El abogado Reed Brody (Nueva York, 70 años) lleva cuatro décadas persiguiendo a dictadores por todo el mundo. Se dedica a reunir pruebas y testigos, recoger testimonios, organizar a las víctimas y articular casos de vulneraciones de derechos humanos para llevarlos ante la justicia. Su trabajo le ha valido el cinematográfico apodo de “el cazadictadores”.
Durante 20 años fue consejero jurídico y portavoz de Human Rights Watch. Ha encabezado misiones de la ONU en la República Democrática del Congo y El Salvador. Tuvo un papel relevante en la acusación contra Augusto Pinochet en Londres a finales del pasado siglo. Representó a mujeres exiliadas del Tibet en la conferencia de la ONU en Pekín. Coordinó también el equipo jurídico para llevar a juicio los crímenes del exdictador de Haití Jean-Claude Duvalier. Logró la condena del exdictador del Chad Hissène Habré y actualmente anda detrás del dictador de Gambia entre 1994 y 2017, Yahya Jammeh, ahora exiliado en Guinea Ecuatorial.
El pasado jueves participó en Barcelona en un encuentro junto al Premio Nobel de la Paz Carlos Umaña, organizado por el Observatorio Social de la Fundació La Caixa.
¿Detrás de quién anda ahora?
Sigo detrás del exdictador de Gambia, Yahya Jammeh, que está exiliado en Guinea Ecuatorial. Todavía trabajo también con las víctimas de Hissène Habré, exdictador de Chad, pidiendo su indemnización. Hago consultorías, represento también al expresidente derrocado de Níger, todavía detenido en su palacio…
Cuénteme un poco cómo es su trabajo. ¿Cómo salen los casos?
Todo fue a raíz del caso Pinochet. Cuando fue arrestado, un mundo nuevo se abrió en la justicia internacional. Yo coordiné el trabajo de Human Rights Watch (HRW) en la cámara de los Lores en Londres y cuando determinaron que Pinochet no gozaba de inmunidad y podía ser arrestado y extraditado en cualquier parte del mundo, a pesar de su calidad de exjefe de Estado, vimos que teníamos un arma, un nuevo instrumento en el derecho internacional para llevar la justicia a las personas que parecían fuera de su alcance.
Ese caso marcó un punto de inflexión.
Totalmente. El arresto llegó tres meses después de la conferencia de Roma, que instauró las bases para la Corte Penal Internacional (CPI). En 1998 se creó un nuevo escenario de justicia internacional, todo el mundo empezó a soñar quién iba a ser el próximo, cómo íbamos a organizarlo... Yo fui contactado por los chadianos para plantearme el caso de Hissen Habré. Me dijeron “queremos hacer como las víctimas chilenas”. Después me contactaron los gambianos y me dijeron que querían hacer lo mismo que los chadianos. Cada caso es distinto, pero el motor siempre es la voluntad de las víctimas de hacer justicia.
¿Sería posible algo similar a un caso Pinochet a día de hoy? Tanto Bélgica como España han derogado las leyes que le conferían jurisdicción universal para juzgar este tipo de casos.
No sería posible... Yo vivía en Bélgica cuando EEUU presionó para derogar esa ley. Vino Donald Rumsfeld [secretario de Defensa con George W. Bush] y dijo que si los líderes de la OTAN no podían venir con seguridad a Bélgica, habría que pensar en sacar la sede del país. Uno de los responsables de justicia en Bélgica me dijo “ahora ya sabes cómo es vivir en una república bananera”. EEUU no solo obligó a cambiar la ley, sino que estuvo vigilando cómo Bélgica lo cambiaba.
Esos años de jurisdicción universal en España y Bélgica fueron un paréntesis en la historia.
Sí. Totalmente. Hoy en día no habría las condiciones para crear la Corte Penal Internacional.
¿Hay más impunidad hoy en el derecho internacional que hace 20 años?
Vamos a verlo... Tenemos otro hito que es la decisión de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) con el caso de Sudáfrica contra Israel. La justicia internacional siempre ha sido un instrumento de occidente contra gente sin poder. Nunca se ha podido actuar contra actores occidentales potentes. Creo que el caso de Sudáfrica puede cambiarlo todo.
Hoy en día no habría las condiciones para crear la Corte Penal Internacional
Mucha gente no sabe que la Corte Penal Internacional (CPI) no ha condenado nunca a ningún jefe de Estado.
