Seis presidentes del Gobierno y siete premios Nobel, entre otras personalidades ilustres, lideraron el Ateneo Científico y Literario de Madrid durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Eminencias como Marie Curie o Albert Einstein pronunciaron conferencias en sus preciosos salones, sus estancias acogieron debates en los que participaron figuras de la talla de Manuel Azaña, Ramón María del Valle-Inclán, Emilia Pardo Bazán o Antonio Cánovas del Castillo, y su biblioteca, una de las mejores de España, reunió medio millón de volúmenes.
Pero estos logros pertenecen a glorias pasadas y hoy el Ateneo madrileño, una institución privada de utilidad pública, languidece con apenas 2.000 envejecidos socios, un millón de euros de presupuesto anual y una plantilla de 19 empleados. En el 200 aniversario de su fundación, que se celebra durante estos meses, la entidad necesita con urgencia una auténtica revolución si pretende sobrevivir. Las alternativas pasarían por un big-bang que adapte el Ateneo a las nuevas tecnologías y hábitos culturales, abra sus puertas a las jóvenes generaciones, evite las luchas despiadadas entre sus socios y demuestre su utilidad para la sociedad madrileña del siglo XXI.
Juan Arminio Hernández, un arquitecto de 70 años y actual presidente del Ateneo, reconoce que la institución demanda una renovación a fondo, tanto en las formas como en los contenidos, y que los jóvenes permanecen ajenos a su oferta cultural. Una de las prioridades pasa por su puesta al día en las nuevas tecnologías y el mundo de internet. “Estamos abordando”, señala Hernández, “una renovación total en proyectores, pantallas, acceso a wifi o capacidad para transmitir actos por streaming. Al mismo tiempo, gracias al Ministerio de Fomento estamos realizando unas obras para mejorar las instalaciones y su accesibilidad que concluirán en diciembre. Hay que tener en cuenta que el Ateneo consta de tres edificios contiguos y a diferentes alturas y ello planteaba problemas arquitectónicos”.
Sin embargo, el presidente rechaza que la programación se halle desconectada de los temas más candentes de la actualidad, pese a que admite que el Ateneo proyecta una imagen anacrónica. “A pesar de la crisis de la pandemia”, agrega, “hemos convocado debates sobre asuntos sanitarios o actos sobre el centenario de la muerte de Pérez Galdós o la expedición de Elcano y Magallanes alrededor del mundo”.
Desde la premisa de que no se puede vivir de las rentas de una historia brillante, que reunió a la flor y nata de la intelectualidad española durante décadas, el Ateneo ha de superar el envejecimiento de una base social con una edad superior a 60 años y una escasa presencia de mujeres en la entidad, donde la única excepción femenina en la presidencia fue la historiadora y política conservadora Carmen Llorca entre 1974 y 1976. Pero una mayor apertura de la biblioteca a los investigadores o la creación de actividades para niños no han conseguido evitar el lastre de la falta de sintonía con la sociedad. Por otra parte, la crisis de la pandemia también ha afectado económicamente al Ateneo, que ahora no tiene apenas demandas de alquiler de sus salas.
A la hora de analizar esa menguada presencia en el panorama cultural madrileño, en comparación por ejemplo con otras instituciones como el Círculo de Bellas Artes o la Casa Encendida, el endiablado sistema para elegir a los dirigentes del Ateneo aparece como un gran escollo. Así las cosas, la junta directiva ha de renovar cada año a la mitad de sus 11 miembros a través de listas abiertas en un proceso que favorece la proliferación de capillitas, amiguismos y sectarismos y que ha marcado los últimos años de la vida del Ateneo. Hernández subraya que este reglamento, en apariencia más democrático, impide la planificación a medio y largo plazo. No obstante, la reforma de esos estatutos tan obsoletos, inspirados en prácticas del siglo XIX, nunca se ha planteado en serio o al menos no ha prosperado.
Al margen de subrayar los inconvenientes de este perverso sistema de elección de la directiva, Antonio Chazarra, profesor de filosofía emérito y destacado ateneísta, resume la actualidad del Ateneo con una frase muy rotunda. “La entidad necesita incorporarse al siglo XXI sin haber pasado por buena parte del XX”, apostilla tras recordar que el Ateneo fue intervenido por la dictadura franquista y sus cargos fueron nombrados a dedo hasta la llegada de la democracia. “Muchos ateneístas proceden de una tradición republicana y masona y, a veces, da la impresión de que el reloj se les paró en 1939. Las ideas de renovación llegan con cuentagotas en medio, todo hay que decirlo, de la indiferencia de instituciones públicas que deberían mimarlo como se hace en Londres, París o Berlín con sociedades del prestigio del Ateneo”.
Entidad privada de utilidad pública, el Ateneo subsiste con ayudas del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, que rondan el 30% de su presupuesto, y con las cuotas de sus socios que pagan 21 euros al mes. De otro lado, la vía de los patrocinios privados nunca ha sido tanteada con éxito.
En una desidia de doble vía ni el Ateneo termina de abrirse a la sociedad ni la cultura más viva de la capital madrileña acaba de entrar en su precioso edificio del centro de Madrid que inauguró Alfonso XII en 1884. Su imponente salón de actos o su galería de retratos de ilustres ateneístas ejercen de este modo más un efecto de disuasión, con intenso olor a naftalina, que de adhesión por parte muchos sectores culturales. De hecho, el público mayoritario de muchos de sus actos está formado por jubilados. “El Ateneo seguirá languideciendo mientras no se proyecte más hacia fuera”, sentencia Chazarra.
Observador atento de la evolución del Ateneo, periodista y autor de varios libros sobre la historia de Madrid, Rafael Fraguas utiliza términos como “cainismo, egos desatados, hiperasambleísmo o concepción patrimonial de los cargos” al referirse a los últimos años de la entidad. “Sin duda”, explica, “en la crisis permanente del Ateneo también se incluyen unos déficits culturales y de memoria histórica por parte de los más jóvenes, que dan la espalda a muchas de sus actividades. Este desinterés provoca que muchos socios se hallen anclados en los tiempos de la República o en las figuras de la generación del 27 y que adopten en ocasiones actitudes muy dogmáticas. En realidad, el Ateneo no deja de ser un reflejo de las dificultades que el desarrollo de un pensamiento libre y moderno encuentra hoy en España. Baste recordar las luchas de banderías y de camarillas que salpican las corrientes culturales progresistas”.
En cualquier caso, todos los ateneístas están de acuerdo en que la aguada, por causa de la pandemia, celebración del 200 aniversario debería servir para colocar al Ateneo en el mapa cultural de Madrid. De lo contrario seis presidentes del Gobierno, siete premios Nobel y centenares de los mejores intelectuales y artistas de la España del XIX y del XX se preguntarán para qué sirvió impulsar una entidad que representó ideas de progreso, libertad y cultura durante dos siglos.