Rocío Niebla

Ardales (Málaga) —
1 de octubre de 2021 22:36 h

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A los bares del pueblo malagueño de Ardales los visitantes entran con la lengua fuera y gotas de sudor en la cara. Los vecinos, a fuerza de entrenar gemelos en sus precipitadas cuestas, solo llegan con ganas de cerveza. “Yolanda, ponme una caña fresquita que vengo de culturizarme”, dice un señor que sujeta una carpetita azul bajo la axila. Al ponerla encima de la barra, la camarera, Yolanda Camuñas, trasmitiendo alegría bajo la mascarilla, se da cuenta de dónde viene el cliente: “¿Cómo están los científicos? ¿Cómo va lo del congreso? ¿Es la cueva más importante del mundo?”. El hombre le contesta: “Por lo menos alberga las pinturas más antiguas de las que se tiene constancia”. Ana, hermana de Yolanda, sale de la cocina y mete baza: “Entonces, va a resultar que los neardertales hacían arte”.

Hace dos siglos, un terremoto en el Mar de Alborán abrió una cápsula del tiempo entre los pueblos de Ardales y Carratraca. Durante estos últimos cuarenta años la comunidad científica, apoyada en trabajos colectivos de diversos equipos internacionales, ha analizado y estudiado qué alberga en sus entrañas la Cueva de Ardales. Los últimos descubrimientos sobre al arte al que se refiere Ana erizan la piel y modifican la historia de la investigación de hace más de cien años: entre las aproximadamente mil figuras que se han visualizado en las estalagmitas de la Cueva de Ardales —signos, manos, cérvidos, équidos... hasta el pubis de una mujer— hay algunas que tienen 65.000 años.

Era 1981 y la función que hasta entonces tenía la torca —hundimiento en la ladera— era la de calera: un horno para producir cal quemando roca caliza. El seísmo provocó el hundimiento del tapón de escombros que cerraba, precisamente a cal y canto, la boca de acceso a una cavidad sellada desde finales del Neolítico. Las entrañas del Cerro de la Calinoria guardaban una serie de cavidades unidas que, en su largo, mide 1.597 metros y se prolongo a lo largo de 30 metros (11 pisos de un edificio corriente). La temperatura es de unos 17 grados y la humedad es tal que una guitarra se desafina en pocos minutos.

En la Cueva de Ardales, también conocida como la Gruta de Trinidad Grund, el silencio y la oscuridad son totales. La visión del visitante se reduce a lo que alumbra una linterna y el sonido, a simples gotas de agua que, aquí y allá, se estampan contra el suelo. Cuando se apunta con la luz a la pared, al techo, a un lado o a otro, se hace la magia: unas surrealistas estalactitas y estalagmitas invitan a centrifugar la imaginación.

Cristóbal Baeza, el guía, se mueve por la cueva como si fuera su casa. Y “lo es” porque camina por ella cinco o seis veces por semana. Se acompaña de grupos muy reducidos que provocan una lista de espera de dos meses. Avisa que los mayores de 70 años no pueden entrar porque el seguro que tienen no les cubriría el tropiezo. Baeza indica lo siguiente: “Cierren la linterna y guarden silencio”. No ha pasado ni un minuto cuando una visitante inquieta enciende de nuevo la luz. “Hay personas que al enfrentarse a esta nada sienten pánico, y otras me dicen que esta cueva les vendría bien para el yoga”, explica después Baeza.

El director de Patrimonio de la Cueva de Ardales, Pedro Cantalejo, ha sido el maestro de ceremonias de las jornadas de divulgación que han tenido lugar recientemente para dar a conocer los descubrimientos sobre la cueva. Lleva cuarenta años peleando por situar el yacimiento en “la Champions League de la investigación científica”, como ha denominado a esa exclusiva lista de referencia Manuel Pimentel, exministro y director del programa de la televisión pública Arqueomanía. “Los Bisontes de Altamira son del Paleolítico superior, tienen entre 14.000 y 15.000 años. Aquí hablamos de 42 pinturas hechas por hombres o mujeres neandertales 50.000 años atrás. Son las pinturas más antiguas de las que se tiene constancia ahora mismo en todo el mundo”, asegura Cantalejo.

La datación de la Cueva de Ardales rompe con el axioma de que el arte rupestre ha sido realizado exclusivamente por el Homo anatómicamente moderno. Diego Salvador Fernández es uno de los investigadores de la Universidad de Cádiz que ha estado seis años excavando, como parte del equipo que dirige el catedrático de prehistoria José Ramos Muñoz. Fernández siente orgullo de pertenecer a los más de cuarenta científicos y 12 laboratorios que estudian la cueva desde las ramas de la arqueológica, el campo de la geología, la antropología y la historia del arte.

Ardales ha hecho historia. “Toda la investigación tradicional que se fragua en Francia y en el norte de España había sostenido que el arte rupestre más antiguo se retrotrae a unos 40.000 años de edad”, explica Fernández. Esto era una hipótesis de partida pero sin datos empíricos que lo sustentaran. Los dibujos o grabados se fechaban por estimación, ya que hasta ahora se realizaba por lo que se conoce como comparación tecnoestilística, es decir, la forma en la que se dibuja un animal acaba describiendo su antigüedad. El quid de la cuestión es que hace 40.000 años la Tierra la habitaba el Homo sapiens sapiens, así que la autoría del arte se atribuía solo a la especie actual. “Se ha dado muchas alas a la idea del neandertal como el brutote, un incapaz de realizar simbolismo y arte. Esta teoría se construye desde una visión peyorativa y cultural de nosotros hacia ellos y ahora los datos contrarrestan la idea”, asegura el profesor.

