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La bomba nostálgica de 'Stranger Things'

Su mismo póster ya nos traslada a otro tiempo, al de los ochenta con Drew Struzan y sus fantásticas creaciones para la cartelera de Hollywood. Es el primer homenaje que salta a la vista de Stranger Things, aun sin haberla visto. Decía Susan Sontag en su obra Sobre la fotografía que “cuando sentimos miedo, disparamos. Pero cuando sentimos nostalgia, hacemos fotos”. La novelista, ensayista, fotógrafa y directora de cine defendía que el acto de querer capturar el momento es, en sí mismo, una rendición ante el pasado. Y revelar fotos no es más que el ansia por revivir recuerdos constantemente. La fotografía, como la añoranza, es algo inherente al ser humano.

Podríamos entender, según Sontag, que el momento actual dominado por la constante producción de remakes y reimaginación de mitos, no es debido tanto a la falta de originalidad como a la misma condición del artista. Falibles por naturaleza, nos hemos rendido a admirar objetos culturales que nos recuerdan a otros que ya disfrutamos antes.

Hoy existe toda una generación de realizadores audiovisuales que ha crecido con referentes a quienes pretenden rendir digno tributo. De Steven Spielberg a J.J. Abrams y de E.T. el extraterrestre a Super 8, se establecen lazos que nos llevan hasta el nacimiento de Stranger Things.

Seguramente han oído hablar de ella. Se trata del último éxito de Netflix, un logrado producto de entretenimiento que no para de sumar fans. Parece que el portal de VOD (Video on Demand) ha conseguido dar en el clavo con la serie del verano, ocho episodios cargados de guiños y referencias al cine de terror fantástico de los ochenta y noventa.

No es algo nuevo ni sorprendente que dentro de cualquier moda se dan corrientes que confluyen en objetivos. La que nos ocupa bebe tanto del terror de la escuela de Stephen King como del fantástico familiar de Spielberg, pasando por el imaginario estético de John Carpenter. No es la única, coexisten precedentes actuales en muchos ámbitos. Por ejemplo, en la animación, donde encontramos exitosas series con aire ochentero como Historias Corrientes, o esa rareza genial llamada Gravity Falls.

Stranger Things empieza así: un niño desaparece sin dejar rastro y sus amigos empiezan a buscarlo. Su investigación les llevará a desentrañar misterios y experimentos estatales que desatarán una serie de fenónemos paranormales cambiando la historia de la pequeña ciudad en la que viven. ¿Les suena? Claro, es Exploradores, Los Goonies, Encuentros en la tercera fase y muchas cosas más. Una bomba de homenajes que viene dispuesta a encontrar su hueco entre los fans acérrimos y los advenedizos desprevenidos del género. Nada es casualidad.

Especialistas del terror y directores de encargo

Hace apenas un año, los hermanos Duffer estrenaron una película que pasó más o menos desapercibida. Hidden (subtitulada inexplicablemente como Terror en Kingsville) era una paranoia tensa que encerraba a pocos personajes en espacios austeros pero opresivos. Más que dar miedo, lo que perseguía era poner nervioso al espectador hasta los límites que su paciencia le permitiese.

En España, aquel film salió directamente en formato doméstico pero no es difícil de adquirir y sirve para hacerse a una idea de quiénes son los responsables de Stranger Things. Matt y Ross Duffer tenían en su haber unos cuantos cortos y cuatro episodios de la serie Wayward Pines, pero nada hacía presagiar que de pronto iban a estar en el centro del foco mediático. Algo que confirma que hay ojeadores de talento en las oficinas de Netflix, y que han conseguido apuntarse uno de los tantos más inesperados de la temporada. No es azar.

Tampoco es casual que otro de los culpables de la serie sea Shawn Levy, conocido hoy por ser el director de mediocres productos de entretenimiento de consumo rápido y recuerdo breve. Suyas son Gordo mentiroso, Doce en casa o Recién casados, pero también la entrañable saga Noche en el museo.  El realizador, que cuenta con más oficio del que se le presupone, empezó a dar sus primeros coletazos dirigiendo algunos de los capítulos de un producto de Disney llamado Fenómenos extraños.

El título, que podía ser hoy la traducción española de Stranger Things, corresponde a una serie de finales de los noventa protagonizada por una niña enamorada de los fenómenos paranormales que desentrañaba planes gubernamentales descubriendo la existencia de fantasmas u ovnis. Es decir, pocas cosas se dejan a la pura suerte cuando se trata de vender una serie cuyo principal gancho es hacerte recordar.

El homenaje como símbolo de personalidad

Así que la cuestión que resta es la clave de todo. ¿Consigue Stranger Things ser algo más que un ataque de nostalgia? Lo cierto es que los referentes que se dan la mano en sus episodios son infinitos y no vale la pena enumerarlos todos. Van del easter egg nimio a la cita narrativa, pasando por el escamoteo visual más puro. Y hete aquí su primer logro: hacer individuales los hallazgos de su público. Cada uno reconoce en la serie de los hermanos Duffer aquellos títulos que le marcaron. Establece un juego que consigue ser diferente para cada espectador.

Cuando ya ha conseguido enganchar, por el ritmo de su trama y por lo llamativo de sus personajes, Stranger Things pretende ser algo más que un saco lleno de libros de terror. Su universo narrativo destila encanto justamente por su forma de “dar miedo”. En especial, gracias a una Winona Ryder en estado de gracia (e histeria) y una Millie Bobby Brown cómoda en la línea que separa lo bonito de lo aterrador.

Sin obviar, eso sí, que muchas de sus tramas secundarias están hechas con un molde perfectamente reconocible, que algunos de su personajes resultan tan desdibujados como previsibles, ni que la evolución de la mayoría brilla por su ausencia. Todo es parte del juego.

Uno como con el que los niños protagonistas pasan sus tardes, con giros inesperados, monstruos de otros mundos, carreras en BMX y música de The Clash. En el fondo, se trata de la imaginación de unos niños que se divierten siendo héroes.