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Es la voz más característica del documental anglosajón. Los rasgos más reconocibles de su trabajo son un tipo de montaje, ritmo y recursos típicos de la publicidad y el uso a gran escala de material de archivo. El poder de las pesadillas (2004), su primer hit, buceaba de manera incisiva en los armarios de la BBC para explicar cómo la nueva derecha y el islamismo radical usan el miedo para imponer su visión del mundo. El último, Hypernormalisation, explica cómo la contracultura de los 70 construyó la utopía tecnológica que ahora nos esclaviza desde la Red Social.

Sus detractores dicen que sus documentales son rimbombantes, sentimentales y populistas. A él le parece que la mayor parte de los documentalistas británicos son unos plomos. Ayer estuvo en el Museo Reina Sofía presentando una gran retrospectiva de toda su obra, titulada Una historia natural del poder. Está comisariada por Chema González y dura hasta el 28 de diciembre.

Entonces los documentales le parecen un rollo.

A ver, el periodismo es la gran profesión noble de nuestra era. ¡Yo mismo me considero periodista! Pero el trabajo del periodismo es hacer que el mundo tenga sentido. Puede ser entretenido mientras lo hace, pero su trabajo es sacar sentido del caos. Y al mismo tiempo, entender cómo la gente ve el mundo. Lamentablemente, el mundo de los documentalistas se ha replegado a un modelo simplificado y muy condescendiente de ver el mundo. Como si pensaran: mira esa pobre gentecilla. Y los filmaran sin más. No se involucran, ni siquiera ponen a esa gente en un contexto adecuado para tratar de comprender lo que les pasa o el mundo que les rodea.

En algún momento ha dicho que es un ensayista que hace vídeo.

Soy un ensayista que usa herramientas de cine: tengo un argumento claro y uso documentación para respaldarlo. También uso música e imágenes que me llaman la atención para crear la plataforma emocional adecuada para llamar tu atención. La emoción, el humor, son los recursos que me ayudan a conseguirlo. Hay quien dice que eso es propaganda, pero entonces todo el periodismo es propaganda. Yo hago mi proceso completamente obvio, puedes “ver” lo que estoy haciendo.

Los documentales vienen de un lugar mucho más elitista y antropológico, de cuando iban a grabar a los nativos. Esa es la tradición británica, pero mi tradición es más integrada.

También tiene un acceso sin precedentes al archivo de la BBC.

Soy una persona muy afortunada, tengo acceso al archivo documental más grande del mundo. Y hay niveles de profundidad dentro de ese archivo. Justo acabo de descubrir que, en las delegaciones de la BBC por todo el mundo, se guardan todos los originales en crudo, en cintas, y tengo a una persona digitalizando todo ese material. Ahora mismo tengo todo lo que hemos grabado en Rusia durante los últimos 60 años, 72 terabytes de material. No sé lo que haré con ese material, pero existe. Tenemos un registro extraordinario del mundo.

Le critican mucho por su estilo publicitario, por ser demasiado emocional.

Las tácticas de publicidad son parte de algo más grande: conseguir un vehículo emocional para la historia que quieres contar. No hay nada malo en eso. Muchos de mis colegas me acusan de ser emocional. Que manipulo. Y me da mucha rabia porque ellos manipulan tanto o incluso más que yo, porque quieren dar la sensación de que su visión es limpia, la verdad desnuda sin más. Y puede que los datos sean verdad pero la historia que cuentan con ellos está tan fabricada como la mía. Y yo lo muestro sin pudor. La música que escuchas es la música que me gusta a mi, y los saltos que hay son los que hay en mi cabeza. Ves que trato de venderte una realidad, y esto me parece mucho más honesto. También porque pienso que la audiencia es inteligente, que saben cuándo les manipulas.

Su tema es el poder y sus manipulaciones de masas. ¿Cómo encuentra sus hilos conductores?

El periodismo funciona cuando conecta con algo que ya está en la cabeza de la gente pero no lo han articulado aún. Cuando hice El poder de las pesadillas, sentía que había una red apocalíptica que trataba de acabar con la sociedad en la que yo vivo. Y puede que no fuera verdad, pero había terrorismo -en tu país, en el mío. Pero el miedo que se estaba generando en torno a eso se fue de madre tan deprisa que la visión era apocalíptica, de destrucción inminente. Y yo no soy tan interesante. Si yo tenía esto en la cabeza, seguramente había más gente como yo. Cuando investigué, la película que salió lo explica: el terrorismo es un problema serio, pero no es el fin del mundo. Lo que ocurre es que te están asustando. Y el miedo te vuelve pasivo, estático. Y decirlo fue como abrir una puerta, todo el mundo lo vio. Lo tenían en la cabeza pero no sabían por qué. Y esto es, me parece a mí, buen periodismo.