¡Es cierto! Nadie se da cuenta de eso. Lo recuerdo en muchos de mis artículos. Algunos dicen que solo se han condenado a líderes africanos. Pero es que ni eso. No era para eso que creamos la CPI…
¿Por qué cree que ocurre?
Hay un defecto estructural: la CPI no tiene capacidad de capturar a nadie, no tiene policía. El otro problema es la distancia. Hubo un caso contra los líderes de Kenia. ¿Qué puede hacer un tribunal en La Haya para juzgar hechos cuyos imputados tienen control sobre el territorio en su país? Es una justicia en el mejor de los casos muy distante, pero al mismo tiempo la existencia de la CPI es muy importante por varias razones: representa el compromiso de la comunidad internacional con la justicia. También porque las disposiciones del Estatuto de Roma están transpuestas en muchas leyes nacionales. A su vez ejerce una presión sobre los países.
Da la impresión de que al fin y al cabo es una corte subsidiaria: solo actúa cuando los sistemas nacionales no tienen esa capacidad.
Exacto, pero es que esa es la idea, la complementariedad. La idea desde el principio de la CPI es actuar cuando la justicia nacional no puede o no quiere actuar.
¿Cree que a día de hoy sigue siendo injusto el derecho internacional? La sensación es que solo se acaba persiguiendo a líderes débiles o sin influencia geopolítica
Es muy temprano para hablar porque el caso de Sudáfrica puede cambiarlo todo.
¿Pero hasta la fecha no cree que ha sido injusto?
Totalmente. Ha sido muy desigual. Siempre ha sido occidente el que impuso sus estándares y su ley. Para mí, el caso de Sudáfrica en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) va a tener o puede tener tantos efectos en el mundo como el caso Pinochet y la creación de la CPI. Demostraría que el derecho internacional también puede ser un instrumento de los oprimidos contra los poderosos. Puede suponer una reconfiguración del derecho internacional y que los países del sur tengan interés y posibilidad de recurrir a este tipo de justicia.
En esta misma sección, Philippe Sands admitía que el derecho internacional a día de hoy es injusto, pero confiaba que con el paso del tiempo, décadas o siglos, acabaría siendo algo más igualitario. ¿Comparte este optimismo?
¡Él fue nuestro abogado en el caso Pinochet! No puedo discrepar en nada con Philippe, es un tipo brillante y sabe mucho más que yo de derecho internacional. Yo no tengo su background académico, acabé aquí por casualidad. Pero como decía Martin Luther King: “el arco moral del universo tiende hacia la justicia”. Hay momentos en que es muy difícil pensar esto, como a día de hoy con lo que está pasando en EEUU, Europa o Israel.
También es un derecho muy lento.
Sí, pero es así como debe ser. Es un derecho que se hace con el tiempo. Para que algo sea una norma de derecho internacional, tiene que ser aceptado por el mundo entero. Eso requiere tiempo.
Y persistencia.
También. Y estrategia. Para mí, como abogado, ver que hace poco el mundo entero tenía los ojos puestos en el tribunal de La Haya durante las audiencias y el veredicto sobre la denuncia de Sudáfrica contra Israel, era como ver la final de la copa del mundo. Esto me alienta el corazón. Yo he escrito muchos artículos sobre la ausencia del derecho en medio oriente. Ahora el derecho está en el centro del debate.
La lentitud hace que algunos acaben muriendo en la cama: Duvalier o Pinochet, por mencionar algunos de los casos en los que ha trabajado. ¿Puede ser frustrante?
Sí que lo es. Para mí, pero sobre todo para las víctimas. Recuerdo la víspera de la vista con Hissen Habré: sus abogados dijeron que había tenido un infarto. Fue un bulo, pero te das cuenta de que quieres que sigan vivos para que puedan ser juzgados. Uno puede trabajar 25 o 30 años en un asunto. Tengo amigos que han estado décadas con un caso sin ningún resultado. Al final lo importante es la tenacidad, la perseverancia de las víctimas y la independencia del poder judicial. Estoy con un caso en Surinam, donde en diciembre se condenó a su expresidente por una matanza que cometió 41 años antes. En el lapso de tiempo pasaron muchas cosas, incluso su elección democrática durante 10 años.
El caso de Sudáfrica en la Corte Internacional de Justicia puede tener tantos efectos en el mundo como el caso Pinochet
¿Qué fue lo que le atrajo del derecho internacional?
