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ENTREVISTA Cantante

Nacho Vegas: “No volvería a vincularme a Podemos ni a estar en primera línea política”

El cantante Nacho Vegas publica su nuevo disco, 'Mundos inmóviles derrumbándose'

Mónica Zas Marcos

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Nacho Vegas (Gijón, 1974) echa miradas tímidas hacia una mesa donde hay dos vasos de agua, una libreta y su nuevo disco. Es ahí, en Mundos inmóviles derrumbándose y en sus canciones, donde el cantautor asturiano se quita todas las vergüenzas, como ha hecho siempre. La nota de la discográfica dice que es el mejor álbum de Vegas hasta la fecha y que no es una muletilla promocional. Quizá sea porque nace de un periodo duro y de una “soledad desconocida” fruto de la pandemia, pero no únicamente.

Después de un colapso mental, una huida hacia Ortiguera (un pueblo de mil habitantes en la costa cantábrica) y un retiro que culminó con un disco, está listo para volver a las entrevistas, la promoción y los escenarios. Como aperitivo ha lanzado Big Crunch, un villancico anticapitalista explícito contra el movimiento Desokupa, los CIE y Grande-Marlaska. “Me veo como acompañamiento al activismo, que es lo que me gusta y a lo que he decidido vincular mi música”, confiesa el también militante del partido Anticapitalistas y excandidato a las primarias de Podemos en 2017. Algo que no volvería a repetir.

Pero no hay solo rabia política ni soledad en su cancionero, también hay dos bonitas canciones en asturiano –Muerre l'Branu y Un principiu de crueldá– y una reivindicación de la ternura como “lo contrario al cinismo”. “Es un arma de apoyo mutuo, que empodera y que infravaloramos”.

¿En qué momento decidió que ya no podía más y se refugió en Ortiguera?

El bloqueo mental y creativo que tuve en 2020 se acabó alargando y vi que se me caía la casa de Gijón encima. No conocía la zona de costas. Así que conseguí una casita en un concello muy pequeñito, me fui con un amigo y ahí desbloquee. Creo que me faltaban estímulos. Todas las conversaciones giraban en torno a lo mismo. Mi banda estaba esperando si había disco, necesitaba hacer canciones y necesitaba desatascar. Pero ese mes allí me sirvió para acabar algunas, escribir otras y para salir con el germen de lo que hoy es el disco.

¿Qué estímulos encontró allí?

Es un pueblo muy pequeño donde parecía que la vida transcurría a un ritmo diferente, Más lento, más relajado. Y donde podía disfrutar de una soledad mucho más amable, porque además me fui con mi mejor amigo. Él hacía un poco de turismo, yo me quedaba en la casa trabajando y luego nos veíamos para comer o para el vermú. Para hacer canciones, aunque sean canciones que partan de momentos dolorosos y un poco complejos, necesitas cierta lucidez mental y cierto estado de ánimo. Por lo menos no estar demasiado bajo.

Dijo en una entrevista que si volvía de su retiro sin canciones, habría ido a tratarse la tristeza al médico. ¿Se puede confundir con esa frase que el trabajo y el éxito son un antídoto a la depresión?

Aquella entrevista, sin mala intención, exageró un poco. Es verdad que estaba un poco depre. Pero la depresión es una cosa muy seria y no quiero frivolizar con ella. Yo no tenía una depresión clínica. Sabía cuál era la causa y cuál era el remedio: para sentirme vivo, necesito escribir canciones. No es tanto hacer un disco o volver a salir de gira. Es que hay un montón de cosas que se te quedan dentro, que quieres expresar y que no puedes hacerlo. Le pregunté a un amigo médico si con una ayuda química podría conseguirlo. Pero esa era la última solución de todas y por suerte no la necesité. Creo que hubiera sido muy tramposo.

¿Por qué habría sido tramposo?

Vivimos en una época en la que los depresivos se recetan para todo. Para tristezas que antes vencíamos de una manera más colectiva. Un psiquiatra asturiano muy prestigioso, Guillermo Rendueles, uno de los padres de la antipsiquiatría, contaba la historia de una mujer que fue a su consulta diciendo que estaba triste porque le acababan de echar del trabajo. Pedía antidepresivos. Le dijo, usted no necesita un psiquiatra, necesita un comité de empresa. Tenemos que vencer este individualismo tan rampante y volver a establecer vínculos afectivos colectivos que nos empoderan y hacen que crezca nuestra individualidad, no el individualismo. Que son cosas opuestas.

Vivimos en una época en la que los depresivos se recetan para todo. Para tristezas que antes vencíamos de una manera más colectiva.

