Iniciativa Sexual Femenina lleva cuatro años ejerciendo como compañía. Con su anterior trabajo, Catalina, sorprendieron con una danza desmembrada y punkarra en el que se bailaba con todas las partes del cuerpo y la fisicidad se llevaba al extremo. Definen su danza como feminista, libertaria y antiacademicista. Operan con ritmos de producción propios, agarrándose como pueden a ayudas, becas y espacios autogestionados o de investigación. Son conscientes de que el sistema de producción cultural es un portero de discoteca al que hay que engañar. La pieza que ahora presentan en La Casa Encendida de Madrid, con entradas ya agotadas, Perpetua Felicidá, se fue cuajando durante dos años de investigación y se estrenó el año pasado en el Festival Grec de Barcelona, ciudad donde reside la compañía.
Sus componentes son de diverso origen: Élise Moreau (Francia, 1992), Elisa Keisanen (Finlandia, 1988) y Cristina Morales (España, 1985), conocida escritora que ganó el Premio Herralde en 2018 con Lectura fácil y encendió redes y termómetros morales cuando recibió el Premio Nacional de Narrativa en 2019. Aquello de “es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas” en la Barcelona postreferéndum. Algo de esa actitud agreste y frontal, combativa y desmesurada, tiene también la danza de Iniciativa Sexual Femenina. Con Perpetua Felicidá meten la cabeza y todo el cuerpo en el martirio femenino, su estetización y su sexualización.
La apuesta de la compañía está centrada en lo que ellas denominan “cuerpo violento”. Y en esta pieza fijan su mirada en el martirio para ir deconstruyendo, en códigos de movimiento, el sufrimiento. Pero no solo el sufrimiento de la mártir, sino también el del verdugo, o su reverso sádico, y el de un cuerpo contemporáneo y politizado que sufre unas veces consintiendo, otras siendo utilizado.
Feminismo creyente y lésbico
La compañía ha decidido, entre tanta mártir de la Santa Iglesia, posar su mirada sobre Perpetua y Felicidá, mártires del siglo II después de Cristo que son torturadas y asesinadas por el Imperio Romano: “Su historia es muy particular. Son ama y esclava pero al mismo tiempo son aliadas. A lo largo de la historia se las ha representado a una más blanca y a la otra más negra. Además, una es madre encinta y la otra es madre lactante”, explica Morales. “La historia de las mártires está llena de una misoginia tremenda, muchas de ellas son denunciadas por sus padres y esposos. Tuvimos acceso al relato del martirio de Perpetua y Felicidá que aún hoy se conserva y ya en ese texto son tratadas como genuinas lideresas por la emancipación del yugo romano. Hoy son consideradas por la comunidad queer cristiana, que existe, como la primera pareja lésbica. Incluso hay una pintura romántica que las presenta en prisión después de haber mantenido relaciones sexuales”, explica Moreau haciendo alusión al cuadro El triunfo de la fe del pintor irlandés de finales del XIX Saint George Hare.
Pero el centro neurálgico de la pieza es el dolor: cómo tratarlo y cuáles son los límites en un trabajo donde cada bailarina pasa por un momento de martirio en el que se le inflige dolor real en escena. “Todas pasamos por el papel de mártires, pero también de verdugos. Todas morimos y resucitamos en escena. Tenemos muchas pautas para cuidarnos unas a otras, pero también generamos momentos peligrosos y reales donde aparece el dolor y también el placer. En la pieza es fundamental que, si bien hay un momento en el que se te inflige dolor como bailarina, luego tienes que seguir trabajando con ese cuerpo dolorido, sin esconderlo, trabajando con esa sensación”, explica Keisanen. “La pieza se enfrenta y combate el concepto de la belleza del dolor generada a posteriori, la representación del dolor. No se puede generar belleza sin haber pasado por las etapas previas. En nuestra pieza recorremos en vivo todo ese camino previo”, complementa Moreau.
No censuramos que la gente se haga daño, lo importante es que lo haga con soberanía, desde una toma de posición. En ese sentido, nuestra propuesta tiene algo en común con las prácticas sadomasoquistas como un lugar de consentimiento y respeto
“Muestra una visión crítica hacia el dolor que no te dejan expresar, que hay que esconder”, prosigue Élise Moreau. “Esto es algo que pasa mucho en la danza contemporánea. Por ejemplo, en la tradición belga donde el trabajo de suelo es muy doloroso, o en las artistas de circo… Yo he hecho circo y duele mucho más que ser torturada en esta pieza. Y el problema es que, además, tienes que esconderlo en escena en pos de no se sabe bien qué”, concluye Moreau. “Aunque no censuramos que la gente se haga daño, lo importante es que se haga daño con soberanía, desde una toma de posición. En ese sentido, la propuesta de Perpetua Felicidá tiene algo en común con las prácticas sadomasoquistas como un lugar de consentimiento y respeto”, aclara Morales.
