Era la nochevieja de 1983 y los espectadores españoles no estaban preparados. TVE emitía Viva 84. En el escenario semicircular brillaba el nombre del programa escrito en letras de neón y no faltaba la neblina de hielo seco mientras se sucedían las actuaciones: Mecano, Norma Duval, Francisco, Olé Olé. Lo presentaban Martes y Trece y Ana Obregón; los primeros lo alternaban con sketches de humor, la segunda protagonizaba números de ballet. Era el ritual de programa de fin de año que todavía tenemos en antena: gente vestida de fiesta, mucha lentejuela, brindis a cada pausa, sonrisas por doquier, alegría y feliz próspero.
De pronto se helaron las sonrisas. Un chaval sonriente se convertía en hombre lobo agonizando en seis fases, tomándose su tiempo en estirar las orejas y curtirse los pómulos. Había muertos saliendo de su tumba, desenterrándose a puñados, paseando con la ropa hecha andrajos y la carne hecha unos zorros. Era el último videoclip de Michael Jackson, que llevaba un mes estrenado en el resto del mundo pero que en España se reservó para la noche de las uvas y el champán.
Muchos lo recuerdan por el miedo sorpresa en medio de la fiesta familiar, pero impactó en todos porque era lo nunca visto: una superproducción para una canción. Un anuncio promocional que tomaba cuerpo como obra propia. Frente a Camilo Sexto y la Orquesta Topolino, era algo de otra dimensión.
“Los viciosos del vídeo ya están preparando la cinta para grabarlo”
Es difícil hacerse a la idea de la sensación que causó Thriller. En marzo de 1984, el diario ABC dedicó un tercio de página para anunciar con foto que Televisión Española iba a emitir por tercera vez “el monstruoso vídeo que se ha convertido en uno de los grandes acontecimientos de los últimos años” y señalaba que “los viciosos del vídeo ya están preparando la cinta para grabarlo”. La gente habla de Thriller cegándose en los números, listando sus récords, confundiendo impresas con vendidas, poniendo millones sobre millones de copias para mostrar el efecto que causó en su época.
Incluso con los números corregidos en décadas más recientes, sigue siendo el disco más vendido, y su vídeo el audiovisual que cambió la industria. Su director John Landis recuerda que hubo un curso sobre Thriller en la Escuela Harvard de Negocios: “Allí dijeron que estaba todo planeado, y es importante dejar claro que eso es mentira”.
El origen de Thriller no es la economía sino la vanidad. Michael Jackson, ese veinteañero que socializaba como un niño, que recibía palos en una familia que le exprimía y que hablaba como un peluche en falsete, se enamoró de la película Un hombre-lobo americano en Londres. Quería meterse dentro, vivir lo que viven los personajes de la cinta. En una mezcla de capricho y de instinto, lo quería todo: el mismo director y el mismo hombre de los efectos especiales. Tanto quería abarcar que acabó adoptando todos los papeles: el del hombre lobo que centra el metraje y también el de no-muerto que desempeña su amigo, y por eso en el vídeo hace de los dos.
Cuando llamó al director no le preocuparon las menudencias del desfase horario. Esa llamada de las dos de la mañana en Londres fue el negativo de la vanidad. Ni el cineasta conocía el disco superventas de Jackson ni el cantante conocía la carrera cinematográfica de su interlocutor.
Las tres condiciones de John Landis
Landis era un director superestrella que llevaba enlazando un éxito tras otro, desde Desmadre a la americana hasta Entre pillos anda el juego. Landis es tan de los años ochenta como la alineación de actuaciones musicales de TVE: antes de la grabación de Thriller ya existía un grupo tecno español que se llamaba “John Landis' Fans”. Landis decidió que haría la pieza pero solo si se confeccionaba como un cortometraje, si podía trazar un hilo argumental y no limitarse a la canción. De paso, le explicó a Jackson que transformarse obligaba a agotadoras horas de maquillaje que en algunos planos igual no compensaba, pero el cantante quería las duras y las maduras.
