Este jueves se inauguró el Festival de Almagro y lo hizo como antaño, con la plaza a rebosar, con el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, paseando por las calles empedradas y con un estreno por todo lo alto de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, nada menos que El gran teatro del mundo, uno de los autos sacramentales más conocidos de Calderón de la Barca. Comenzó la noche bien arriba, con el premio Corral de Comedias que este año se entregó a Rafael Álvarez el Brujo, y acabó taciturna y un tanto mohína.
Sobre las ocho y media llegó el ministro de Cultura a la Plaza de Almagro. Tras unas breves declaraciones en que dijo que todavía no podían dar a conocer su prometida renovación del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, “los grupos de trabajo siguen en ello pero está en acuerdo de gobierno y se hará en diálogo con trabajadores y sindicatos”, declaró, se pasó al Corral de Comedias para entregar el premio al Brujo que comenzó carrera allá por 1970 en el TEI de José Carlos Plaza.
Mas de cincuenta años de carrera de este hombre de teatro que se ha vuelto juglar y comediante de la legua solitario en unipersonales que ha visto media España como El lazarillo de Tormes (1990), El avaro (1997), La Odisea (2012) o Iconos o la exploración del destino, obra está última que estrenará en el Festival de Mérida este año. En Almagro también presentará obra, Mi vida en el arte, unipersonal donde El Brujo afrontará el verso en una selección propia de creaciones clásicas. Si bien el acto comenzó bonito y poético con el flamenco del grupo murciano Cante Nuestro que interpretó un poema de Garcilaso de la Vega, hubo que esperar casi una hora para poder oír a este cordobés ingenioso, siempre con cinco gramos de oro en la palabra y otros tantos de incorrección incorregible.
Antes, el público que abarrotaba el Corral de Comedias tuvo que sufrir, a más de 35 grados de temperatura, los discursos del Alcalde de Almagro, Francisco Javier Nuñez, el presidente de la Diputación de Ciudad Real, Miguel Ángel Valverde y el vicepresidente de la Junta de Castilla la Mancha, José Manuel Caballero. Todos ellos representantes del Patronato del Festival a los que este año se unió el discurso del propio Urtasun que por lo menos fue más conciso. Discursos en los que los representantes apenas miraban al premiado que, en un extremo del escenario, parecía más un preso que el agraciado. Discursos huecos, alejados del teatro e innecesarios en un acto para celebrar y premiar carreras teatrales insignes de este premio que otros años se entregó a figuras como Michel Piccoli, José Sacristán o Julia Gutierrez Caba.
Para regocijo y salvación de unos espectadores que agitaban los abanicos con fruición le tocó finalmente la palabra a El Brujo. Y sin micrófono el actor restauró la comunicación entre escena y platea. Comenzó con palabras de Ghandi, defendiendo la vida frente a la destrucción, “mirar la belleza y el poder de la palabra en Ghandi, y era un político, así que no debemos perder la esperanza”, dijo con sorna. Y siguió con ciertas anécdotas conocidas que el actor introdujo con maestría en el evento. Contó aquella de Fernando Fernán Gómez recitando mirando al cielo de un teatro mientras una rata, allá por la posguerra, cruzaba el escenario y un espectador gritaba “olé”.
Fernán Gómez, ignorante de la presencia del animal, creyó que había hecho su gran monólogo, “eran épocas donde había ratas en los teatros, aunque a lo mejor ahora vuelven ya que el ministro es ecologista”, bromeó El Brujo atrayendo una carcajada sonora. Contó también lo que Adolfo Marsillach le dijo cuando vio el estreno de El lazarillo de Tormes en el propio Corral de Comedias. Marsillach le conminó a seguir, le dijo que triunfaría, que tenía algo en común con él mismo y con Nuria Espert, “hablas raro, en España si eres actor y hablas raro seguro que triunfas”. En definitiva, El Brujo estuvo cercano, dominando el escenario, emocionado y defendiendo la belleza, la cultura y el amor a la palabra.
Tras el acto el Festival se inauguró con un primer espectáculo, Lúmen, de la compañía portuguesa S.A. Marionetas, trabajo que pudo verse hace dos años en Madrid y que para llevarlo a cabo la compañía trabaja con las comunidades allí donde se realiza. En este caso, 40 voluntarios de Almagro participaron en esta obra de marionetas de gran escala que cuando comenzó tenía a una plaza con más de mil personas entregada y con la boca abierta. Ya había caído la noche, y aunque no refrescara ni un ápice la temperatura se hizo habitable y un numeroso púbico llenaba las terrazas, cenaba y disfrutaba de este espectáculo que fue decayendo a causa de una duración demasiado larga que no encontraba apoyo en una dramaturgia vaga y preciosista. Si bien era bonito ver la manipulación de los muñecos el tono se volvió facilón, los visuales que llenaban los edificios parecían de hace veinte años y la obra acabó con el sempiterno Ave María de Haendel cantado desde una de las ventanas del Ayuntamiento iluminado por estrellas blancas.
