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Cinco dramones raciales para lavar la imagen de Hollywood

El año pasado contábamos que Hollywood había relegado la perspectiva humana a la categoría de película extranjera. El equipo visitante dio una lección en los Oscar con cintas que superaron todo tipo de obstáculos financieros por su compromiso político. Ahí estaban Mustang y su feminismo en tiempos de Erdogan, o el corto paquistaní A Girl in the River: The Price of Forgiveness, que despertó la indignación mundial por una ley abusiva contra las mujeres de su país.

Las favoritas a mejor película, en cambio, se decantaron por el artificio y guiones con un estudiado tufo a blockbuster. Los académicos equilibraron la balanza premiando a la única historia de relevancia social, el hito periodístico que destapó los abusos a menores por parte de la Iglesia. Spotlight marcó un tanto en la buena imagen de los Oscar, pero todavía quedaban cuentas importantes por saldar.

El intencionado olvido de los artistas afroamericanos entre los nominados llegó más lejos que el año anterior. Por segunda vez consecutiva, ningún intérprete negro (ni de ninguna otra minoría) figuraba entre los favoritos para el Oscar. Este año, con Trump en el centro de todas las dianas, la Academia no podía permitirse elegir de nuevo el bando incorrecto. Y no lo ha hecho.

Seis actores afroamericanos y uno asiático se juegan los laureles contra la mayoría blanca. Un récord que solo se había dado en 2006, cuando Dreamgirls y Babel rompieron el perfil homogéneo de la bancada de nominados. Si había un momento en el que repetir la proeza, era justo este. La presidenta de la Academia, Cheryl Boone Isaacs, salió orgullosa de su mutismo para anunciar que los 683 nuevos miembros de la academia serán un 46% mujeres y un 41% personas negras. “No solo representamos la industria tal y cómo es, sino como debería ser”, manifestó rotunda.

Un golpe en la mesa que se traduce en el catálogo menos arquetípico que recuerda la historia de los premios. Hollywood ha desempolvado el cajón de los guiones para tiempos de cólera. Historias de interés racial, que tocan la fibra sensible y reconcilian al público con lo peor de la industria. Lion, Fences, Figuras ocultas, Loving y Moonlight emocionan por su trasfondo y el domingo podrían dar un buen susto al equipo de La La Land.

Un triunfo sin taquilla

Esta cura de reputación no siempre refleja las preferencias reales del público. Los espectadores aplauden el cambio de rumbo en sus redes, mientras que por lo bajo siguen eligiendo la carnaza. Solo hay que echar un vistazo a la taquilla del año pasado para entender que las últimas nominadas a Mejor Película son un intento desesperado de favorecer la imagen de Hollywood. No así a sus bolsillos.

Marte, El renacido y Mad Max alcanzaron cifras desorbitadas en las salas en 2016. Con 600, 507 y 360 millones de euros respectivamente, las favoritas provocaron consenso entre los espectadores y la Academia. También es cierto que la ganadora absoluta, Spotlight, fue una de las menos taquilleras de la lista (con recaudación internacional de 84 millones). Una suma que, aún así, supera con creces a dos de las historias más aplaudidas de nuestra selección: Moonlight (21 millones) y Loving (9 millones), aunque esta última no aspire a mejor película.

La La Land compite en otra liga con sus 322 millones, pero Figuras ocultas no se queda atrás. 156 millones de euros lleva el trío de “calculadoras” afroamericanas que salvó la carrera espacial de Estados Unidos contra la URSS. ¿Es esto una ventaja frente a las demás? En su ejercicio de vanidad, Hollywood se decanta a veces por los esfuerzos hercúleos de producción o el mejor marketing. Y si los actores han pasado meses en ayunas o en medio de la tundra, mejor. Pero quizá este sea el año en el que también eso cambie.

Suburbios, homosexualidad y grandes mujeres

Si algo tienen en común estas apuestas, además de su bajo número en taquilla, es que son muy poco artificiosas. No encontraremos grandes coros ni efectos especiales. Pero sí varios recursos dramáticos, algo trillados, que han conseguido disfrazar la alfombra roja de los Oscar 2017 de conciencia política.

