En las actas que conserva el Museo Arqueológico Nacional (MAN) queda reflejado el trapicheo de bienes artísticos que mantuvo en los primeros años de la posguerra el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (SDPAN) franquista, el director Blas Taracena y el Patronato de la institución. En ellas queda constancia del continuo flujo de valiosas entregas de propiedades de represaliados republicanos que los funcionarios de este servicio hacían al museo.
El patronato es el máximo organismo institucional, marca y guía el camino al director. Los miembros del patronato del Arqueológico aceptaban sin ningún rubor aquellas piezas que les ofrecía el SDPAN, a pesar de que no les pertenecían. Sabían que procedían de los depósitos de obra incautada, porque así consta en acta. Ni al director del Arqueológico entonces ni al presidente del patronato y resto de miembros del organismo les importunó la llegada de obra ilícita a los fondos de la colección arqueológica. Vieron con buenos ojos el robo como fórmula de enriquecimiento de los fondos del centro y nunca hubo preguntas acerca de los auténticos dueños. Jamás rechazaron la entrega de estas piezas robadas, que llegaban bajo la fórmula del depósito. Estos depósitos se han convertido en propiedad de los museos públicos, sin que se haya reparado a sus dueños originarios. Tampoco el Ministerio de Cultura ha realizado un inventario sobre los bienes expoliados.
Aquellos egregios hombres no tardaron en practicar el robo. En el primer patronato del “año de la victoria”, celebrado el 31 de julio de 1939, el presidente era el conde de Casal, Manuel Escrivá de Romaní, y entre los miembros se encontraba el polémico subdirector del Museo del Prado, Francisco Javier Sánchez Cantón, además del marques de Lozoya y un representante del Ministerio de Educación Nacional. Este último era Javier Lasso de la Vega y se felicitó por haber reunido a personalidades tan válidas en el patronato. Explicó que, gracias a su competencia y entusiasmo, lograrían “rápidamente sacar a este centro del catastrófico estado en que lo ha dejado la dominación roja”.
Montañas de tierra
La obra del “periodo rojo” al que se refiere el representante de Educación en el patronato del Arqueológico “había consistido en desmontar sus instalaciones, toda la documentación y los cientos de miles de objetos del museo, para llevarlos a una sala de la planta baja sin otra protección contra supuestos bombardeos aéreos, que la de una débil capa de tierra”. Este entrecomillado es un extracto de las actas que ha consultado este periódico en el archivo del MAN. La fecha del primer patronato franquista es del 31 de julio de 1939.
Al parecer, el estado “catastrófico” tenía que ver con el sistema de protección que idearon las autoridades republicanas para proteger las delicadas piezas del centro ante un ataque aéreo franquista, similar al que sufrió el Museo del Prado la noche del 16 de noviembre de 1936. La nueva cúpula directiva del Arqueológico estaba indignada con la cantidad de tierras acumuladas que cubrían los bienes. Las salas XIX-XX, XXVI y XXVII estaban tapadas con una gran capa de arena. En los patios romanos y árabes se habían volcado unos 263 metros cúbicos de tierras, repartidas en los salones del piso principal. También se emplearon 155 metros cúbicos para proteger los objetos de los patios romanos y árabes. Y otros 60 metros cúbicos más, amontonados en el jardín.
Cuando el franquismo tomó las riendas del pasado prehistórico de la península ibérica tuvieron que retirar del edificio 468 metros cúbicos de tierra, con la ayuda de camiones y obreros del batallón de trabajadores. Esta era la escena que se encontró el franquismo, un museo bunquerizado para salvar el patrimonio histórico de sus bombas.
Un museo sin daños
El director Blas Taracena continuó la lectura del informe de estado del edificio y de las colecciones que se encontró “el día de la liberación de Madrid por nuestros heroicos soldados”, dijo el arqueólogo soriano. Compartió con los miembros que el jardín era “un enorme montón de escombros”. Al parecer esta parte de la institución era motivo de una gran preocupación para el patronato, dado que en el interior no se habían causado daños irreparables. Las ventanas de los patrios romanos y árabe habían sido tapiadas con ladrillo.
