Richard Ford ha estado durante las dos últimas semanas en España prestando su nueva novela, Sé mía (Anagrama, 2024). Primero en Madrid, en la Feria del Libro, y posteriormente en Barcelona, donde ha participado en el ciclo de conferencias y debates alrededor de la exposición Suburbia, organizada por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), donde ayer tuvo un encuentro con sus numerosos seguidores en la ciudad.
A sus ochenta años, ha querido regalar una última novela al personaje que le ha acompañado a lo largo de su carrera al igual que Harry “Conejo” Angstrom acompañó la de John Updicke –a quien venera y considera un maestro–: Frank Bascombe. El antiguo periodista deportivo y agente inmobiliario, ahora es un hombre de 74 años que adquiere conciencia de que su tiempo se acaba a causa de la enfermedad de su hijo Paul.
Bascombe recibe, tras esparcir desde un cerro las cenizas de su ex esposa, la noticia de que Paul padece la variante más terrible, si cabe, de la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Decide entonces acompañarle a Minnesota, donde se encuentra la Clínica Mayo, para un tratamiento pionero que de todos modos no va a evitar su muerte. Tras el mismo, padre e hijo se embarcan en un viaje a Dakota del Sur para visitar el monte Rushmore, que Frank visitó de niño con sus padres en los 50 del siglo pasado.
Sé mía es una novela tan redonda como cualquiera de las anteriores dedicadas a Frank Bascombe (El periodista deportivo, El día de la independencia y Acción de gracias, todas en Anagrama), un hombre que ha aprendido a ver el lado positivo de una vida especialmente dura, muchas veces dejándose llevar por sus imperfecciones. Pero tal vez tiene un aroma diferenciado de las otras, tanto por ser la última en la que aparecerá Bascombre –ya que así lo quiere Ford– como por mostrar un potente amor sin cortapisas, sin las clásicas “elusiones Bascombe”, hacia un hijo que se marcha del mundo y le ofrece unas lecciones vitales que le servirán para afrontar la vejez.
Estuvo ayer conversando con sus lectores para cerrar el ciclo de debates de la exposición Suburbia ¿Cómo le fue?
Muy bien. Mis lectores catalanes son muy expresivos, muy entusiastas y amables. No suelo reparar en estas cosas, pero en esta ocasión debo decir que fue muy bonito y me sentí muy afortunado por su interés y su agradecimiento.
¿Tuvo tiempo de ver la exposición?
¡Ya lo creo! Y me pareció muy notable: detallada, imaginativa, llena de arte, incluso había fotografía artística de artistas muy notables que no había visto antes... El único “pero” es que, siendo americano, había ciertos aspectos que no veo tan necesario resaltar, pero entiendo que el de aquí es un punto de vista distinto al nuestro y eso siempre es interesante de conocer.
¿A qué se refiere?
Me refiero a que se da una cierta sensación de que el suburbio es un lugar pesadillesco y lúgubre donde se sufre mucho. Tal vez se exageran los aspectos, que pueden parecer negativos, sobre la soledad, la naturaleza que los rodea, los miedos, el aislamiento, etc. Y lo cierto es que los norteamericanos estamos encantados de vivir en suburbios y no en ciudades, es un estilo de vida muy nuestro y nos gusta; a mí me gusta particularmente. Vivir en el suburbio es una elección voluntaria y satisfactoria para muchísima gente.
Pues leyendo sus novelas, especialmente Sé mía, se diría que la exposición contiene todos los ingredientes que usted describe cuando trata tanto la América del suburbio como la de los estados del Medio Oeste.
Es cierto, pero mira: yo describo esos ambientes y esos detalles, que puedes pensar que son bastante raros para ti, no te diré como normales, pero sí como corrientes. Para mí son los detalles que conforman el telón de fondo donde suceden mis ficciones. Son lo que es América para mí, ni en blanco ni en negro, ni como crítica no como alabanza; simplemente es lo que veo, así somos.
Sé mía es la última novela que usted va a escribir con Frank Bascombe de protagonista, ¿es cierto?