La obra, que comienza en estatismo y simbolismo sacro propio de las representaciones pictóricas de índole religiosa, va trazando, poco a poco, conexiones e hilos con el presente. Y, al mismo tiempo que se estructura en un tríptico religioso donde cada una será víctima y verduga, la compañía va tratando de conectar esa realidad con referentes actuales como la violencia en la política actual. Pero la capacidad de sincretismo de la pieza no acaba ahí.
Quiero ser santa, quiero ser beata
“Quiero ser canonizada, azotada y flagelada, levitar por las mañanas y en el cuerpo tener llagas”, cantaba Eduardo Benavente con su grupo Parálisis Permanente desde el rincón más punki y siniestro de 1982. Cuarenta años después, Perpetua Felicidá ha querido fijarse en esta época donde en la escena musical convivían el underground y el pop más liminal bajo un paisaje de delirio chillón y fluorescente. Pero Iniciativa Sexual Femenina ha decidido dejar fuera el underground y no tener ni un gramo de complacencia con la figura de la diva y de la mujer por extensión en aquellos años: “Nos hemos fijado mucho en la sexualización de los iconos pop de esos años. Es una época muy naif donde encuentras letras que exclaman con alegría barbaridades tipo: Tómame, déjame, cómprame, véndeme, átame, suéltame…, como hace la cantante Yuri en México en su tema Yo te amo, te amo”, explica Keisanen sobre una de las jarochas más queridas de la canción popera de México. “Queríamos conectar el trabajo con la representación sexy que del sufrimiento se da en esa época”, puntualiza Moreau.
Se puede pensar que hoy la cultura pop es menos machista, pero también que lo sigue siendo pero de manera más escondida
La visión de esos años, y en especial de la diva, es áspera y crítica, fuera de todo revival melancólico. La diva queda reducida así a gestualidad de un cuerpo femenino cosificado. Ante la pregunta de si la escena musical ha mejorado en algo en estos años o solo en corrección política, su posición tampoco es complaciente: “Se puede pensar que hoy la cultura pop es menos machista, pero también que lo sigue siendo pero de manera más escondida”, puntualiza Moreau. Morales es aún más ácida: “Más machista que ahora, imposible. Ahora la violencia está sublimada, se expresa de otro modo, ya no está en las letras. Solo hay que observar cómo se producen los discos y lo que se les pide a las artistas para que uno se pregunte si esa continua sexualización de la mujer surge de la propia soberanía de la artista o todo lo contrario. Mira el ”te quiero ride, como a mi bike" de Rosalía y los ataques que ha tenido que aguantar en redes. Se censura. Si no es por un lado, es por el otro. Que una mujer explicite que quiere follarse a otro u otra sigue siendo inaceptable. Insisto en la palabra soberanía, es una palabra que es vital en esta pieza. También es cierto que en los ochenta, con la honrosa excepción de Las Vulpes, esa soberanía ni existía”, concluye Morales.
La música es parte importante de la pieza. Aparte de la reproducida y arreglada, entre los que hay temas de Battiato, la comentada Yuri o música clásica interpretada por la hoy revindicada Nadia Boulanger, Iniciativa Sexual Femenina ha creado varios temas propios que cantan ellas mismas. “Es como un santoral que está dedicado a varias santas, a Santa Pelagia, Santa Teresa, Santa Godeleva…”, explica Moreau. “Yo produzco una banda de punk, At-asco. Cuando opino sobre lo que están haciendo muchas veces me dicen que no tengo ni idea, que yo no soy músico, y les digo que yo tengo una banda de punk que se llama Iniciativa Sexual Femenina. Y estoy absolutamente convencida de ello. Las canciones que hemos hecho son ya en sí un discazo muy punk, las tocamos con todo el cuerpo”, defiende Morales sobre estas canciones a capela que recuerdan más a un folk anclado en el romance medieval o la sesión de maitines que a una canción de los Misfits. Pero el concepto de punk es ancho.
La apuesta de Iniciativa Sexual Femenina es el de una dramaturgia de sincretismo contemporáneo que expone conexiones al público no discursivas; una danza visceral y política donde poder abolir la jerarquización. Se concibe la estructura de la compañía, al igual que la del cuerpo humano, desde una perspectiva anarquista. No hay jerarquías entre los componentes de la compañía como no las hay entre las diferentes partes del cuerpo. Se baila con todo: con el cuello, con el sobaco y con el coño. Un acercamiento, lejos de la habitual tradición compositiva y codificada de la escena y en especial de la danza, que está en sus comienzos y todavía busca un tiempo y un lenguaje propio, un saber dominar el espacio, el tiempo y la composición estética. El tiempo dirá cómo se va asentando su propuesta. Pero como dice el final de la potente nota a la edición del libro de Cristina Morales, Últimas tardes con Teresa de Jesús, escrita con motivo de la reciente muerte de Juan Marsé: “O sea, que ni captatio benevolentiae ni hostias: patada en los huevos, navaja a la yugular y carcajada al aire”.