El gran teatro del mundo
Cerca de la media noche se estrenó el auto sacramental de Calderón El gran teatro del mundo, pieza de alegoría y símbolo cristiano que en el siglo XVII se realizaban para las festividades del Corpus. Este auto es uno de los más conocidos de los más de setenta que escribió Calderón. Volvía la compañía nacional a estrenar producción para inaugurar el festival. Su director, Lluis Homar, que también dirige el montaje, tildó de “idilio” la relación entre el festival y la compañía después de los desencuentros con el anterior director, Ignacio García.
La obra, que consta de 1.572 versos, es corta como es habitual en los autos sacramentales. La representación no llegó a la hora y media. Su estructura es sencilla, se divide en tres partes y basa su argumento en el tópico literario de “Theatrum mundi”, donde el mundo es un gran teatro en el que cada uno ha de desenvolverse en el papel que le ha tocado. Calderón hace un juego metateatral donde algunos han querido ver la génesis de Pirandello y, en vez de Dios, en este caso el personaje que todo lo gobierna se llama “autor”, interpretado por Antoni Comas, cantante que comenzó en el Liceu de Barcelona y que Carles Santos rescató para el teatro en los noventa. El autor otorga a sus intérpretes un personaje, la pobreza (Clara Altarriba), el rico (Pablo Chaves), el Rey (Jorge Merino), la labradora (Pilar Gómez), la niña (Malena Casado), la hermosura (Yolanda de la Hoz), y la discreción o buen juicio (Aisa Pérez).
Carlota Gaviño interpreta a su vez a El Mundo, que es en cierto modo el empresario de paredes del teatro, y Chupi Llorente hace las veces de le Ley de gracia, que enunciará cómo ha de llamarse la obra: “Ama al otro como a ti y obra bien, que Dios es Dios”. Los personajes recibirán sus ropajes, interpretaran sus papeles y les llegará la muerte que a todos iguala. Al final, el Autor designará quien está invitado, salvado, a la cena, es decir, al reino de los cielos. Todo es alegórico y con un mensaje de doctrina cristiana clara.
La composición y dirección musical está a cargo de Xavier Albertí, quien ha compuesto una música minimalista que va acompañando el texto desde la batería que interpreta Pablo Sánchez, y ha dirigido las partes musicales cantadas por el personaje de La Voz que también interpreta Antoni Comas. La escenografía es de Elisa Sanz, el asesoramiento de voz de Vicente Fuentes, el vestuario de Deborah Macias y la iluminación de Pedro Yagüe, grandes nombres de la profesión para apoyar este proyecto que llega tras otros dos buenos montajes de obras de Calderón que han tenido éxito esta temporada en la CNTC: El castillo de Lindabridis, dirigido por Ana Zamora; y El monstruo de los jardines, dirigido por el recién premiado en los Premios Max, Iñaki Rekarte.
Lluis Homar decide presentar un auto sacramental, tradicionalmente lleno de peripecias musicales y maquinaria teatral, de un modo descarnado y minimalista. Una apuesta válida y dentro de la libertad de creación que ha de darse el director de la CNTC. Una apuesta, por otro lado, que es fruto del binomio entre este director y el propio Xavier Alberti que comenzó con su andadura conjunta en la CNTC en el 2019 con otro auto sacramental de Calderón, El gran mercado del mundo. Aquel montaje, sin embargo, fue más gamberro, la parte musical se adentraba en el cabaret y, en un guiño contemporáneo con este género que supuso un lugar de experimentación, la segunda parte de la obra e representaba con una gran atracción de feria en mitad del espacio.
Esta vez no hay ese juego más propio de Albertí, que dirigió el montaje citado. Todo se escorará a una desnudez y austeridad más propia del pensamiento vital y escénico de Homar. Los tiempos son lentos, en algunos casos se actúa de manera hierática donde el verso queda dicho claro, pero sin intención interpretativa. Tan solo Carlota Gaviño intenta darle cuerpo y movimiento a su papel que va ejerciendo de hilo conductor de la pieza, pero sin conseguir tampoco que el verso brille, desaforada en la respiración incluso en ocasiones.
De igual modo, la música acompaña a la palabra de manera mínima. Pareciera que se intenta instaurar al montaje de una cadencia pausada que vaya acompañando a la palabra, pero desafortunadamente la vida se retira en exceso del verso y el actor. Incluso un actor desbordante como Merino anda un tanto constreñido. Las diferencias teológicas, de fe y de pura ética que plantea Calderón entre figuras como el que trabaja la tierra y el pobre, o de aquel con el ambicioso rico que todo quiere poseer, quedan taimadas, apagadas en un ritmo que más que cadencia se vuelve lastre. La noche concluyó ya de madrugada con un correcto aplauso.