Stromae se ha hecho viral cantando sobre su depresión y sus pensamientos suicidas. Otra encuesta reciente observó que la ansiedad y la depresión entre los músicos está en niveles altísimos. Su disco también es muy confesional en ese sentido. ¿Es la música en sí misma una buena plataforma para abrir el melón de la salud mental en el sector?

Sí. A veces tienes la tentación de regocijarte en las canciones que parten de sentimientos complejos y dolorosos, y eso es un error. Hay que sacarlos fuera y confrontarlos. Reivindicar que la infelicidad es una parte de nuestra vida y que a veces nos sentimos infelices porque estamos vivos. Nos duelen las cosas y nos duele el mundo en el que vivimos. Nos duelen todos los compromisos que establecemos y las desilusiones que nos llevamos con esos compromisos. Creo que merece la pena que todo eso sea cantado.

No solo la soledad está presente en el disco, también la ternura. Y la ternura entre hombres, como hacia su amigo Ramón In, a quien le dedica una canción donde también dice que le practicó una felación. ¿Ha querido alejarse en este disco de ciertas masculinidades y del mito del cantautor que culpabiliza a la mujer de su tristeza?

Yo crecí escuchando a los Smiths. Era muy fan. Me gustaba la perspectiva de género que daban a sus canciones, donde siempre lo ocultaban. Eran muy ambiguos. Es verdad que existe esa visión culpabilizadora de la mujer en muchas canciones. Pero creo que las canciones viven más en las interpretaciones que en la propia escritura. En mi caso procuré tener presente esta ambigüedad que me gusta.

Los cantautores siempre empezamos haciendo canciones muy confesionales y nos damos cuenta de que eso tiene unas limitaciones. Lo bonito de una canción es recurrir a la ficción para que llegue a transmitir una emoción que es mucho más verdadera que la realidad de la que partes. Pero hay canciones en las que esa línea entre la verdad y la realidad es muy fina. Y en Ramon In y otras que escribí anteriormente sí que me he pegado mucho la realidad.

¿Cómo convive la militancia anticapitalista con la rueda de la industria musical?

Con contradicciones y dilemas (ríe), pero así vivimos también el día a día. La industria ha cambiado bastante. Todo el poder que antes tenían los grandes grupos de comunicación y las discográficas multinacionales se ha trasladado a las plataformas, que marcan los códigos. Tienes que sacar muchos adelantos, generar contenido continuamente y tener visibilidad en redes. Todo tiene que ser una novedad. Pero tanto mi oficina como yo intentamos marcar nuestro propio ritmo. Sabemos que estamos en el mercado y no podemos evitar estarlo, pero tratamos de no pertenecerle, de que no nos absorba ni nos fagocite. Es la manera de lidiar con ese dilema.

¿Qué es lo que le genera más contradicciones dentro la promoción?

Me dan rabia las plataformas. Antes se firmaban unos contratos leoninos y de los que te arrepentías unos años después. Pero por lo menos tenías ese margen de negociación. Ahora le das tu música a una plataforma y te pagan una miseria. Por suerte está habiendo un movimiento que trata de defender los derechos básicos de los músicos, sobre todo los más precarios, que están a merced de las falsas cooperativas, sin contratos laborales, contratados como falsos autónomos o trabajando en negro. Yo creo que a los trabajadores de la cultura nos falta esa perspectiva de clase.

Somos trabajadores y la industria, nuestra patronal, no tiene un rostro como en otros gremios: serían las plataformas, las grandes promotoras como LiveNation o los grupos de medios. Pero los músicos, el personal técnico y la gente que trabaja en promoción, comunicación y producción tenemos que reconocernos como clase trabajadora. Solo desde esa conciencia puedes empezar a entablar luchas colectivas, avanzar en derechos y empoderarte frente a una industria en la que el capitalismo está tan presente como en cualquier otra.

Grande-Marlaska tiene esta fachada como 'progre' simpaticota y en realidad es un personaje de lo más siniestro.

Forma parte de sindicatos musicales, como Caja de Músicos en Asturias, y milita en Anticapitalistas. ¿Se ve dando el paso a la primera línea de nuevo como en 2017, cuando se presentó a candidato en las primarias de Podemos?

No, ya estoy desvinculado de Podemos. Incluso cuando estaba en el sector crítico de Podemos, junto a los autonomismos y los movimientos sociales, también Anticapitalistas existía fuera. Me veo más acompañando al activismo, que es lo que me gusta y a lo que he decidido asociar mi música. No volvería a estar en primera línea política nunca, sino aprovechando la poca proyección pública que yo pueda tener y sirviendo de altavoz para luchas que están invisibilizadas en los grandes medios, como todas las políticas racistas del Estado.

De hecho, el único al que ataca con nombres y apellidos en su villancico anticapitalista es Grande Marlaska. ¿Por qué este “honor” hacia el ministro de Interior y no hacia otros?

