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El románico “sin techo”, la gran deuda con el patrimonio rural español

Hay despoblados y pueblos deshabitados. Los segundos se diferencian de los primeros en que todavía registran algún tipo de actividad vital. Lorenzo Chico es el último habitante de La Barbolla, el que lucha por que este municipio fantasma de la provincia de Soria no se convierta definitivamente en un despoblado. En realidad, el agricultor acude cada día para trabajar en sus naves y cuidar de la única vivienda que resiste en pie, pero no pernocta allí. Fueron sus padres los últimos que lo hicieron. En 1990, ya mayores, dejaron su hogar para mudarse a Soria. Fue entonces cuando el párroco les reclamó la llave de la iglesia. Al año siguiente, el templo de San Bartolomé celebraba su último oficio religioso. Era un funeral. Un hijo de la tierra regresaba del exilio para descansar eternamente en el cementerio. Aquellas exequias eran también las del propio municipio, condenado sin remedio al olvido.

Hasta aquella ceremonia, el edificio románico había aguantado en pie siete siglos como si fuera el tiempo el que tuviera que temer a la iglesia, y no al contrario. No pudieron decir lo mismo el resto de servicios del pueblo. Principalmente la escuela, que acogió su último curso en 1969. La exigua cifra de alumnos —tres en total— no era argumento suficiente para mantener a la maestra. Cuentan, como un acto heroico, que los tres niños tenían que recorrer diariamente a pie un trecho de media hora hasta el colegio más próximo, cargando con la fiambrera a cuestas, y comer en casa de una vecina, hasta la llegada del transporte escolar años más tarde.

La emigración en las décadas posteriores hizo el resto. Entre otras cosas, porque La Barbolla llegó a incorporar la luz eléctrica, pero nunca el agua corriente. Así que el retorno de los hijos que se habían exiliado por motivos de trabajo —siquiera en periodos estivales— se convirtió en tarea prácticamente imposible. A finales de los noventa, la diócesis de Osma-Soria se llevó de la iglesia el mobiliario de mayor valor, agudizando la brecha abierta con los vecinos. Como ya ninguna persona próxima podía acceder al interior al carecer de llave, tampoco podían preocuparse por cuidarla, por mantenerla, por ponerle freno a las goteras. En estas dos décadas, San Bartolomé ha sufrido más que en toda su historia precedente y se ha convertido en una de las 40 iglesias románicas de Soria en riesgo de venirse abajo. Una dolorosa realidad que ha alumbrado el grupo “Románico sin techo”, que lucha por revertir una situación más que complicada.

“El colectivo nace a raíz de la preocupación por el estado del románico rural soriano: tenemos iglesias con problemas en la cubierta, como en La Barbolla, y otras que ya están en el suelo, en ruinas”. Luis Carlos Pastor, profesor de Geografía e Historia jubilado, pone voz a la inquietud de docentes y estudiantes de la zona que se rebelan contra el abandono del patrimonio en los pueblos. “También tenemos templos ‘abiertos al cielo’: tú accedes al interior, miras hacia arriba y, como ya no hay cubierta, ves directamente el cielo”, aclara, sobre un concepto bellamente trágico para la salud de los edificios rurales.

Una tierra pobre

Pero, ¿cómo se ha alcanzado esta situación? Pastor se remonta a la forma de repoblación del territorio soriano en la Edad Media, que se organizó mediante las llamadas comunidades de Villa y Tierra: aldeas agrupadas en torno a una población principal que aprovechaban el terreno comunal fundamentalmente para la cría de ganado. Un sistema que sufrió sobremanera la irrupción de las epidemias, con la consiguiente reducción de habitantes. “En los siglos XIV y XV van a desaparecer muchas poblaciones y se llegan a contabilizar unos 400 despoblados”, indica el docente. “En algunos casos, las iglesias quedan en manos del municipio vecino, que las convierten en ermitas. En otros, acaban por desaparecer y hoy es imposible localizarlas”, precisa. O, para ser más exactos, sus piedras podrían identificarse en viviendas y calles de localidades próximas, adonde las condujera la clásica práctica expoliadora de los propios vecinos.