Nunca lo estudié. Pero en 1984, siendo fiscal general adjunto en Nueva York, visité Nicaragua para ver con mis ojos la revolución sandinista. Conocía a un cura americano que me permitió hablar con supervivientes y víctimas de La Contra, la guerrilla antisandinista financiada por el Gobierno de Ronald Reagan. Regresé después a Nicaragua cuatro meses más y escribí un informe que acabó siendo portada del New York Times y se presentó en el Congreso. Eso fue clave para cortar la financiación estadounidense al grupo. Todo eso me cambió la vida y me llevó a los derechos humanos.
¿Es cierto que en su despacho de HRW tenía un mapa del mundo e invitaba a sus compañeros a señalar los países donde se encontraban tiranos y torturadores contra los que se debían abrir causas?
Así es [ríe]. Yo nací y crecí en Brooklyn, mi madre era una artista muy avantgarde y todas las paredes de la casa estaban llenas de cosas. Mi cuarto estaba lleno de mapas. Desde pequeño que los adoro y creo que influyó en lo que hago en la vida. Tenía ese mapa en la oficina y justamente pedí a mis compañeros, después del caso Pinochet, cuando se abrió el mundo de la justicia internacional, que vinieran y propusieran donde podíamos actuar. Fuimos poniendo chinchetas. Los periodistas adoraban esta historia.
También nos gusta ese apodo de “cazadictadores”.
Eso fue por un par de documentales que me llamaron así y se quedó. Es cierto que me ayuda en el sentido de que es muy mediático, pero a la vez desestima un poco lo serio o lo constructivo de lo que yo pretendo hacer. No vengo a rescatar a nadie como un superhéroe. Desde el primer momento, y esto es un factor importante en lo que hago, trabajo con las víctimas. Parte de mi trabajo es ayudar a formar, dialogar y hacer un verdadero partnership con ellas para que no se les ignore. Las cosas que logramos no son porque ha llegado de repente un “cazadictadores” y lo arregla.
Antes hablaba de su familia. Como descendiente de judíos, ¿le afecta a la hora de valorar lo que está ocurriendo en Gaza?
Me afecta mucho. Mi padre pasó años en campos de trabajo, era muy sionista. Siempre decía que si fuese más joven hubiese ido a Israel a combatir. Yo entiendo la importancia que tenía Israel en su momento como lugar de seguridad para un pueblo oprimido y casi exterminado. Yo soy judío, estoy orgulloso de la historia del pueblo judío pero no puedo aceptar que nos convirtamos en opresores. Y eso es lo que está pasando. Durante las décadas en que trabajé en derechos humanos intenté evitar el asunto. Ahora no. Creo que lo que está haciendo Israel en Gaza sobrepasa cualquier límite. Y no creo que sea bueno para el pueblo judío en general. Genera antisemitismo. Están haciendo lo mismo que hizo EEUU después del 11 de septiembre.
En EEUU (y también en Alemania) parece difícil criticar lo que ocurre en Gaza.
Pasé unos días en Alemania hace poco y es incluso peor que en EEUU. Es un fenómeno muy complejo, ya viste lo que pasó con la rectora de Harvard. Lo único que me alegra es ver la cantidad de judíos que protestan en EEUU, pero me preocupa que todo esto pueda hacer perder a Biden. Los votos de los árabes musulmanes son claves en swing States como Michigan. También hay muchos negros en EEUU que se identifican con Palestina... Es muy complicado porque muchos judíos también votan a Biden. Pero creo que su complicidad casi total con Israel puede inclinar la balanza hacia Trump. Tengo amigos progresistas que no van a votar a Biden por su política en Israel.
¿Cree que está en juego la democracia americana si vuelve a ganar Trump?
Sí. Puede ser el fin de la democracia en Estados Unidos.
Usted lo ha comparado en alguna ocasión con un dictador africano.
Creo que es incluso peor. Los dictadores africanos lo suelen tener más fácil porque no hay instituciones tan robustas. Si logramos sobrevivir al primer mandato de Trump fue en parte por la fortaleza de las instituciones americanas, pero también porque ni él se esperaba ganar. No estaba preparado y se rodeó de personas del establishment que lograron frenar alguna de sus derivas. Ahora es distinto, ya tiene todo listo para atacar desde dentro a las instituciones y contrapoderes estadounidenses si gana. Creo que podría ser el fin de la democracia en EEUU.