No siempre funciona. Hice una película que pone en crisis la idea del ecosistema, porque es un modelo maquínico, no orgánico. Y nadie la quiso ver porque no era el mensaje apropiado o el momento apropiado. El poder de las pesadillas salió en el momento justo porque estaba en la cabeza de todos. Conectó con un sentimiento generalizado y le dio forma, y una explicación. Eso es periodismo. Especialmente en una plataforma pública con voluntad de servicio público, como la BBC.

Usted prefiere subir sus películas a Internet que sacarlas en la tele.

Exacto. Y en la BBC hay ahora mismo una batalla interna entre los que prefieren continuar con el modelo más museístico y los que queremos poner todo en Internet. Las dos últimas películas las he subido directamente al iPlayer. Por dos razones: Internet te deja hacer cosas mucho más complicadas y experimentales. La gente puede volver atrás, ir hacia delante, poner marca páginas. Y segundo, porque Internet tiene otro ritmo, otra forma de ser. Los documentales televisivos son piezas de museo, son estáticos, son sagrados, están acabados. En Internet es la gente la que decide cómo van a verlos, cuándo y para qué. Son más provisionales. Pueden corregirte en los comentarios y tú puedes decir gracias y modificar el error. Es el mismo documental, en la tele y en la Red, pero a la vez es completamente distinto.

Uno es un objeto, el otro es un proceso.

Efectivamente. Y me gusta que sea así porque yo cambio de opinión constantemente. ¿Tu no? La gente me pregunta por mi orientación política y siempre respondo que ninguna, porque responso a lo que pasa a mi alrededor. A lo mejor he sido más de izquierdas, pero en muchos aspectos soy liberal. Muchos de esos periodistas que se presentan como de izquierdas, su pensamiento es una pieza de museo. No está al día con la realidad.

Porque les momifica dentro de una narrativa que ha quedado obsoleta. Usted ha venido hoy al Reina Sofía precisamente a hablar de esto.

Es que esta es la gran cuestión de nuestro tiempo: ¿estamos esperando el gran mito que consiga engancharnos a todos o vamos a seguir viviendo con nuestras pequeñas verdades individuales, como hemos hecho hasta ahora? Porque lo que veo ahora mismo es que los grandes vienen de la derecha, del nuevo nacionalismo. Y no solo en EEUU y en Inglaterra sino en Rusia y en China. El discurso de Xi Jinping en el congreso la semana pasada era la misma gran narrativa nacionalista. Si estas son las grandes narrativas que van a trascender, el mundo liberal en el que todos tienen sus pequeñas grandes verdades y sus pequeños mitos es muy débil en comparación. No sobrevivirá mucho. Porque hay mucha gente que se siente furiosa, desencantada y marginada ahora mismo, y se sentirán naturalmente atraídos por las grandes narrativas. Pero la izquierda sigue decidiendo si pueden aspirar a una narración popular o si eso sería demasiado peligroso. Esta es la cuestión.

¿Lo que está pasando en Catalunya, es un nacionalismo que ha atrapado la imaginación de la izquierda?

Es nacionalismo, sin duda. Pero también está diciendo: el sistema está roto, tenemos que cambiarlo. En realidad se parece a Trump y al Brexit. Como ciudadano británico, yo no quiero salir de Europa pero siento un cierto optimismo, porque ha demostrado que la gente puede usar procesos democráticos para cambiar cosas.

Pero esos procesos democráticos están condicionados por una fuerte manipulación emocional.

¡Ah! Pero ahora estás siendo condescendiente. Es lo que hacen los liberales, decir: “¡Esto es lo que pasa cuando dejas votar a ignorantes! Puede que la democracia no sea una buena opción...”

Pero el centro de su obra ¿no es precisamente la manipulación invisible de la población civil por parte de gobiernos, empresas y grupos de poder?

Por eso estamos en un momento tan histórico: desde 1945, los grandes mitos nos dan miedo. Porque son emocionales, la gente los asimila en masa y la masa se vuelve loca. Eso fue el nacionalsocialismo. Y en el rechazo a los grandes mitos, abrazamos los pequeños mitos del individualismo. No La Gran Historia sino mi pequeña historia. Esto se configuró como la gran ortodoxia de nuestra era. Que lo que tú sientes, lo que tú deseas, es lo más importante. Pero esta configuración se ha roto, porque el sistema de deuda, créditos y consumismo se estampó contra el muro de 2008. Llegaron las políticas de austeridad, y la gente se empezó a preguntar para qué sirve el sistema. En ese contexto, los nacionalismos ofrecen una narrativa atractiva.