Es cierto. Sigo escribiendo novelas, por supuesto, pero Frank ya no me interesa; podría decir todavía un montón de cosas sobre él, pero se ha vuelto un viejo y la gente mayor no tiene nada interesante que decir a mi juicio. Y lo digo porque yo también soy un viejo [en febrero cumplió 80 años] y aunque haya mucha gente que pueda pensar lo contrario.
Hemos visto a lo largo de cuatro décadas y cuatro novelas a Frank Bascombe sorteando una cantidad de desgracias impresionante: la muerte de un hijo pequeño, el divorcio de sus dos esposas, un cáncer, un disparo, una depresión... Ahora acompaña a su hijo Paul, que tiene ELA en sus últimos días. Y en cambio usted le describe como un hombre feliz.
Lo es. Frank pasa por las cosas que todos pasamos a lo largo de una vida, las encaja y sigue viviendo.
Se podría añadir que “sigue viviendo con una actitud budista” para encajar tantos palos.
Esa es una observación interesante, porque yo soy budista. No quiero que hagas un titular con esto, no vaya a pensar nadie que lo soy en un sentido de seguir la religión, lo cual no es cierto, pero si he adoptado e integrado muchos de los principios filosóficos del budismo, sobre todo a medida que me he hecho mayor.
Me considero budista; no religioso pero si he adoptado e integrado muchos de los principios filosóficos del budismo
Recuerdo cuando leí en 1997 El periodista deportivo que me sorprendió la capacidad del Frank de entonces para eludir una realidad terrible como era la muerte de su primer hijo y su divorcio de la madre del mismo. Era un ser en perpetua huida hacia adelante, en la línea del Harry “Conejo” Angstrom de John Updike. En cambio, cuatro décadas después, Frank Bascombe parece haber madurado, no elude ya el sufrimiento que supone la enfermedad terrible de Paul, su segundo hijo.
Es que no puedes eludir los últimos días de la vida de un hijo con ELA, es tan terrible lo que le sucede que tiene que viajar ese tramo final con su hijo, y a la vez verse acompañado él también, porque es plenamente consciente de que, como viejo, también está muriendo, aunque lógicamente a un plazo más largo. El ver a su hijo muriendo le hace pensar en su propia muerte y le enseña a ser paciente y aceptar su propio destino tal como ve que su hijo se resigna al suyo.
Un hijo que él considera que no ha hecho nada con su vida...
Es cierto que es un hijo de 47 años que nunca ha tenido un trabajo ni estable ni notable, que no ha madurado, se mantiene semiadolescente, lo que hace más terrible su muerte, porque no había alcanzado muchos de los objetivos que pretende una persona adulta. Pero quise que en realidad Frank no sintiera solo lastima y compasión por Paul, sino también que obtuviera algo de él, más allá de por cómo Paul encaja su enfermedad, que es de las más terribles que pueda haber. Y por tanto, Frank termina admirando el modo de vida de Paul, aprende cosas de su hijo que nunca había apreciado. Aunque esté lleno de muerte, Sé mía no es un libro sobre la muerte sino sobre la vida, sobre cómo vivir.
Aunque esté lleno de muerte, Sé mía no es un libro sobre la muerte sino sobre cómo vivir.
Y es un libro que destila además un gran amor entre un padre y un hijo.
Por eso el libro se llama Be mine [en inglés]; porque tanto Frank como Paul quieren poseer al otro, ese ser que ha sido tan importante y tan amado, a pesar de todo, durante sus vidas. Significa: “sé mi hijo”; “sé mi padre”.
En el libro Frank tiene una serie de encuentros pagados más bien difusos con una masajista de estadounidense origen vietnamita, Betty, que navegan entre el sexo y una relación de conocimiento mutuo entre dos personas que empatizan. Son unos pasajes un tanto impactantes. ¿Le han generado críticas?
Pues como no leo las críticas, no sabría decirte.
¿Pero era consciente cuando escribía de que podían ser polémicos?
Sí lo era, sabía que determinada gente podía ponerse en contra mía, pero eso no me detuvo.
Se refiere al movimiento woke.
Sí.
¿Está en contra?
De cómo están las cosas ahora sí; de los fundamentos no, porque en sus inicios llevaban toda la razón en las denuncias que hacían en temas de racismo, machismo, etc. Pero aquí ha pasado como en todas las revoluciones culturales: llega un momento en que se pierde el control y cae todo en manos de los más intransigentes, o bien de los que tienen oscuros intereses.
