“Creo que lo primero que diferencia a cualquiera que construya historias o tenga alguna inclinación artística es su capacidad para mirar de una manera excesivamente empática o sensible la otredad; es decir, el dolor de la gente, las inconsistencias del mundo, lo que te dicen los adultos”, decía Guillermo del Toro. “Eso me hacía escuchar al mundo de manera diferente, porque no entendía bien las reglas impuestas por los adultos, ni la salvaje brutalidad con la que los niños se divertían”.
De niño, el creador de películas como El espinazo del diablo o Hellboy veía en su entorno algo deformado, que le resultaba brutal y contra lo que tenía que defenderse. Sufría bullying casi desde que tenía memoria y engordaba porque así, cuenta él mismo, podía defenderse mejor. La fantasía, la lectura y la creación fueron su refugio.
Tal vez por eso, las historias de fantasía protagonizadas por niños y jóvenes han sobrevolado siempre su filmografía. Desde el niño que llega al orfanato republicano de El espinazo del diablo hasta la joven Ofelia de El laberinto del fauno: infantes a los que la fantasía salva y condena a partes iguales.
Lo explicaba en la profusa entrevista que le realizaba Juan A. Pedrero Santos en Las fábulas mecánicas: Guillermo del Toro, posiblemente el mejor ensayo sobre su figura publicado en castellano. Ahora, el realizador mexicano estrena serie en Netflix. Se llama Trollhunters y es la historia de un joven que se enfrenta a sus miedos con una armadura mágica y unos amigos trolls.
El camino del héroe
Jim Lake Jr. es un joven con 15 años y pocas preocupaciones más allá de estudiar y cuidar de su madre, una enfermera en eterno turno doble. Un día tropieza con un amuleto místico que le descubrirá una civilización secreta de trolls escondida bajo el pequeño pueblo en el que vive. Desde ese momento deberá asumir la responsabilidad de convertirse en Trollhunter, el protector de un mundo mágico de criaturas subterráneas.
La premisa de la novela en la que se basa la serie era bastante simple: un joven luchaba contra goblins, gnomos y criaturas de todo tipo pertrechado con una armadura mágica. También aprobaba ciencias, lidiaba con las hormonas adolescentes y las actividades extraescolares en la vida de un joven falsamente incomprendido. Es decir, Trollhunters no era nada rompedora dentro del canon literario de fantasía juvenil clásico.
Sin embargo, Daniel Kraus no estaba solo en la empresa de llevar a cabo su cuarta novela. Le ayudaba Guillermo del Toro, que aprovechaba la prematura fama del norteamericano para quitarse lo que parecía ser una espina clavada desde tiempos de instituto. También perfeccionaba su otra faceta: había debutado como escritor en 2009 cuando escribió Nocturna a cuatro manos con Chuck Hogan pero aun le quedaba mucho que contar. Nacía así una amena novela teen que se publicó en junio de 2015 y que se convirtió, sin haber sido ningún fenómeno de ventas, en una serie de animación de la mano de la más grande plataforma de VOD del mercado.
El pasado día 23 Netflix estrenó Trollhunters, una apuesta por la animación de carácter familiar que busca rellenar de producciones propias un nicho de mercado por explotar. Una serie de espíritu juvenil pero carácter infantil que recupera esencias de fantasía clásica más inofensiva.
A medio camino entre relato iniciático y la épica aventurera, la serie cumple su función de entretenimiento con mensaje positivo. La lucha contra el bullying, la necesidad de descubrirse a uno mismo, la capacidad de aceptar la diferencia o el uso con consecuencias de la violencia son algunos de los ejes temáticos que la sobrevuelan. Amén de ser una pequeña reivindicación de un subgénero hoy denostado como el de espada y brujería. Pero... ¿Es suficiente?
La eterna batalla de la fantasía
“Lo que se dirime no es tanto la presencia de lo real y lo irreal en un mismo plano de igualdad como la imposibilidad de que esa convivencia sea pacífica: fantasía y realidad chocan de manera inevitable”, decía Tomás Fernández Valentí en el ensayo antes mencionado. Valentí escribía esto sobre El laberinto del fauno pero la afirmación bien podría aplicarse a todo el cine de Del Toro. Para el realizador, lo mágico no tiene sentido si no engarza siempre con un discurso reflexionado sobre el mundo que nos rodea.
Trollhunters es un intento de reivindicación de esta máxima y una apuesta clara por revalorizar el fantástico juvenil en la pequeña pantalla. Pero se enfrenta a un problema que atañe directamente a su razón de ser: el choque entre los dos mundos que tan bien manejaba Del Toro es aquí un cúmulo de tópicos insulsos.
Lejos de la complejidad pop autoconsciente de series como El asombroso mundo de Gumball o la excelente Gravity Falls, Trollhunters se conforma con ser una hija rara de la serie animada de Kung Fu Panda, saga de la que Del Toro fue consultor creativo, y la mítica Gárgolas de los noventa. Aún con aciertos en su imaginería, todo lo que se supone que resulta edificante termina por ser aburrido.
Desde el compañero gordito y tontorrón con buen alma, hasta la absurda representación del género femenino cuya existencia solo sirve para colar una historia de amor juvenil: Trollhunters decepciona en lo fundamental y emociona en lo accesorio. Una oportunidad para reconciliarnos con la fantasía, pero también para ver el largo camino que queda por recorrer en la ficción animada.