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Ruido y silencio

A propósito de nada

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En la ceremonia de los Óscar de 1978, Woody Allen copó los primeros premios por su película 'Annie Hall', la historia de una pareja formada por un comediante neoyorquino y su compañera sentimental, ambos aquejados por la neurosis neoyorquina de los tiempos modernos.

Fueron cuatro las estatuillas recibidas. Con todo, Woody Allen no asistió a la recogida de tan preciado galardón. Era lunes y Woody Allen tenía otro compromiso más importante: tocar el clarinete en un pub neoyorquino junto a su banda de jazz. Según cuenta en sus memorias, lo del concierto sólo fue una excusa. La verdad es que tampoco hubiese ido de tener el día libre. A Woody Allen no le gusta la idea de que se premien obras de arte que no se realizan con un “propósito competitivo”.

En una sociedad justa no existirían los premios y, por lo tanto, tampoco existirían los castigos; ambos son polos de una misma dialéctica. En una sociedad justa, la postura de Woody Allen con respecto a los Óscar no hubiese resultado una extravagancia, porque en una sociedad justa no existirían premios como los Óscar. Pero volvamos a la música, pues es de justicia señalar el buen gusto de Woody Allen a la hora de elegir canciones para la banda sonora de sus películas.

A Woody Allen no le gusta la idea de que se premien obras de arte que no se realizan con un "propósito competitivo

Desde 'Rhapsody In Blue' la pieza de George Gershwin que abría su película Manhattan, hasta el toque gitano de Django Reinhardt llevado a las seis cuerdas por Howard Alden en 'Acordes y desacuerdos', pasando por el Kurt Weill de la 'Ópera de los tres centavos' en un guiño al expresionismo germano que tituló 'Shadows and Fog', es decir, 'Sombras y niebla', de una a otra, en cada una de sus películas, Woody Allen revela su buen acierto musical. Si no se considera músico, es porque no quiere.

Aprendió a tocar el clarinete de pequeño, de forma autodidacta, llevado por una pasión musical que podría afirmarse como enfermiza. Lo primero que hacía nada más levantarse, antes de desayunar para ir al colegio, era encender la radio y pegar la oreja a los sonidos de la negritud que salían por el receptor. Eran los tiempos de Louis Armstrong, Billie Holiday y Woody Herman, el clarinetista que le sedujo hasta decidir cambiar su verdadero nombre –Allan Stewart Konigsberg– por el de Woody Allen. Antes del cine, vino la música.

Hay un documental titulado 'Wild man blues' que recoge las actuaciones de Woody Allen por Europa durante el año 1996 con su banda –New Orleans Jazz Band– donde toca el clarinete al estilo de Sidney Bechet. La gira pasó por Madrid, y Woody Allen se hospedó en el Hotel Palace, donde criticó la tortilla de patatas y las duchas. Fue durante esta misma gira, en la ciudad de Milán, cuando un apagón en pleno concierto le hizo seguir tocando junto a su banda, aplacando con su música la ira del dios Pan que, asombrado, decidió guardar la siringa del pánico y aplaudir a rabiar la música más libre del mundo.

Al otro día, los bomberos hicieron sentir a Woody Allen como un héroe, pues le dieron un homenaje en forma de placa. Parece ser que, al ir a recogerla, dijo: “Me pregunto qué estarán haciendo los cobardes esta noche”. Nadie se rió. Según él, fue por la diferencia del idioma. Estas y otras cosas nos las cuenta en su jugosa autobiografía que acaba de salir bajo el título: 'A propósito de nada' (Alianza).

Ya puestos, no está de más recordar que, en la banda sonora de 'Annie Hall', la actriz Diane Keaton interpreta 'Seems like old times', el clásico de la orquesta de Guy Lombardo, y lo hace con todo el bocado de nostalgia en su garganta. Para no ser menos, Frank Sinatra frasea con todo el gusto de su voz el tema principal de Casablanca: 'As time goes by'.

Para terminar, baste decir que hace unos años, en el homenaje de la Academia a la ciudad de Nueva York tras los ataques a las Torres Gemelas, Woody Allen apareció diciendo que, cuando le llamaron para participar, en un principio pensó que era para que devolviera los Óscar por 'Annie Hall' y entró en pánico, porque la casa de empeños lleva años cerrada.

En esta ocasión, como no había diferencia de idioma, la gente rió a carcajadas. Con ello, Woody Allen demostró, una vez más, que donde hay humor, siempre hay crítica.