Los sótanos y la planta entresuelo estaban abarrotadas por los objetos procedentes de las incautaciones llevadas a cabo por la Junta del Tesoro Artístico republicana. Habían sido movidos de su sitio casi todas las vitrinas de la planta principal. Las colecciones arqueológicas y numismáticas estaban retiradas en casi su totalidad de los salones y guardados en centenares de cajones, reunidos en la sala egipcia. Apenas cinco salas de exposición conservaban los objetos tal y como se encontraban en tiempos de paz, otras 26 salas habían sido vaciadas de todo objeto y ocho más estaban a medio vaciar.
El director Taracena pasó entonces a contarles el estado en el que encontraron las colecciones del museo. Aunque todas las piezas del Museo Arqueológico estaban en su sitio, faltaba la colección de numismática. Según se recoge en el acta habían desaparecido 2.230 monedas de oro: 58 griegas, 830 romanas, 297 bizantinas, 432 extranjeras y 67 medallas. Habían sido retiradas en octubre de 1936 y a finales de noviembre de 1938 se encontraban en Barcelona. Desde entonces se les perdió la pista. Las monedas salieron hacia Valencia, donde estuvieron depositadas en las Torres de Serranos hasta mediados de 1937, junto con el resto del tesoro artístico. En el castillo de Figueras las monedas tomaron un rumbo diferente al resto del patrimonio. Las obras de arte se mandaron a Ginebra, pero la colección numismática fue enviada a París, donde el ministro de Hacienda, Francisco Méndez Aspe, se responsabilizó de ellas.
El método del robo
La pista de las monedas se pierde en México, a donde llegaron en el yate “Vita”. Allí se encargó de ellas Indalecio Prieto, responsable del exilio republicano en el país. El destino de las monedas en ese punto desaparece y se convierte en un asunto pendiente de resolver. Ninguno de los responsables explicó lo ocurrido con esos 15 kilos de monedas. Un 80% de las monedas que se conservaban estaban en sus bandejas originarias, pero un 20% en paquetes y cartuchos. “Esto supone una laboriosa ordenación para restablecer la clasificación primitiva”.
Taracena también contó que los funcionarios escondieron en la tierra que protegía las esculturas del patio romano un millar de monedas “que fueron salvadas de la rapiña roja”, dijo el director. Por otro lado, la colección de tejidos sufrió la acción de los parásitos, así como la de vasos egipcios por los traslados. En aquel primer patronato franquista, el SDPAN ofreció a la dirección del museo un lote de 10 monedas de oro, 52 de plata y 70 de vellón y bronce. Los miembros del máximo organismo de gestión del museo acordaron dar las gracias al SDPAN por la entrega de las monedas. Pero decidieron cambiar el depósito por otra figura y autorizaron a “recibir con carácter de donación definitiva en lugar de depósito”.
Esta breve frase es el reflejo de la impunidad con la que el franquismo articuló el aparato del gran expolio. Estas palabras perdidas en los fondos de las actas del Museo Arqueológico Nacional suponen el reconocimiento por escrito de una extracción ilícita masiva de bienes, cuyos propietarios no fueron atendidos ni reparados. No importó despojarles de todas sus propiedades. No los tuvieron en consideración y nadie impidió que la rapiña se institucionalizara. Aquella práctica se convirtió en un asalto a la propiedad privada sin condiciones y los beneficiarios fueron los mayores acaparadores de tierra y bienes.
Una cadena ilícita
Los propietarios fieles al régimen ya habían pasado a recoger sus enseres del museo que la República había convertido en almacén, para evitar la destrucción de los objetos. Una vez los dueños que quedaron en la España de Franco pasaron a por sus propiedades, ¿quién se haría cargo de los tesoros de los represaliados republicanos? Además, el servicio franquista de protección del patrimonio necesitaba quitarse de encima los restos de aquella montaña de bienes preciados. El propio Museo Arqueológico quería recuperar su actividad normal cuanto antes y los bienes expuestos para su devolución que no se devolvían suponían un incordio.