Para muchos, Moonlight es la justa ganadora del próximo domingo, sobreviviendo incluso a la fiebre La La Land. Los calificativos que llegaban del otro lado del charco no bajaban de “obra maestra”. La cinta de Barry Jenkins es un cuento perverso sobre el triple estigma de nuestro tiempo: ser homosexual, pobre y negro. La cámara permanece pegada a la espalda del protagonista, Chiron, durante tres etapas de su vida, cada cual más despiadada.

Jenkins desgarra con los silencios, haciendo homenaje a todos los afroamericanos gays que viven amordazados en un país racista y homófobo con saña. “Conocía la historia como la palma de mi mano”, dijo el director durante la promoción. Ahora lidera las apuestas, pero conviene recordar que Moonlight se rodó en 25 días y con un presupuesto ínfimo de cinco millones de dólares.

Loving rescata una de esas historias indispensables, como la de Figuras ocultas, que no merecía permanecer tantos años en un cajón. Richard, blanco, y Mildred, negra, formaron el matrimonio interracial que logró poner fin a la ley antimestizaje vigente en los Estados Unidos de los años 50. Este testimonio conmovió a la prensa del país, que cubrió su romance como si fuese a cambiar el mundo. Y lo hizo. Lo irónico es que los Loving eran lo opuesto a unos adalides de la justicia social. Ellos solo se amaban.

El director Jeff Nichols piensa que ahí se encuentra la grandeza de sus personajes. “Fue la gente la que marcó la diferencia. Los individuos, no la maquinaria política”. Loving tenía todos los ingredientes para dar grandes soliloquios, partituras orquestales y un guión lacrimógeno. Pero Nichols no es ese tipo de director. Gracias al respeto, y a los geniales intérpretes, Loving se vuelve tan real como la humillación que sufrieron los protagonistas por su diferente color de piel.

Denzel Washington se dirige a sí mismo en Fences, la película con menos opciones de la lista de nominadas. Esta obra de teatro era una joya intocable porque su creador, el dramaturgo August Wilson, echó abajo durante años cada intento de adaptación a la gran pantalla. Trata sobre la vida de Troy, un exjugador de béisbol de la Liga negra que, de viejo, debe sobrevivir como basurero en un entorno racista. La magna Viola Davis interpreta a su mujer, que termina sustentando la trama tanto o más que Washington.

¿Por qué está nominada entonces a actriz secundaria? Algunos alegan motivos de aforo en la categoría principal. Otros dicen que era el encaje de bolillos necesario para que Davis se lleve por fin a casa su ansiado premio Oscar. Y ojalá sea así, porque virtudes no le faltan.

Lion parte de un recurso cinematográfico muy ventajoso: el de historia real. Solo ver al pequeño Saroo perdido entre la masa sorda de Calcuta ya nos estremece en la butaca. Por si eso fuera poco, luego llega el momento de la adopción, cuando una familia australiana se lo lleva miles de kilómetros y le obliga a comer con cuchillo y tenedor.

A partir de entonces, la historia se centrará en cómo el Saroo adulto encuentra a su verdadera familia gracias a Google Maps y a un ataque de nostalgia. A diferencia de Loving, la película de Garth Davis se regodea en monólogos de madres dolientes y largos planos amargos. Lo bueno es que nos ayuda a reconciliarnos con el trato de la India por parte de Hollywood después de Slumdog Millionaire. Ya no hay numeritos de Bollywood ni una visión pop de la miseria. Y eso siempre es de agradecer.

Por suerte, quedan pocas cosas que contar de Figuras ocultas. La película protagonizada por Taraji P. Henson, Octavia Spencer y Janelle Monáe ha puesto en conocimiento del público las proezas de la mujer negra en la NASA. El director, Ted Melfi, ha conseguido dar equilibrio a las fantásticas historias personales de tres afroamericanas y además rodar un producto ágil y vistoso en la pantalla. Un doble combo que suele gustar mucho en la Academia de Hollywood. ¿Estamos ante la encargada de desbancar a La La Land en el Olimpo del cine?