La huida de miles de judíos que encontraron una puerta de salvación en la estación internacional de Canfranc (Huesca) al destino que les aguardaba en los campos de la muerte tras la invasión de Europa por los nazis constituye la trama argumental de la última novela de la escritora Rosario Raro.
En “Volver a Canfranc” (Planeta Editorial), la autora recupera parte de una historia de la que se desconocía casi todo hasta hace unos pocos años, y saca del olvido a un puñado de héroes anónimos a los que vuelve a dar vida para poner ante los ojos del lector la emocionante epopeya que se vivió en la estación pirenaica.
El principal personaje del relato es Laurent Juste, trasunto novelesco de Albert Le Lay, jefe de estación de Canfranc durante la II Guerra Mundial, activo miembro de la resistencia contra los nazis y ángel protector para los miles de judíos que salieron de la “ratonera europea” creada por Hitler.
En una entrevista con Efe, Raro asegura que Le Lay, a pesar de ser condecorado tras la contienda por De Gaulle con la Legión de Honor y por la nación de Israel como Hombre Justo, renunció a ser ministro de la nueva república francesa porque su deseo era “volver a Canfranc”, a su trabajo en la estación.
Le Lay, según contó a la novelista uno de sus nietos, Víctor Fairén Le Lay, guardó sus medallas en un cajón y pidió a su familia que no contara su historia hasta su muerte en 1988, en San Juan de Luz a los 89 años.
Raro recuerda que Le Lay siempre dijo a todos sus conocidos que no hizo “nada más que lo que la dignidad le exigía”, una frase que, según afirma, “nos deberíamos grabar todos a fuego” y que revela su auténtica “talla moral”.
Laurent Juste-Albert Le Lay posibilitó la huida de personajes célebres como Marx Ernst, Alma Mahler, Josephine Baker o Marc Chagall, pero también de miles de judíos anónimos, un hecho que queda reflejado en las páginas de “Volver a Canfranc”.
Para recrear estos momentos, con la población de Canfranc tomada por los nazis y convertida en un nido de espías, Raro se sirve de los recursos de las novelas de espionaje, pero también de las bélicas y de las históricas, porque, al fin y al cabo, los hechos que cuenta son reales.
La imponente estación de Canfranc y la Fonda Marraco, que en la novela se llama La Serena, son los principales escenarios en los que se mueven nazis de la Gestapo y de las SS, miembros de la resistencia, espías y perseguidos.
Una fonda, describe Raro en su libro, al estilo del “Rick's Cafe” de la película Casablanca, en la que todos escuchaban a todos, lo que obligaba a los espías a servirse de claves.
Un espacio de encuentro en el que confluían personas de hasta 14 nacionalidades distintas, entre ellas los chóferes que trasladaban el oro que enviaban los nazis a Franco a cambio de hierro y wolframio para la industria de guerra, y en el que se lanzaban falsos rumores sobre el desembarco de los aliados en el continente europeo para confundir a los nazis.
Le Lay, señala la novelista, estaba tan centrado en su misión que pensaba que “cada hora que se dedicaba a comer o dormir una persona podía morir”.
Este personaje pudo llevar a cabo su labor con la ayuda de una red de apoyo, que la novelista recrea en personajes como Jana Belerma, camarera del Hotel Internacional de Canfranc, o Esteve Durandarte, contrabandista y bandolero, pero también activo luchador de la resistencia.
Asegura que quería que sus héroes fueran principalmente aragoneses y señala que aunque Le Lay fue de origen bretón, el carácter de las personas procedentes de esta región francesa se parece al de los de Aragón.
Admite que el primer conocimiento que tuvo sobre la estación de Canfranc fue a través de un libro sobre lugares abandonados, aunque fueron la investigaciones del periodista de Heraldo de Aragón Ramón J.Campo y los documentales realizados sobre lo sucedido en los años de la contienda lo que le llevaron a plantearse escribir una novela.
Confiesa que la primera vez que se situó frente a la estación de Canfranc se sintió impresionada ante su gran majestuosidad y cree que el nombre con el que se conoce también a la estación, “La dama dormida”, es prueba de que recuperará en el futuro su importancia.
Insiste en que la estación de Canfranc “está como hibernando, en un sueño profundo”, convencida de que el futuro será el “paso natural” entre Aragón y Francia.