“Había monedas y sellos y todo”, cuenta Pablo Remón sobre los 25 años de paz de 1964 que parafrasea el título de su obra. Fue una de las dos grandes campañas de propaganda franquista del entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne. La segunda fue el referéndum de 1966 para aprobar la Ley Orgánica del Estado, pero esta obra no tiene ni va de eso. “El tema de la herencia del franquismo lo impregna un poco todo, pero muy en el fondo de las cosas”, explica Remón, como el hamletiano fantasma del padre que aparece en la primera escena y que es el catalizador de la acción.
Con 40 años de paz40 años de paz no puede hacer más con menos: un escenario que recorre 40 años de historia familiar, cuatro actores que son 20 personajes y un texto vibrante al que no le sobra ni le falta nada. Los personajes principales de la trama son los cuatro supervivientes de un general franquista (Francisco Reyes), muerto de un ataque al corazón el día que Antonio Tejero Molina entra armado en el Palacio de las Cortes pero -oportunamente- antes de su rendición. Muere feliz “como los locos, los niños y los generales victoriosos”. Le sobrevive su mujer (la deslumbrante Fernanda Orazi), despectiva y egocéntrica, perdida en los recuerdos de su pasado esplendor.
Después hay tres hijos. Un primogénito triunfador (otra vez Francisco Reyes), abogado de grandes números; una actriz y madre frustrada de 40 años (Ana Alonso) y el pequeño (Emilio Tomé), ex-yonqui, poeta fracasado, el más sensible, el más verdadero, que sigue viviendo con su madre. “Me gusta mucho abrir la escritura a los actores, dejar que ellos los terminen”, nos explica Remón. Y se nota. Los actores se desdoblan en personajes secundarios y rompen la cuarta pared para narrarse a sí mismos y para explicar al resto, sin confusión, en un extraño pero fluido ejercicio de conciencia coral.
La transición como marco, no como tesis
Los padres eran felices, los hijos no. Remón dice que el padre “muere feliz porque muere totalmente inconsciente, no se plantea la vida de la manera en que viven sus hijos”. La autoconsciencia de los hijos les hace infelices y espasmódicos, sujetos a epifanías y conatos de fuga que nunca les salen bien.
El tema es recurrente; en La abducción de Luis Guzmán también hay un padre ausente, fantasmas, dos hermanos antagonistas y una mujer que desequilibra sus tensas relaciones. El cineasta que se hizo dramaturgo -antes escribió Casual Day o Cinco metros cuadrados- sigue la senda de Juan Mayorga, un teatro donde la interpretación es ligera y la energía se concentra en torno a la palabra.
A pesar del título y de haber nacido en plena crisis de la cultura de la Transición, la obra no va de eso. “No tiene tesis, ni una idea, ni un mensaje claro que se pueda verbalizar -explica Remón.- El teatro que me interesa es un teatro de experiencia, más la idea de qué es lo que te llevas, tu relación con los personajes. Está explorando unos temas, unos personajes, la relación de nuestra generación con la historia pero no de una manera obvia ni categórica”.
Es teatro inteligente, pero no conceptual. No hay tesis pero pasan cosas. Y se rechazan los principios dramáticos del teatro clásico: hay epifanías que no producen transformación, pistolas que desdicen a Chéjov. “A veces en la vida las cosas no son tan claras. Se produce como una grieta pero no pasa nada.”
40 años de paz es una obra de Pablo Remón coprogramada y coproducida por Festival de otoño a primavera. Está todos los fines de semana en el Teatro del Barrio hasta el 6 de marzo. A partir de ese día, Remón reestrena La abducion de Luis Guzmán.40 años de pazFestival de otoño a primaveraLa abducion de Luis Guzmán