El reconocimiento de la figura del arquitecto Shigeru Ban (Tokio, 1957) como premio Princesa de Asturias de la Concordia 2022 tiene un significado profundo que va más allá del que merece su figura individual y trasciende el ámbito de la disciplina para hacer referencia al papel que la profesión debe desarrollar en la sociedad, y a la evolución de esta.
La concesión del premio al arquitecto japonés valora su capacidad de compromiso con los menos favorecidos, a los que ha dedicado buena parte de su extensa carrera. Desde el año 1986 viene experimentando con tubos de cartón como material estructural, con los que ha levantado obras de grandes dimensiones, logrando aunar ligereza y costes reducidos. Poseen una gran carga creativa, basada en la originalidad de las soluciones constructivas, postergando otros aspectos como la búsqueda de la belleza o la voluntad de generar asombro.
A pesar de ello, sus originales edificios admiran, mostrándose eficaces y económicos al mismo tiempo. Entre los más relevantes destacan en Japón la Curtain Wall House en Tokio (1995), la Paper Church de Kobe (1995), la Naked House en Saitama (2000), y, en India, los bungalós de papel en Bhuj, construidos al año siguiente. Una de las intervenciones donde Ban alcanzó mayor visibilidad ha sido el Pabellón de Japón en la Expo de Hannover del año 2000, que ideó a modo de hermoso cesto de tubos de papel con trenzados oblicuos cerrando un espacio único que recuerda las cubiertas de hierro de los mercados y estaciones del siglo XIX. En aquel pabellón expresó la relación de la arquitectura tradicional de su país, de elementos ligeros y baratos, con la moderna tecnología que caracteriza a la industria nipona.
Con elegancia y sencillez formal ha logrado obras de brillante armonía en la Haesley Nine Bridges Golf Club House en Corea (2010), en el Centro Pompidou de Metz (2010), y en la catedral de Christchurch de Nueva Zelanda (2013), levantada con elementos ligeros tras el terremoto que arrasó la ciudad. En Madrid, en el mismo año, realizó un pabellón con tubos de papel prensado en el jardín del Instituto Empresa de Madrid, su único trabajo hasta el momento en España.
La carrera de Shigeru Ban transmite una elevada carga ética, no solo desde su faceta humanitaria, también explorando nuevas maneras de combinar elementos sencillos de escaso presupuesto para conseguir ambientes más confortables y humanos. Ha dedicado su vida a la investigación sobre el empleo en construcción de materiales humildes y elementos reciclables, y ha desarrollado un enorme esfuerzo intentando que la arquitectura responsable llegue a los más necesitados.
El interés de Shigeru Ban por buscar caminos alternativos y sostenibles a los problemas del alojamiento humano le ha llevado a viajar por el mundo implementando sus leves arquitecturas de emergencia en lugares con graves conflictos, ideando los proyectos en estrecho contacto y diálogo con la población local.
Su talento arquitectónico le ha permitido investigar en nuevos materiales de edificación y novedosos sistemas estructurales ligeros y de rápida ejecución, en línea con los mejores arquitectos renovadores de la construcción moderna, que sitúan su camino en el trazado por Le Corbusier, Jean Prouvé, Buckminster Fuller y Frei Otto, capaces de imaginar un futuro en el que la arquitectura se realice de manera más eficiente.
Las cualidades de Ban ya fueron reconocidas al concederle el premio Pritzker de arquitectura en 2014. No solo sus diseños merecieron el galardón, también la demostrada eficacia que aportaban al ser convertidos en realidad y utilizados durante las emergencias del genocidio de Ruanda en 1994, el terremoto de Kobe en 1995, el terremoto de Haití en 2010, o la emergencia nuclear de Fukushima en 2011.
La intervención de Shigeru Ban en estas catástrofes le llevó a comprender que su trabajo necesitaba herramientas para ser implementado con eficacia y decidió crear su propia oenegé, bajo el nombre de Voluntary Architects Network (VAN), que afrontaría otras tareas que no pertenecían específicamente al campo de la arquitectura, eran de ámbito social, de acción directa. Partían del reconocimiento de que los organismos oficiales carecen de los instrumentos apropiados para abordar las emergencias con la urgencia necesaria.
