales y las dinámicas de la industria del entretenimiento, Metallica brotó en la costa oeste estadounidense de los primeros años 80 y con las manos desnudas fue haciéndose con una base de fans que propulsaron al cuarteto hacia la gloria.
Cuatro décadas después, y a diferencia de tantos grupos estelares de la época, la banda mantiene su eficacia y es capaz de despertar el entusiasmo de una chavalería que por entonces no estaba ni pensada. Paul Brannigan y Ian Winwood, críticos musicales de largo recorrido en la prensa británica, tratan de explicar el porqué en una biografía que Malpaso acaba de publicar en castellano.
El ritmo del garaje
Comandados por el batería danés Lars Ulrich, un hijo de tenista que eligió depositar el grueso de su talento en las negociaciones antes que en los bombos, y en conflictiva alianza con un californiano de ascendencia europea, el cantante y guitarrista James Hetfield, Metallica nacía como heredera temprana de la nueva ola británica de heavy metal que capitaneaban Iron Maiden o Judas Priest.
El perfil codicioso de Ulrich responde a lo que hoy, en eufemismo, se llamaría un emprendedor. Sus conocidas bravatas de niño consentido y su eterna confrontación con Hetfield, tótem y foco de la banda venido de una familia de fanáticos religiosos, daría en una primera asociación furiosa, donde no tanto los egos como los carácteres particulares se convertirían en el auténtico combustible del grupo.
Metallica cobraría entidad cuando el bajista Cliff Burton y el guitarrista Kirk Hammett entraron a formar parte de una alineación hasta el momento turbulenta gracias a lo indómito de miembros como el guitarra Dave Mustaine, que tras su despedida fundaría Megadeth. El talento y la profesionalidad creciente de los nuevos fichajes fueron clave para la forja de ese sonido crudo y letal capaz de aniquilar cualquier problema adolescente al primer riff.
Hit the lights
Hit the lightsDe alguna manera, la propuesta de Metallica supondría una alternativa en crudo al hair metal de combos teatrales como Mötley Crüe o Poison, buena parte de cuyo éxito se basaba en cardados y canciones sobre tías y coches. Su primer elepé, sin embargo, Kill 'Em All, no fue entendido ni en el estudio de grabación, donde productor e ingeniero confesaban que allí nadie sabía qué tipo de sonido se estaba buscando.
Estaba naciendo el thrash metal, una etiqueta que entonces, cuando los primeros discos de Metallica empezaban a llegarnos de importación, todavía no desconocíamos. Su ausencia la suplíamos con speed metal, en referencia a la velocidad de locomotora de una banda cuyo secreto residía en su fuerza primitiva, en la energía y la actitud, “virtudes”, según el produtor del álbum Ride the Lightning, que “pasaban desapercibidas para los oídos más académicos”.
Pocos años después, cuando en 1986 publicaron el celebrado Master of Puppets, no hicieron falta más explicaciones para que incluso desde la inopia se empezase a aceptar que se trataba de un hito en la historia del rock.
La biografía que han escrito Winwood y Brannigan abarca toda esa década hasta encabalgarse en 1991, cuando el cuarteto se plantea el salto de acceder a las ondas radiofónicas estadounidenses y trasladar su poderío de los pabellones cerrados a los estadios al aire libre.
Los autores no esconden sus reservas, pero saben reconocer todo el mérito que merece cada uno de los miembros de la banda en sus aspiraciones artísticas, muchas veces capaces de arriesgar poniendo en juego ejecuciones de una complejidad técnica enorme pese a que en directo podían escatimarles pegada.
Los escritores no se muestran intransigentes, como en su día lo hicieron muchos seguidores frente a una reinvención que sonaba a estrategia. No obstante, reconocen que el reinado del grupo en el género que representaba acabaría siendo tan imperial que “en retrospectiva, su ascenso parece tan inapelable como si hubiera estado prefigurado”.
Es decir, como si cada miembro del cuarteto se hubiera “tramado en las tripas de un volcán por un equipo de estrategas del ejército, filibusteros empresariales, especialistas en branding y creadores del gusto de los medios de comunicación”. Pero en los primeros Metallica, nada fue así.
Más tralla que la que arde
El libro es caro en detalles morbosos. Como las groupies de rigor, hoteles patas arriba y unas horas que pasó Cliff Burton en los calabozos londinenses por llevar encima pastillas... para la tos. Gem Howard, tour mánager de la banda en 1984, recuerda al grupo más interesado en los pormenores del oficio y del tocar en directo que en el desmadre. Resalta un detalle significativo: en las horas de carretera, todos los grupos escuchan a grupos de su cuerda. No obstante, Metallica podía alternar Misfits con Simon & Garfunker o Ennio Morricone.
En cualquier caso, Winwood y Brannigan están más interesados en la música que en el chascarrillo, aunque no lo eluden cuando puede ilustrar heridas internas o precisar retratos psicológicos. A cambio, son muy diestros tratando de desentrañar desastres y triunfos de producción, historiografiando los riffs históricos de la banda, revaluando la escena crítica de la época, feudo de revistas como la inglesa Kerrang!, o detallando las circunstancias de grabación de cada uno de los álbumes del grupo.
También son interesantes sus impresiones sobre la atribución técnica de cada uno de los líderes, Ulrich siempre cuestionado como batería, los temores e inseguridades de Hetfield sobre su voz y su guitarra rítmica “forense” o el trauma para todos, nunca superado, que supuso la muerte en accidente del bajista Cliff Burton, el 27 de septiembre de 1986, y la ordalía posterior que vivió su relevo Jason Newsted, tal vez pagando el duelo que la banda prefirió omitir.
Aunque no lo es exactamente, Nacer. Crecer. Metallica. Morir, cuyo título en castellano no funciona de ninguna de las maneras pero preserva la idea original de rito de paso que cumplió la banda para muchos de nosotros, tiene todo el aspecto de una biografía autorizada que habla de músicos precoces y comprometidos con sus deseos desde el principio.
Se trata del primer volumen de un trabajo riguroso cuya segunda parte aparecerá en los próximos meses para abordar la época mainstream del grupo, mucho menos interesante en lo artístico pero igualmente fascinante en lo humano. Un libro cuyo principal mérito es que nos devuelve con conocimiento de causa pero sin pérdida alguna de eficacia al sonido aislante, indómito y reparador de nuestra adolescencia. Una lectura que nos explica.