Yolanda Camuñas y su hermana Ana sirven solomillos al punto con sal gorda y palitos de pan famosos por estar “en la mesa de la boda de Letizia y Felipe”, dicen. Aseguran que el pueblo de Ardales tiene una relación muy especial con la cueva. “Le debe mucho a Pedro Cantalejo. Explica la historia con tanto amor y entusiasmo que nos encandila. Es un científico de alto nivel y, a la vez, quiere que los conocimientos se colectivicen. O socialicen, como dice él”, cuenta Yolanda. Ana, desde la cocina, asegura que ella ha entrado “unas veinte veces como mínimo” y que pensar que el dibujo de una mano lleva allí 38.000 años le emociona y le hace sentir “conectada con el pasado”. Se ha convertido es un símbolo para el pueblo de Ardales. Estos días se ha inaugurado una escultura de una rotonda claramente inspirada por la mano. Es posible que los libros de historia queden fríos y lejanos, “pero cuando Pedro saca los Action Man para explicarles a los niños la historia de los neandertales o los pone a comer pasas como su dieta, esas explicaciones calan”.

La tecnología avanza y, con ella, el ser humano es capaz de rellenar los claroscuros de la historia. “Los avances realizados en el método de datación por series del Uranio-Torio están permitiendo fechar muestras pequeñas de calcita y obtener resultados de alta precisión”, asegura Marcos García, del departamento de prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid. La calcita sería el lienzo de la pintura que en ocasiones fue realizada con los dedos y otras soplando por un canutillo hecho con hueso de gato montés o de pájaro. La pintura roja es ocre —cogida y preparada en el exterior— y la negra, manganeso. Por tanto, no se ha datado el mineral con el que pintan —la pintura en sí—, sino la calcita que sería el soporte —o la capa que se ha formado por encima— de las figuras. “Los motivos que están cubiertos por calcita, o realizados por encima de esta, posibilitan ofrecer fechas que sirven para contextualizar el momento de la ejecución”, añade.

Serafín Becerra es profesor de historia del instituto del cercano pueblo de Teba, arqueólogo “militante” y parte del equipo de José Ramos Muñoz. Cuenta que en el año 1997 la idea que teníamos del Homo neanderthalensis cambia porque avanza el estudio de la genética. “El sueco Svante Pääbo estudia restos de la Cueva del Sidrón de Asturias y aparece que tienen el gen del habla. También descubre un componente genético que evidencia que tenían pigmentación blanca y que algunos eran pelirrojos”, asegura Becerra. Así que, en contra de subjetividades racistas: “Los blancos y los asiáticos tenemos genomas neandertal, que siempre se había creído que era una especie más bruta y atrasada, mientras que los negros subsaharianos son todo sapiens sapiens en su genética”.

“La cueva de Ardales es un gran contenedor de manifestaciones ideológicas”, prosigue el profesor Becerra, “el campamento estaba fuera, y en la cueva hay presencia y ocupación pero sobre todo encontramos representaciones gráficas vinculadas a prácticas sociales que hoy en día no llegamos a comprender”. Becerra muestra este ejemplo a sus alumnos: “Si un extraterrestre aterriza y ve un STOP, ¿qué entiende? Vería palos y no sabría leer el significado que le damos. Si no entiendes el código es imposible descifrar el simbolismo de las grafías. Eso nos pasa con las marcas, símbolos y palitos en la cueva”.

El arte del Paleolítico superior figurativo (los bisontes o caballos) “lo relacionamos con algo que conocemos y nos resulta más cercano”, dice el profesor malagueño. “Establecemos una cadena de deducción: cazan bisontes, los comen, los necesitan, los pintan. Pero a lo mejor no. Cuando Hubert van Eyck pinta El cordero místico, no es la representación de un cordero normal, sino la representación figurativa del cordero de Dios que quita el pecado el mundo”. ¿Y si no conociéramos la iconografía cristiana? “Pues nos pasaría como viendo el caballo grabado en Ardales: reconocemos la figura pero no alcanzamos a descifrar lo que querían decir con ella”, indica.

Según Pedro Cantalejo estamos “ante un gran contenedor de patrimonio, uno de los yacimientos más importantes de Europa por la cantidad de información que atesora, y por haber llegado al siglo XXI en un estado de conservación óptimo”. Los investigadores no han excavado “ni el 5% del yacimiento”, así que en los siguientes siglos “será un aluvión de información” sobre cómo eran, vivían o se comunicaban tanto los primeros Homo sapiens como los neandertales. La cueva, junto al Caminito del Rey y al Desfiladero de los Gaitanes se postula como candidata a Patrimonio Mundial de la UNESCO. La cueva que en su oscuridad alberga la luz de lo que fuimos, la futura historia del pasado que queda por escribir, datar y “socializar”.