Los Oscar han hecho historia en la edición más polémica de los últimos años. Las redes se llenarán de imágenes de Leonardo DiCaprio alzando su estatuilla y los medios se harán eco del tardío reconocimiento al príncipe de Hollywood. Sin embargo, queda en el cuerpo una ligera sensación de desconcierto. Después de la adrenalina es evidente que la Academia ha saldado en pequeñas dosis sus cuentas pendientes. Todas las formas de discriminación han recibido su espacio –algunas sobradamente– sobre el escenario del Dolby Theatre. Pero no es suficiente para anunciar su redención.
“¿Por qué nos quejamos ahora? Porque antes teníamos cosas más importantes por las que protestar”. Así ha empezado una gala que no ha necesitado fuegos de artificio para convertir la polémica en su columna vertebral. El presentador Chris Rock ha sido el encargado de elevar la crítica racista de las calles a la cima de la industria. O la forma en la que la Academia deja su responsabilidad en manos de un discurso irreverente sin vaselina.
“Antes nos violaban, nos linchaban. Era difícil preocuparse por los nominados cuando tu abuela colgaba de un árbol”, las palabras golpeaban más fuerte que los Doce años de esclavitud de Steve McQueen. Pero han sido solo eso, palabras. Y solo en los sketches de Chris Rock.
La presidenta de la Academia ha intentado aplacar los golpes con unas líneas insulsas sobre la pluralidad del mundo y una autocrítica velada. Y ante esta falta de respuesta inmediata, los premios han querido repartir una justicia tardía.
Los primeros han encumbrado el buen periodismo de investigación, ese que corta cabezas y es inclemente con el poder. “Gracias a los periodistas por alzar la voz y que esa voz se convierta en un coro que llegue al Vaticano. Papa Francisco, ha llegado el momento de proteger a nuestros niños”, así dedicaba su director, Tom McCarthy, el premio a mejor película por Spotlight. Los entresijos de este hito de la prensa se han plasmado en un guión sobrio que también ha recibido su medalla. En su categoría hermana, La gran Apuesta alzaba la voz frente a un mercado fraudulento que destrozó vidas. “Si no queréis que el dinero controle al Gobierno, no votéis a candidatos que están a cargo de compañías petrolíferas”.
El acoso sexual acapara el foco
El racismo había quedado de lado ante el resto de males que adolecen a Hollywood. Que no son pocos. El acoso sexual ha protagonizado la gran denuncia de la gala más allá de Spotlight. El documental The Hunting Ground, que muestra las violaciones cometidas en los campus universitarios de EEUU, ha contado con dos embajadores de alto nivel. El vicepresidente Joe Biden ha tomado primero el atril para concienciar a la élite política mediante su campaña It's on us. “Todos tenemos un papel que desempeñar en la detención de los asaltos sexuales. Asume el compromiso”.
Tras la ovación, Lady Gaga ha interpretado el tema Til it happens to you con la única puesta en escena de la noche que ha conseguido arrancar lágrimas. Decenas de víctimas de violaciones rodeaban a la artista con lemas desgarradores escritos en los brazos como Not your fault (no es tu culpa) o Survivor (superviviente).
Pero la Academia no ha canalizado el mensaje a través del hombre de oro más deseado. Con el público todavía conmocionado por la barbarie, Sam Smith recogía su Oscar a mejor canción por el tema principal de Spectre. Aunque James Bond es el prototipo de blockbuster machito que cautiva a la industria, el joven cantante ha invertido su minuto de gloria en la comunidad LGTB. “Como hombre gay y orgulloso de serlo, espero que algún día se nos considere como iguales”, dijo Smith en favor de un colectivo también vapuleado por la cúpula de Los Angeles.
La noche avanzaba y la industria seguía cerrando a medias los frentes abiertos. La brecha salarial y la desigualdad de las mujeres fueron la bandera del año pasado y ha seguido ondeando este año, aunque no tengamos a una Patricia Arquette que lo reivindique en el escenario. En su lugar, Margaret Sixel se hacía con el Oscar a mejor montaje por Mad Max, en un recordatorio de que la confección de una buena película de acción no recae únicamente en las manos de un hombre.
La cinta de George Miller ha arrasado en las categorías de producción, alzándose con seis estatuillas de las diez a las que optaba. Su continua presencia en el escenario ha servido para recordar que “podría ser más que una profecía apocalíptica si no somos más amables entre nosotros y cuidamos del medio ambiente”.
Muchos piensan que la creación de protagonistas carismáticas en Hollywood es eventual y no instaura un verdadero cambio de tendencia. Pero las categorías femeninas han premiado a dos excepciones poderosas que confirman la regla. Alicia Vikander por su papel de novia doliente de La chica danesa, una de las primeras en someterse a una operación de cambio de sexo. Y Brie Larson, como madre abnegada que cría a su hijo en la soledad de La habitación.
Iñárritu y DiCaprio hacen historia de la mano
Pero no todo fueron momentos trascendentales en la meca de los premios del cine. El humor ácido del presentador consiguió que no echásemos de menos a Ellen DeGeneres, al menos durante las primeras dos horas. Momentos antes de la clausura, el actor de Saturday Night Live había agotado el cartucho de dardos mordaces y las galletitas de sus girls scouts fueron el colmo de males. La gente esperaba y desesperaba para juzgar el veredicto de las categorías principales y resolver el enigma final. Y no nos referimos al de mejor película, no. Ni al de mejor director, que era fácil de intuir que iba para Alejandro G. Iñárritu por El renacido. Un galardón que bebe en gran parte de su espectacular fotografía -también premiada- y de un personaje principal hecho a medida para Leonardo DiCaprio.
Los dos han firmado la historia más épica de las últimas ediciones de los Oscar. El primero por alzarse con dos estatuillas consecutivas a su dirección, después de Birdman. Y el segundo por hacer las delicias del cine, de sus seguidores y de su paciencia con un discurso mil veces ensayado ante el espejo del baño. Esta vez no era el bote de champú, era un deseo bañado en oro que rompe la maldición del eterno nominado. “Por todas esas sociedades que han sido víctimas de la codicia del progreso. No pensemos que este planeta es solo nuestro”. El discurso de DiCaprio dejaba patente su conocida vis ecológica y rescataba la moraleja colonialista de El Renacido. “Que el color de nuestra piel sea un factor tan irrelevante como el largo de nuestro pelo”, fue la gran frase del mexicano dirigida a la comunidad latina.
Aunque mucho se habla -y más se hablará- de la rendición de cuentas con el actor, no podemos olvidar al verdadero olvidado de la Academia. Ennio Morricone subía henchido de humildad al escenario para recoger el primer reconocimiento a su trayectoria musical en 87 años. Al César lo que es del César, y este galardón pertenecía al italiano desde mucho antes que Los odiosos ocho de Tarantino.
Así, la industria de la ficción repartía con equidad sus disculpas entre unas minorías -y mayorías- que no se sienten parte del mecanismo más influyente del cine. Es el momento de encontrar la fórmula mágica que transforme la frivolidad en inclusión, pero sin dejar de hacernos soñar. Como nos recuerdan los artífices de la oscarizada Inside Out: “¡Producid películas, dibujad y escribid para hacer que el mundo cambie!”.