La gran cuestión es: ¿puede la izquierda producir un mito que no se le vaya de las manos? ¿O tenemos que aceptar una democracia administrativa en la que aceptamos un alto nivel de corrupción por parte de la élite porque cualquier otra alternativa es peor? Esto es lo que algunos congresistas en Inglaterra dicen: la democracia masiva nos da Brexit, hay que encontrar una manera más productiva de administrar. ¿Pero eso no es lo que hacen en China? La izquierda no está ni planteándose estas cuestiones. Culpan a Rusia por Trump, culpan a los ignorantes por el Brexit. Creo que no es suficiente.

La cuestión es: necesitamos un nuevo mito para contrarrestar el neonacionalismo. Pero, si lo hacemos, ¿seremos capaces de mantenerlo bajo control? Porque todos sentimos esos mitos. Quizás no lo sientas cuando los trae el Estado español y sin embargo los sientas cuando lo hace Catalunya, pero es el mismo mito. Y el problema con el sistema que surge de los 90 es que es un sistema administrativo cuya función es mantener la estabilidad del mismo sistema, como una máquina. Como Amazon, que mañana te ofrece lo mismo que te vendió ayer, pero con ligeras modificaciones.

Y esta clase de estabilidad es nihilista, carece de propósito.

Exacto, por eso necesitas el mito. Pero ¿no es peligroso que salga del populismo? Puede que no lo sea. ¡No lo se! Nuestra sociedad vivió una era donde los populismos se torcieron terriblemente: nazismo, regímenes totalitarios. Y ahora la izquierda teme que todas las revoluciones sean peligrosas, que necesitamos un sistema administrativo. Lo más increíble de los Papeles del Paraíso es que no me pareció nada increíble. Cero sorpresa.

Porque sabes que está pasando aunque no lo veas en los periódicos.

Exactamente. Es importantísimo que se publique pero no necesito que lo publiquen para saber que está ocurriendo. Nadie espera otra cosa del sistema. Este tipo de trabajos ya no tienen el impacto del periodismo de investigación de hace 30 años, cuando descubrimos que había corrupción en el sistema. Ahora sabemos que prácticamente todo el sistema está corrupto. Y no tenemos una imagen alternativa, un futuro al que aspirar. Por eso el cambio llegará rápidamente, aunque no sé si será el nacionalismo. Espero que no.

Una constante de su trabajo es el orden mundial que se crea después del 45, y este régimen se rompe. ¿Qué viene después?

Esto es exactamente el tema: ¿vamos a repetir la historia a través de utopías nostálgicas o podemos crear algo diferente? La izquierda está estancada en el mito caducado del colectivismo social. Esto no es el futuro, es el pasado. ¡Pero podría ser!

Pero ahora se dan dos factores que no se habían dado antes: el calentamiento global, que cambiará las fronteras de manera incontestable, y la desilusión democrática.

Lo interesante es que en 1992 pensamos que la democracia iba a dominar el mundo. Y no hacía falta ser de izquierdas para darse cuenta de que esto era así. Pero esto no es lo que está pasando ahora. Desde Iraq y 2008 hemos descubierto que la democracia puede mentir, torturar y destruir países enteros. También sabemos que el capitalismo lleva al desmoronamiento. Así que la democracia está en crisis. Pero Brexit y Trump demuestran que la gente puede votar para cambiar el mundo. Ahora mismo su narrativa es el nacionalismo, y están furiosos y se sienten estafados. La izquierda necesita encontrar una narrativa capaz de entrar en eso y reconducirlo. El día después del Brexit pensé: si yo fuera el jefe del partido demócrata estaría en la calle hablando con esta gente. Bernie Sanders está viajando por América para hablar con la gente que votó a Trump. Hay que producir un marco que te haga sentir parte de algo más grande, y que sea capaz de romper esos sistemas de administración que funcionan de fondo, y que solo benefician a una pequeña élite. La gente ya sabe esto. El trabajo ahora es ponerle un nudo. Ese es nuestro trabajo.

Espero con ansiedad su documental acerca de Edward Snowden y Julian Assange. Seguro que acaba haciéndolo.

Ya se cómo dices. Pero lo que hace Wikileaks no es periodismo, es echarte encima varias toneladas de material sin filtrar. Esto solo sirve para generar ruido y confusión. Julian Assange siempre me ha parecido un reaccionario: si no sabes qué hacer con mi material, es que no sirves. Es lo contrario de lo que ha hecho Edward Snowden, que ha conseguido integrar una historia muy poderosa, lo ha hecho muy bien. Siento que se acerca una era de poderosos mitos, mitos aterradores. Y todo ocurre muy deprisa en la era de la información. Y pueden atravesar la burbuja si son lo suficientemente poderosos.