Taracena explica al patronato que los objetos abarrotan el museo. Inmisericorde ante la situación indica que no puede permitirse tener “el museo cerrado al público hasta que sean retirados todos los objetos de la recuperación”. Hay prisa por desalojar, sea como sea. Entretanto, el Patronato del 11 de enero de 1940 hace oficial el nombramiento de Blas Taracena como director. En las actas se explica que tanto él como los otros tres candidatos estaban “claramente adheridos al glorioso Movimiento Nacional”. Pero los patronos votaron por Taracena.
Dinero para compras
Ya contamos de qué manera la dirección del museo se apropió del conjunto más importante de cerámica ibérica y cómo se expone hoy en sala. Al tiempo que participaba en esta cadena de tráfico ilícito de obras de arte, el Museo Arqueológico Nacional también compraba colecciones. Sobre todo atendió a las piezas que les ofreció el anticuario de Madrid, Apolinar Sánchez. En mayo de 1940 les pidió 15.000 pesetas por el “tesorillo de Salvacañete”, en Cuenca. El conjunto se encontraba en el museo, como depósito provisional para su estudio. Un mes después, el director leyó al Patronato su informe favorable a la compra de la colección de aquel centenar de piezas de plata. Se supone que el yacimiento responde a un importante grupo de bienes de ajuar doméstico y aderezo personal, además de denarios ibéricos.
El mismo Patronato que se apropiaba de bienes de represaliados republicanos aceptó, en junio de 1940, la compra del tesoro de piezas íberas y romanas de los siglos III y II antes de Cristo, descubiertas por casualidad por un cazador. Aunque se desconoce el lugar y el año exactos, se supone que fue en 1934. El anticuario poseía la colección desde antes de la Guerra Civil y la prensa aplaudió la venta al Arqueológico, porque había conseguido evitar que “los rojos” se llevaran el tesoro fuera de España, tal y como ha investigado en el libro El expolio nazi (Galaxia Gutenberg, 2020) el historiador Miguel Martorell en la prensa de la época.
En julio de 1942 vuelve a aparecer Apolinar Sánchez. Esta vez se presenta ante la dirección para vender al Museo Arqueológico Nacional un busto romano de mármol de Carrara. Tal y como expresó el anticuario a la dirección del centro, la pieza fue hallada en una zanja que hicieron al entrar en el camino de Alboraya (Valencia). Entendieron entonces que representaba “un personaje varonil togado”. Por el busto el museo pagó 5.500 pesetas, después del visto bueno del patronato reunido aquel julio.
Un timo histórico
Pasaron cuatro décadas y el conservador del centro, Augusto Fernández de Avilés, declaró que la pieza comprada como si hubiera sido encontrada en el camino de Alboraya, ni era de Alboraya ni era romano. El busto había ocupado hasta el momento un destacado lugar entre las antigüedades de la época romana del museo. Era, en realidad, un retrato de Lord Byron. Y el autor no fue ningún escultor romano, sino el artista neoclásico danés Bertel Thorvaldsen, que retrató a los grandes de su época a la manera romana. En la justificación del error, los expertos explican que el rostro del retratado se parecía a Lucio Licinio Sura, un personaje de la Columna Trajana.
Avilés se había percatado de la “nada frecuente posición de la toga” y las sospechas le llevaron a desvelar la verdad. La cuestión más delicada es que alguien se dedicó a estropear la versión de Byron para convertirla en retrato romano. Le cortaron el cuello, le rompieron algunas partes, lo mancharon y esa misma persona que quiso subir el precio de aquel mármol, lo patinó para rematar el aspecto de busto a la romana.
El Patronato del 11 de julio de 1940 acordó que la inauguración del museo tendría lugar el día 19 de julio, con un recorrido de “síntesis de antigüedades españolas”. Un mes trascurrido desde la inauguración, 3.000 personas habían visitado el centro. Y para otoño, el 22 de octubre, Heinrich Himmler, oficial y criminal de guerra nazi, visita el MAN como “huésped de honor”, acompañado por el presidente del patronato y por el director Taracena. Las memorias del MAN destacan la curiosidad del personaje “por los restos visigodos y por los gráficos de la época de la emigración de los pueblos germánicos”.