Sitges 15. El derrumbe del 'Rascacielos' de Ben Wheatley

El prolífico Takashi Miike se convirtió en el protagonista de la octava jornada al presentar a concurso sus dos últimas producciones (Apocalypse: The Great war of the Underworld y As the Gods Will) e impartir una clase magistral.

El festival encara su recta final dando lugar a las últimas carreras enre el Auditori y los cines Prado y Retiro, las últimas discusiones acaloradas alrededor de proyecciones sin un veredicto claro, y en definitiva a la sobredosis de cine que caracteriza el certamen. High-Rise, del muy estimado por el público Ben Wheatley, Live, el biopic insípido de Anton Corbijn, y The Pack, un cruce entre Cujo y Perros de paja, son las notas destacadas del día.

Rabia canina

Sin llegar a la explosión del cine mexicano, Australia vive un momento de bonanza tal y como indica la presencia abultada de películas de esa denominación proyectadas en los últimos días. The Pack no pasará a engrosar las producciones que constatan esa línea al alza por la que pasa la cinematografía “aussie”, pero se erige como la clase media necesaria para apreciar la alta. La película del debutante Nick Robertson se construye como un film de terror alrededor de la amenaza que una nueva raza de perros asesinos supone para una familia de granjeros. La dimensionalidad del filme es plana, y se agradece la poca pretensión y seriedad anhelada. Lo que permite registrarla como un simple “guilty pleasure”, consciente de sus limitaciones y de los lugares comunes por los que pisa.

La forja de un mito del celuloide

El fotógrafo Dennis Stock fue el responsable de inmortalizar al actor James Dean para la revista Life. Entre los fotogramas que capturó se encuentra la icónica imagen del actor de Rebelde sin causa paseando pitillo en labio por Times Square en una mañana lluviosa. Otro reputado fotógrafo reconvertido ahora en cineasta, el holandés Anton Corbijn, apuesta con Life por la relación que mantuvieron el retratista y la estrella en ciernes antes de que el último dejara un bonito cadáver para la posteridad, centrando así el metraje en esa relación como pretetxo para aproximarse a los albores de una carrera fugaz que lo convertiría en mito del Hollywood dorado. El director de Control opta por el academicismo para dibujar las vidas de estos dos artistas abriéndose paso desde dos posiciones muy dispares. Pese al potencial de la historia su retrato se deja arrastrar por un esquema llano, impersonal, encarrilado como un biopic que carece del alma y el sustrato necesario, pese al empeño puesto por un Robert Pattinson que le gana la partida al nada carismático Dane DeHaan en su papel como James Dean.

El declive de la torre de Babel

El Festival de Sitges y su público se han convertido en afiliados al cine de Ben Wheatley. El inglés ha demostrado ser un director todoterreno moviéndose con pasmosa facilidad por el terror (Kill List), el drama social criminal (Down Terrace), el humor negro disparatado (Turistas), o el drama de época psicodélico (A field in England), siempre condimentado con notas gruesas de humor negro. En su última tentativa se asocia con J.G. Ballard y su clásico homónimo de 1975 para edificar este rascacielo distópico que refleja el choque latente entre pobres y ricos en un hábitat que es un reflejo del capitalismo más lacerante de la era Thatcher.

En clave alegórica, Wheatley plantea en High-Rise un microuniverso inserto en un gigante de hormigón que dispone de todo tipo de servicios y en el que las diferencias entre los inquilinos de los pisos superiores y los de las plantas bajas se van acrecentando hasta ese punto de inflexión que desembocará en el caos y la anarquía. Esquema argumental propicio para que el cineasta británico aborde la lucha de clases, la denigración burguesa, la dificultad de nadar a contracorriente, el sexo y el hedonismo como un escapismo vacuo e inútil, o esos otros signos que destapan la decadencia del ser humano. Pese a los interesantes apuntes -no tan afilados como se intuían-, no solo en el texto (con ecos a Kafka y Orwell), también hay incontables logros en una forma que bebe del Brazil de Terry Gilliam, de Kubrick, y de la reciente Snowpiercer, este trayecto por los diferente pisos que componen esta construcción social pierde empuje en el momento que estalla el conflicto y la contención inicial da paso a un desenfreno caótico y desmedido con un discurso sobre la civilización demasiado subrayado.

A través de la mirada del personaje que intepreta Tom Hiddleston, un inquilino de la zona media a medio pie de los dos mundos enfrentados, se nos abre la puerta a un ecosistema fascinante, bizarro y excesivo que funciona como alegoría, pero al que se echa en falta la bilis de un cineasta radical, y cierta sutileza en el mensaje soterrado en esos cimientos construidos para albergar una sociedad ideal condenada a la distopía.