Supongo que tiene que ver con que colabore de forma activa con la plataforma CIEs-NO. Los CIE son cárceles encubiertas y agujeros negros del Estado que deberían desaparecer. Y Grande-Marlaska además tiene torturas a sus espaldas. Es un personaje que tiene esta fachada como progre simpaticota y que en realidad es de lo más siniestro. Pero podría haber sido cualquier otro ministro del PSOE. Podría haber sido Adriana Lastra, pero como es asturiana, se lo voy a perdonar (ríe).

Hablando de Podemos. ¿Cree que la plataforma de Yolanda Díaz será capaz de reunir a toda la izquierda a la izquierda del PSOE, incluida a la más crítica, como Anticapitalistas?

Yo creo que ella sí que tiene ese poder. Ella y esta plataforma en la que estarían Ada Colau y Mónica Oltra y donde las mujeres tomarían el protagonismo que se les ha negado incluso en Podemos, con todo ese discurso feminista que tenían siempre con hombres a la cabeza. Y creo que realmente puede estar a la izquierda del PSOE. El problema es que ahora están tragando muchos sapos, el último con la reforma laboral. Me pregunto si van a seguir estando en una posición subalterna con respecto al PSOE, si van a tender la mano a otras formaciones políticas que apuestan por una izquierda transformadora o si van a dedicarse a políticas reformistas que no cambian nada el paradigma hegemónico en el que vivimos.

Uno de los paradigmas que están cambiando, al menos en la cultura, es la producción en lenguas cooficiales. El disco incluye dos canciones de diez en asturiano. ¿Es una lucha que tiene cabida dentro de la industria musical de la que hablábamos?

Creo que la oficialidad del asturiano está más cerca que nunca, porque está muy cerca de la reforma estatutaria. Espero que en un mes o dos lo consigamos y que el PSOE cumpla su promesa. Es una lucha en la que yo llevo militando mucho tiempo. Hubo un tiempo en el que la di por perdida, pero ya no. No sé si eso tuvo que ver con incluir dos canciones en el disco. El asturiano es una lengua que habla también del mundo y los asturianos y asturianas tenemos ese derecho que nos ha sido negado durante mucho tiempo. Y me apetecía recurrir a Pablo Texon, que es uno de los escritores que mejor ha sabido hablar del mundo en asturiano.

Una canción mía en asturiano no tendría tanto recorrido como en castellano, y eso me da pena.

¿Se ve componiendo un disco al completo en asturiano o es una línea que el mercado no permite cruzar?

Obviamente no pasa como en Euskal Herria o Catalunya, donde sí que hay un circuito cultural construido en euskera y catalán. Donde puedes hacer una gira por tu tierra sin problemas. En Asturias no existe ese tejido cultural por muchas razones, también políticas. Desde luego una canción mía en asturiano no tendría tanto recorrido como en castellano, y eso me da pena.

Con toda la polémica surgida con las condecoraciones a Almudena Grandes, usada como moneda de cambio entre los partidos, ¿se ha planteado el uso que da la política a las personalidades culturales que se atreven a posicionarse?

A la mayoría nos importan bastante poco las políticas culturales institucionales. ¿Por qué? Porque las escenas musicales siempre surgen antes en el medio rural, en los barrios y en las calles. Empezamos ensayando en locales, tocando en sitios de la forma más precaria posible, y sin ayudas económicas. Si al final consigues una contratación pública en una gira, es en uno de 30 conciertos. No confío en las instituciones. Creo que la cultura popular es algo que nace del pueblo y que seguirá existiendo. Siempre habrá escenas musicales que no dependan de las instituciones ni de la industria para existir. Para ser difundidas, ya es otro cantar.

Entonces, ¿no existe ningún temor a las listas negras, como las que ha demostrado tener el PP con Grandes?

Tampoco puedes pensar demasiado en ello, porque si no acabas... Quien utiliza las instituciones para llegar al poder me da mucho repelús. Es lo que me decepciono de Podemos, que en lugar de crear una oposición junto a otras fuerzas de izquierdas, quisieran tocar el poder con el Gobierno del PSOE sabiendo que se iban a tener que tragar un montón de cosas.

Los partidos que llegan al poder lo utilizan precisamente para que sirva a sus ideas. Tengo claro que en algunos ayuntamientos del PP nunca me van a contratar. Pero mi único concierto público en quince años en Madrid fue con Manuela Carmena en San Isidro. Mi carrera tampoco es algo que dependa de ellos, ni siquiera cuando gobierna un partido al que le pueda caer simpático. No es algo que me preocupe en absoluto. A algunos compañeros sí, pero hacen mal en preocuparse.

El problema de Podemos es que se están tragando muchos sapos, el último con la reforma laboral.

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