RUIDO Y SILENCIO

Ruido

16 de diciembre de 2022 22:05 h

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Hubo un tiempo en el que Sabina era un flaco al que te podías encontrar en cualquier after de la época buscando caliche. Bajo la luz azulona de los retretes escribía la última estrofa de su próxima canción. Traía la voz quebrada de tanto tango, Ducados y gafas oscuras que le protegían del maldito sol de la mañana. Esas cosas. 

Recuerdo que fue un invierno, a mediados de los 90, cuando se subió al escenario del Palacio de los Deportes de Madrid con motivo de un concierto en apoyo a los pueblos indígenas. El concierto lo había organizado el poeta José Agustín Goytisolo y contaba con la participación de Aute, Paco Ibáñez, Burning, Juan Perro y el actor Juan Diego, entre otros. Sabina apareció en escena con Pancho Varona para interpretar un tema inédito que hablaba de una ruptura. El desafortunado aroma del desencanto estaba contenido en aquella canción que se tituló Ruido y que, meses después, saldría en el disco Esta boca es mía con coros de Javier Ruibal. Enorme. 

Yo había conocido a Joaquín muchos años antes, a mediados de los ochenta. Recuerdo que me dio un billete gordo, de los de cinco mil pesetas, a cambio de su primer disco con el que no estaba satisfecho, y que quería evitar a toda costa, incluso pagando, que fuera radiado en la emisora donde yo trabajaba. En aquellos tiempos Sabina vivía por donde el cine Doré, un piso de renta antigua en el que tenía una frase de Scott Fitzgerald escrita en el corredor: “Hablo desde la autoridad que me da el fracaso”. Fue Sabina, y no otro, el que me aficionó a la novela americana, a Fitzgerald, a Faulkner, a Hemingway y, cómo no, a Chandler y a Hammett. 

Se había afeitado las barbas, gastaba americanas con hombreras y había dejado de cantar a la decencia de la lucha proletaria. Ya no era cantautor al uso. Sus nuevas canciones trataban temas tan indecentes como las manchas de los colchones, el semen de los ahorcados y las noches de boda por lo civil. Los personajes que poblaban su literatura eran tipos de vida peligrosa, de esos que se mueven al filo de un cuchillo capaz de cortar la noche en dos. Siempre me dijo que no sabría dar un paso en el escenario sin Pancho Varona, su más hermano, el guitarrista que le ayudó a electrificar el rumbo. 

Puesto a recordar, también recuerdo una noche sabinera en la sala Galileo, cuando le pregunté a Pancho por aquella canción que siempre me pareció tan elegante, aquel tema que hablaba de una pareja en estado de descomposición y de cómo la herida convierte el amor en ruido. Entonces Pancho me contó que, en un principio, aquella canción titulada Ruido no era canción, era una letra sobrante que le pasó Pedro Guerra a Pancho, “a ver si te sirve”. Entonces era de otra manera. Pancho hizo la música y cuando se la llevó a Joaquín, este cambió la letra, dejando la primera estrofa, y también cambió la música. Hizo una rumba, “una rumba pero con esmoquin”, me dijo Pancho. 

En un principio la letra de Pedro Guerra decía así:

Ella le pidió que la llevara al fin del mundo

el pudo llevarla sólo al limite del mar

Y al final, llegaron juntos a un final de tantos rumbos

En estos días que la pareja Sabina-Varona ha roto el guion, el ruido se ha instalado en los medios. Y con el ruido ha venido el posicionamiento y el navajeo, llevándose tajos hasta el bueno de Leiva; sin comerlo ni beberlo. Y es que hay gente que no conoce bien la ley de la calle, la misma ley que se aplican los de la bofia cuando dos choris andan matándose entre ellos. Saben que, si intervienen, los choris se van a unir en contra del policía. Por meterse donde no le llaman. Con estas cosas, espero que Pancho y Joaquín arreglen pronto y que pongan a bailar el rock´n roll de los idiotas a tanto metiche, por decirlo en plan sudaca.