Una criba demasiado exigente para el denominado románico rural soriano. “Nuestro románico es pobre a veces; a principios del siglo XX se llegan a derribar iglesias porque eran de estilo rural. No hablamos de templos tan sólidos como los de Zamora o Palencia, simplemente de edificios de una nave con un ábside: lo primero que se venía abajo era la cubierta de madera, mientras que la bóveda de la cabecera podía aguantar si estaba bien construida”, relata Luis Carlos Pastor. El profesor se corrige: “Es un románico rural, pero no por ello menos valioso”.

Y entre los edificios que han aguantado lluvia, nieve y abandono figura San Bartolomé, en cuya “salvación” ha centrado el nuevo colectivo sus primeros esfuerzos. “Forma parte de un ecosistema de iglesias situadas en la zona soriana de Calatañazor, comparten una serie de rasgos comunes y han conseguido conservarse”, señala el historiador Josemi Lorenzo, que ha realizado un estudio pormenorizado del edificio. “No porque se encuentre en un despoblado, debemos dejarla caer”, enfatiza.

Edificios que no son BIC

Bajo el lema “Salvemos La Barbolla”, el grupo “Románico sin techo” entregó escritos de reivindicación y pidió entrevistarse con las instituciones implicadas: la Junta de Castilla y León, la Diputación de Soria, el Obispado de Osma-Soria y el Ayuntamiento de Quintana Redonda, de quien depende el núcleo de población. Sin embargo, el proyecto de restauración de la cubierta se ha ido demorando, el deterioro ha crecido y, por si fuera poco, se han encontrado con un obstáculo inesperado en el camino. “Aquí la diócesis tiene la política de no intervenir en los edificios que no tienen culto y la Junta no financia una obra si no se trata de un bien de interés cultural, así que no hay solución”, expone, un tanto confuso, Luis Carlos Pastor.

Una política injusta con la valía del templo, antiguo epicentro de la vida social del pueblo ante cualquier acontecimiento. El historiador Josemi Lorenzo reconoce que es “difícil mantener todo lo que está en pie en provincias despobladas como Soria o Zamora”, y subraya: “Lo mismo se trata de dar un uso diferente a los edificios”. Pastor propone, por su parte, un destino cultural o turístico para San Bartolomé. “Cuando hablamos de descentralización, no se trata solo de que lo que está en Madrid vaya a las provincias; también debe hacerse de las capitales a los pueblos. ¿Por qué no puede celebrarse algún acto en La Barbolla en lugar de concentrarlos todos en Soria capital?”, se pregunta el profesor. Y para que todo eso ocurra, además de financiación, es determinante que el propietario, la Iglesia, ceda el edificio o, incluso, lo venda a quien pueda darle un cometido. Pero la institución eclesiástica es reacia.

Como en Irlanda

San Bartolomé de La Barbolla es uno de los cuarenta casos de inmuebles históricos en riesgo de venirse abajo. Quienes piden frenar su deterioro no reclaman que todo vuelva a tener un uso, habida cuenta de que el culto religioso no tiene visos de regresar a zonas en las que, hoy por hoy, no hay pobladores. La solución que exigen es la consolidación de lo que queda en pie, con una política similar a la que se lleva a cabo en países como Irlanda. Allí, uno de los principales atractivos de sus bellísimas zonas rurales no está tanto en los templos que siguen vigentes, como en las ruinas de centenares de iglesias y cementerios que se han restaurado como testimonio histórico del pasado del país irlandés.

Lo que aquí sí tienen claro expertos y defensores del patrimonio es la necesidad de llamar la atención sobre una situación que es de emergencia. De lo contrario, solo quedaría una posibilidad no exenta de una perversa ironía. “En último caso, la única salvación es que llegara alguien de fuera e intentara comprar iglesias como la de La Barbolla para llevárselas”, plantea Josemi Lorenzo. Lo más trágico es que eso mismo —el 'autoexpolio' del patrimonio español— es lo que ocurría habitualmente en la España de hace un siglo. Artesonados, claustros, portadas y monasterios completos adquirieron la categoría de joyas artísticas para la sociedad en la medida que en que fueron arrancadas y enviadas en barcos a Norteamérica. ¿Podría ahora suceder lo mismo?