“Pienso que existe una prohibición a la hora de representar el Holocausto. ¿Que uno llora viendo La lista de Schindler?, por supuesto. Pero las lágrimas son una forma de gozar, una catarsis”, escribió el cineasta Claude Lanzmann en Le Monde ante el estreno de la película de Spielberg en 1993. Sin embargo, Hijo de Saúl, ganadora húngara del Oscar a Mejor película extranjera, escapa de todo el artificio de la guerra que se muestra a través de los ojos de Hollywood. “A diferencia de la falacia que presentó Spielberg, la nobleza de Nemes consiste en no haber querido seducirnos”.
El director debutante László Nemes persigue con su cámara a un hombre que trabaja en los Sonderkommandos, sin grandes coros instrumentales ni efectos especiales. Saúl limpia la habitación en la que acaba de ser gaseado 'su hijo' y, sin un ápice de emoción en el rostro, lucha por darle una sepultura digna. A caballo entre el documental y el largo, Nemes describe un episodio de los campos de concentración que no necesita aderezos dramáticos para estremecer en la butaca e imponerse en los Oscar.
Aunque no podemos establecer un paradigma en las películas nominadas a esta categoría, sí vemos una cadencia especial a la hora de hablar de la Segunda Guerra Mundial. El tambor de hojalata, La vida es bella o Ida son pura ficción, pero todas se alejan de las licencias artísticas que se toman otras cintas -también candidatas a mejor película- como El pianista, El lector o la misma Lista de Schindler.
Hay muchas formas de hacer cine y, en ocasiones, recurrir a la espectacularidad es una cuestión de egos más que de exigencias del guión. El Hijo de Saúl decide evitar lo que es incapaz de recrear en un plató, de ahí su falta de planos generales, protagonistas dolientes o una acción trepidante. Lo malo de esta forma de hacer cine es que no siempre gusta a productores y políticos. Para muestra, nuestras siguientes protagonistas.
El estigma de estar nominado y ser pobre
La película húngara tenía grandes rivales e importantes banderas de la realidad social. Lo que distingue estas producciones del bonito sueño americano son los obstáculos financieros y políticos a los que se enfrentan antes de pisar Los Angeles.
Mustang, la favorita turca, nos acerca la tiranía de los matrimonios de conveniencia en Anatolia. A diferencia de la ganadora, esta suerte de Vírgenes Suicidas hace uso del humor para reivindicar un feminismo que no termina de calar en el país asiático. Por temor a la respuesta del Gobierno, “la productora entregó una tercera parte del presupuesto que en un principio le correspondía a la película”, contaba la directora a The Hollywood Reporter.
“Siempre escribo mis guiones en base a un presupuesto modesto con el que me aseguro una total libertad creativa”, explicaba el director danés Tobias Lindholm. Y esa esencia, como en el caso anterior, es lo que aporta a su cinta un valor añadido lejos de la cúpula multimillonaria de Hollywood. “La guerra de Afganistán definió a mi generación más que nada, así que la presión era total”. De esa presión nació la polémica A War, un díptico que muestra la relación entre las misiones de paz y los crímenes de guerra.
Y los problemas no acaban ahí. Rodar en la lengua del desierto y sin actores profesionales no es el tipo de guión que entra por los ojos a las grandes productoras. Naji Abu Nowar sabía que su Theeb no era precisamente un caramelito. Pero el director había invertido un año entero de su vida en empaparse de la tribu nómada y no iba a echarlo a perder para conseguir “su estúpido dinero”. “Si tenemos que grabarla en un móvil, lo haremos”. Al final, incluso Rania de Jordania se hizo eco de la candidatura al Oscar de este western beduino.