Volviendo al libro, la relación con Betty nos muestra a un Frank imperfecto, que en lugar de esperar a su hijo en las instalaciones de la Clínica Mayo, se va a que una joven le dé un masaje y fantasea con llegar a algo más, si bien ahí queda todo. ¿Son esas “perdiciones” las que dan contenido a la obra y dimensión humana al personaje?
Bueno, él se dice: “estoy horas sentado en la sala de espera que es lo que tiene que hacer un padre, pero quiero estar en otro sitio, necesito vivir, placer...” Para mí, no haber escrito esta parte hubiera sido huir de lo que realmente quería hacer, que era mostrar a un Frank vivo, real, como somos todos. Hubiera sido aceptar los límites que me marca una parte de la sociedad que aborrezco.
Hablemos también de esos paisajes, primero de Minnesota, de la Clínica Mayo donde va a tratarse Paul, y después de Dakota del Sur, a donde viajan padre e hijo para ver el monte Rushmore. Son una América que desde Europa nos parece un tanto grotesca, pero usted sitúa a Frank con toda naturalidad en ellos, incluso cuando se ríe de los ejemplos más caricaturescos, como el Palacio del Maíz, el casino de la reserva nativa o el mismo monte Rushmore.
Así es como veo yo EEUU, o si quieres esa parte de mi país que corresponde al centro, es lo que hay; lo describo así porque creo que América es así, y Frank es americano, vive en ese escenario.
Parece tener una relación de amor odio con esa parte tan americana de él...
Yo prefiero llamarlo una relación de amor intenso y amor menos intenso; me refiero a que, como americano, ama el entorno que conoce, lo cual no quiere decir que sea ciego y no vea las cosas que no van bien o son grotescas, como ahora el Palacio del Maíz de Dakota del Sur, que es algo muy peculiar, aunque hay otras personas a las que seguramente les encante...
¿Por qué no reírte de Medio Oeste? Quiero decir que siempre que tengas en cuenta que tú formas parte de eso, que también eres un norteamericano como ellos
Respecto al casino de la reserva, mi editora me dijo que no puede existir un casino con sala de strip-tease dentro. Yo le dije que aunque había salido de mi imaginación, seguro que hay uno así, porque yo no puedo inventarme nada que no exista ya.
Creo recordar que en Resacón en las Vegas 3 aparece un casino en una reserva nativa con strip-tease...
¿Ves? [Risas]
¿No cree que hay ciertos intelectuales de las costas que critican el centro sin darse cuenta de que precisamente ahí esta la esencia americana?
Había en mi juventud un disc jockey de la radio muy famoso en EEUU, llamado Wolfman Jack, que decía que no puedes asegurar que una canción será un éxito hasta que no triunfa en el Medio Oeste. Es decir que la música se creaba en las costas, pero era el centro quien decidía si eso podía funcionar o no. Precisamente por lo que comentas de que el alma de EEUU reside en buena parte ahí.
¿Qué piensa, por ejemplo, de películas como Fargo, de los hermanos Coen, que directamente se reían de esa realidad, en su caso en Dakota del Norte?
La primera vez que la vi no me gustó, incluso me molestó por lo que comentas: la saña caricaturesca contra ese modo de ser y entender el país. Luego la he visto unas diez veces más y la encuentro divertida. ¿Por qué no reírte del Medio Oeste? Quiero decir que siempre que tengas en cuenta que tú formas parte de eso, que también eres un norteamericano como ellos, es un humor sano.
Para terminar: ¿Por que hay tanta gente en EEUU manteniendo una fe ciega en Trump?
Supongo que no les gusta la realidad que les rodea y buscan un argumento más acorde con sus gustos. No encuentro otra explicación, porque EEUU va económicamente bien, ha dejado muy atrás la crisis del 2008 y los que votan a Trump son además gente que financieramente está bien. No veo otra explicación.
Frank Bascombe es un demócrata convencido...
Así es.
¿Qué tendría que pasar para que terminara votando a Trump?
Parafraseando a Larkin, que no fuera Frank Bascombe. [Risas]