A través de VAN procesa todos factores implicados en una intervención de emergencia, la búsqueda de fondos, los materiales, la formación de las personas que deben implementarlos, logrando una eficacia que excede a la de los gobiernos. Su colaboración con Naciones Unidas se ha mostrado eficiente hasta el momento y no deja de llamar la atención a la comunidad internacional sobre la necesidad de dotar de mayor poder y medios a las organizaciones humanitarias capaces de abordar los problemas globales en un ámbito planetario.
Los premios que están recayendo durante los últimos años en arquitectos que trabajan en el campo de la emergencia social y de la construcción para los más necesitados parecen satisfacer la exigencia de que exista cooperación y concordia con los marginados en el concierto económico mundial. Pero también invitan a la melancolía, ponen de manifiesto que, lejos de ser un modo de subsanar las imperfecciones de un sistema eficaz, se trata de un tipo de esfuerzo desproporcionado ante el incremento incesante de las emergencias.
Terremotos, inundaciones, sequías y guerras constantes generan un volumen creciente de personas desplazadas, sin vivienda, en grave peligro de supervivencia, que suponen una tragedia a escala mundial. Los esfuerzos individuales y colectivos por paliar esas catástrofes merecen toda nuestra admiración y respeto, pero su acción supone un tratamiento de los síntomas, no de las causas.
La superpoblación no solo es el mayor de los problemas a los que se enfrenta la humanidad, es también el acelerador de la gravedad de todos ellos. La concentración de esa población en las orillas marítimas, con un nivel del mar en ascenso, es una garantía de que las dificultades no dejarán de crecer. La brutal aportación de CO2 a la atmósfera y el consiguiente calentamiento global es otro generador de catástrofes cuyas nefastas consecuencias ya son palpables. La creciente concentración de los seres humanos en grandes megaciudades supone que la escala de las complicaciones crezca en espacios urbanos cada vez más disociados del medio natural y más dependientes de quienes aportan los medios para que funcionen.
La manera en que el sistema económico y político afronta la lucha contra los problemas generados por él mismo carece de la energía y la convicción necesarias para solucionarlos. En este panorama de inacción sistémica contra los conflictos profundos de la sociedad, las aportaciones individuales suponen esfuerzos meritorios, pero en ningún caso deberíamos pensar que suponen la solución. Sirven para que se tome conciencia de los asuntos que sería necesario resolver, pero la trascendencia del desafío exige utilizar otra escala y mayor cantidad de medios, porque deberían evitar el sufrimiento humano en su grado más extremo.
Resulta muy preocupante que pequeñas oenegés como las del anterior premiado por la Fundación Princesa de Asturias, el cocinero José Andrés, o la de Shigeru Ban, Voluntary Architects Network, sean más eficaces luchando contra las emergencias humanitarias que los gobiernos con presupuestos descomunales cuyo principal esfuerzo se dirige a pagar los intereses de la deuda y apenas dispone de fondos para afrontar de manera efectiva las emergencias provocadas por las catástrofes naturales o por los embrollos políticos.
Las recientes palabras de Shigeru Ban agradeciendo el premio están relacionadas con la emergencia más grave que en estos momentos afecta a nuestro continente: “Estoy realmente encantado con un premio tan prestigioso por mis acciones de socorro, que llevo realizando desde el año 1994, a través de proyectos arquitectónicos para refugiados, y desastres acontecidos en todo el mundo. Además, mediante el apoyo continuo a los refugiados de Ucrania, me esforzaré en hacerlo lo mejor que pueda con este Gran Premio, y quisiera vincular este reconocimiento a la siguiente etapa de la reconstrucción posbélica”.
El premio a Shigeru Ban pone de manifiesto la importancia de la arquitectura en la vida de todos, y la obligación de contar con los arquitectos para mejorar las condiciones de vida de quienes más lo necesitan, un grupo que cada vez incluye a un número mayor de personas. Los arquitectos deben aplicar sus conocimientos, su imaginación y su inteligencia práctica a mejorar la subsistencia colectiva añadiendo previsión, planificación, empatía y generosidad a su trabajo.
Si la mayoría de los arquitectos trabajan para un cliente, algunos trabajan para la sociedad, y unos pocos para los dañados por las emergencias, Shigeru Ban es un profesional que vela por la supervivencia, y desdichadamente, que el bienestar se reduzca a la supervivencia amenaza al conjunto de la especie humana además de afectar a las víctimas de las catástrofes.