El equipo de El abrazo de la serpiente se enfrentó a enredos parecidos. “Todos los indígenas de la película están interpretados por verdaderas tribus del Amazonas”, contaba su director Ciro Guerra. La prioridad del equipo de cásting era mostrar respeto ante un pueblo que ha sido mil veces vapuleado por los exploradores blancos. Y esa integridad se paga o, mejor dicho, no se paga. Las negativas se sucedieron durante casi tres años y al final decidieron salir adelante con un presupuesto ridículo. “Pensábamos que esta película merecía ser protagonizada por un Sean Penn u otros actores de Hollywood”. Pero en el nuevo continente no convenció esa estética monocromática a lo Sebastiao Salgado. Ahora, como una suerte de venganza del destino, La serpiente arrasa en taquilla y se ha ganado el respeto de la meca del cine.
El cortometraje que puede cambiar Pakistán
En la edición de 2015, Patricia Arquette abogó por la igualdad salarial al recoger su Oscar a la Mejor Actriz Secundaria; en esta, Alicia Vikander, premiada en la misma categoría, dejó pasar una oportunidad de oro para reivindicar los derechos LGTB a colación de La chica danesa. Porque la única que este año llevó cierto discurso feminista y proderechos humanos a las tablas del Dolby fue una directora pakistaní, Sharmeen Obaid-Chinoy.
La ganadora de la estatuilla al Mejor Corto Documental aprovechó su momento de gloria para hablar de uno de los grandes dramas sociales de su país, los llamados “crímenes de honor”. “Esto es lo que ocurre cuando algunas mujeres se reúnen”, dijo, describiendo su cinta y su logro. En 2012 ya había recibido el premio de la academia por Saving Faces, en el que daba voz a las mujeres atacadas con ácido.
A Girl in the River: The Price of Forgiveness, la obra de Obaid-Chinoy, es la historia de Saba Qaiser. Como contaba hace unos días Gumersindo Lafuente, ella fue una de las miles de víctimas de este tipo de violencia machista que se dan al año en Pakistán. En 2014 , Saba se fugó de casa para casarse; su hermano y su padre le pegaron un tiro en la cara por ello. Afortunadamente, fallaron, y Saba sobrevivió. Pero ellos también se libraron de la cárcel debido a las leyes pakistaníes, que dejan un vacío legal en cuanto a la culpabilidad en estos casos.
Ha sido necesario que se estrene una película para que el primer ministro, Nawaz Sharif , se dé por enterado de este problema. Lo recordó la realizadora durante su agradecimiento: tras acudir a la premiere del cortometraje, el dirigente anunció que iban a cambiar las leyes del país. Para hacerlo, debería suprimir la cláusula del perdón de la familia, que en muchas ocasiones provoca que los atacantes se vayan de rositas.
“Esto está totalmente contra el Islam, y cualquier persona que lo haga tiene que ser castigada severamente”, dijo Sharif tras visualizar A Girl in the River. “Antes de que podamos cambiar la mentalidad, tenemos que enviar a los culpables a la cárcel para que la gente empiece a entender que tomar la vida de alguien merece una larga condena”, expuso. La duda que planea es si cumplirá su promesa. El Oscar y el discurso de audiencia mundial con el que la Obaid-Chinoy hizo público el compromiso del Primer Ministro sin duda ejercerán algo de presión. “Este es el poder del cine”, clamaba la cineasta pakistaní.
El oso exiliado por Pinochet
De lo que puede sorprender la conciencia política es del aparentemente inocente recuerdo de los días felices de un oso junto a su familia, truncados por su traslado forzoso a un circo. Historia de un Oso, la beneficiaria del primer Oscar de la historia de Chile, es, en realidad, una metáfora del exilio al que fue condenado el abuelo de su autor, Gabriel Osorio, dos años después del Golpe de Estado de Pinochet. Competía contra Sanjay's Super Team, de Disney y Pixar. “Nuestro corto costó 40.000 dólares, con eso ellos hacen como un segundo de película”, decía el director.
En la resaca postOscar, todo el mundo habla del equipo de Spotlight denunciando los abusos sexuales en la Iglesia Católica y de la llamada de atención sobre el cambio climático del por fin laureado Leonardo DiCaprio. Que los mensajes llegados desde miles de kilómetros hasta los premios más afines al sistema tampoco se pierdan.