Jackson presentó el presupuesto a Sony: un millón de dólares. Era una cantidad muy superior a la habitual para el formato, como un cero de más. La compañía se negó en redondo, por un motivo muy sencillo; era gastarse una fortuna para promocionar algo que ya se estaba vendiendo como rosquillas. El álbum llevaba medio año en el mercado y semana tras semana no bajaba del número uno.
Jackson quedó tocado hasta que un ayudante de Landis tuvo –nunca mejor dicho– la idea del millón. Harían una película grabando el proceso de cómo hacer Thriller, una pieza de 45 minutos con los ensayos y el proceso de grabación. Eso y el cortometraje sumarían una hora redonda, y los canales de televisión lo podrían programar como un especial. Así fue que el canal Showtime pagó medio millón, MTV pagó otro cuarto y el resto lo puso Sony. Fue el making of lo que hizo posible el videoclip.
Lo que en España descolló vestido de fiesta, en el resto del mundo explotó por lo civil. La película reformulada alrededor de la estrella de la canción entró en rotación constante en los canales musicales y era un acontecimiento en el resto de emisoras. La gente no tenía suficiente con que lo airearan dos veces por hora y se abalanzó a por los VHS, que entonces costaban una fortuna. Landis recuerda que Thriller abrió la puerta a las cintas de alquiler, al videoclub, primero por los precios y segundo porque nadie quería vender un cortometraje, igual que hoy no se proyectan en los cines. En las subastas por internet aún se puede encontrar cintas Betamax de aquella hornada: las primeras con sólo Thriller, las posteriores con el making of añadido.
Pero ¿de qué iba realmente 'Thriller'?
Landis publicó en 2002 un libro titulado Monstruos en las películas: 100 años de pesadillas cinematográficas donde explicaba cuál había sido su enfoque en Un hombre lobo americano en Londres a la hora de retratar al licántropo: “En la adolescencia, a los jóvenes les crece el pelo en lugares inesperados y partes de su anatomía se hinchan y crecen. Todo el mundo experimenta estas transformaciones físicas. Así aceptamos el concepto de una metamorfosis literal”.
Ciertamente, en la película el joven que se convierte en hombre lobo pasa violentamente de hacer senderismo con su mejor amigo a compartir piso con una mujer trabajadora. Y cuando hizo Thriller, emparejó al cantante con una chica que había sido desplegable en Playboy.
No sabemos si Jackson vio ahí la ocasión de abandonar una pubertad que no se le marchaba, con su voz aflautada y su armario que lucía jerseys rosa con Mickey Mouse. Lo que sabemos es que, como buen competidor que quiere batir sus propios registros, se pasó el resto de su vida buscando el siguiente Thriller. Y es visible que en sus vídeos insistió en dos discursos: uno, ya soy mayor (ahí están desde la chupa de Bad al matonismo de Smooth Criminal) y dos, soy uno del grupo (desde las integraciones corales de Heal The World o Man in The Mirror hasta la mezcolanza de Black or White). Ambos coinciden; uno con el hombre-lobo postadolescente y otro con el zombi masa que aún se celebra, paso por paso, en alguna multitud bailarina que practica el flashmob.
Thriller tomaba una estrella que era icono de la inocencia y la transformaba en monstruo. Aquel paso en adulto hoy lo realizan todas las estrellas de la canción. Ese es el pelo rapado de Britney Spears y es el contoneo en látex de Miley Cyrus. Treinta años después, los cantantes quieren ritualizar su paso a la edad adulta frotándose el escote en lugar de convocar al director del momento. Hoy Thriller sigue vigente y todos reconocemos los pasos: los de baile y los de intención. Jackson no está entre nosotros, pero todo lo demás sigue intacto, idéntico y regular como los programas de fin de año.