El 22 de julio de este año pasó sin pena ni gloria. Nunca mejor dicho para hablar de ese centenario olvidado por el Ministerio de Defensa, el Ejército español y el Gobierno de España. Ese día, hace cien años, en los alrededores de una pequeña población a 60 kilómetros de Melilla, en Marruecos, el ejército español sufrió la gran derrota de su historia moderna: la batalla que la prensa denominó el desastre de Annual, donde murieron más de diez mil hombres españoles (no sabemos cuántos rifeños), en su mayoría pobres de solemnidad que fueron obligados a ir a una guerra que supuso el último intento de grandeza colonial española. Luego llegaría el pacificador y Marqués de Estella, el dictador Miguel Primo de Rivera, que reconquistó con saña vengadora y bombardeando a la población del Rif con armas químicas el protectorado español. Nada volvió a ser igual después de Annual, tuvo que marchar el rey Alfonso XIII, llegaría la República y arribarían los militares africanistas a España con sus métodos de guerra colonial a Asturias en 1934 y a toda España el 1936. Pero España parece seguir tratando su memoria con el mismo método de aceite de ricino que durante todo el siglo XX: con amnesia.
Contra esa inmersión en el olvido los únicos movimientos han partido de la sociedad civil española. Uno de los importantes ha sido la publicación del libro escrito por Jorge Martínez Reverte, El vuelo de los buitres, publicado en abril de este año, poco antes de que este gran periodista y escritor falleciera, y que es ya una de las lecturas obligatorias sobre Marruecos. El otro ha subido al escenario esta semana en el Teatro Valle Inclán del Centro Dramático Nacional: Rif (de piojos y gas mostaza), obra dirigida por Laila Ripoll y escrita por Mariano Llorente y la misma Ripoll. Es decir, Micomicón, una de las compañías veteranas del panorama escénico español y posiblemente la que más ha trabajado el teatro de la memoria histórica en nuestro país. La obra sitúa a Antonio, un español de un pueblo de la Andalucía profunda recién llegado al Rif tras la batalla de Annual para cumplir sus tres años de mili. Llega a Melilla, allí conocerá los cafés cantantes, descubrirá el cine, se le abrirá el mundo pero también toda la miseria humana disfrazada de corrupción militar y desvarío patriótico. Un viaje que le servirá a Micomicón para poder viajar en el tiempo, para ir adentrándose en ese laberinto que va desde la conferencia de Algeciras de 1906 donde España se reparte con Francia Marruecos hasta la Guerra Civil Española.
Pero si bien Micomicón lleva más de cinco lustros trabajando nuestra historia reciente, desde hace más de diez años el panorama escénico español parece haber girado el cuello para centrarse como nunca en nuestro pasado: Mathaussen, la voz de mi abuelo, de Pilar G. Almansa, Y los huesos hablaron de la compañía bien moderna y catalana Societat Doctor Alonso, Atocha el revés de la luz, de Javier Durán, los valencianos de la Crit companya con una versión teatral de Entre visillos de Carmen Martín Gaite, La geometría del trigo de Alberto Conejero, Alberto San Juan leyendo historia contemporánea como un poseso y haciendo una obra de revisión de nuestra historia reciente rodeado de libros en Autorretrato de un joven capitalista español, el Peñal de Ocaña de Ana Zamora, Miguel Hernández de Julio Salvatierra… “O Soliloquio de Grillos de Juan Copete”, dice Ripoll con buena memoria teatrera sobre esa obra que fue de las primeras que abordó los desaparecidos en fosas de la Guerra Civil en el año 2005 y que nunca ha dejado de representarse hasta hoy por compañías profesionales y aficionadas. Al preguntar a Micomicón qué creen que esto significa, Llorente lo tiene claro: “En el año 2001 se suma la primera víctima del franquismo constatada científicamente, la primera fosa que se recuperó, salieron 13, en Priaranza del Bierzo. Hace veinte años. En veinte años se han sacado nueve mil cuerpos, eso se ha filtrado a la sociedad, hemos puesto los ojos ahí. Y eso, lógicamente, nos llega a los teatreros” explica. “Ya no es una cosa que se decía que pasaba, ahora ahí están las evidencias y los testimonios. Ya no vale decir que todos hacíamos lo mismo. Cuando ves un cuerpo con un sonajero o un cadáver de un niño de catorce años no lo puedes negar. No cabe la interpretación, está certificado por forenses. Son muchas cosas las que han pasado, cosas que solo estaban en nuestra memoria. Y personalmente no me resigno”, dice esta madrileña, “me sigo acordando de muchas cosas que parecen que no han pasado. Por ejemplo, de cómo Madrid era una ciudad dura y hostil donde en el centro te perseguían continuamente fachas para darte una paliza, o de cómo con dieciséis años en una manifestación ahí abajo (la entrevista transcurre en la calle Embajadores a la altura de la calle del Oso, Ripoll señala hacia la Glorieta) la policía mató a dos estudiantes a tiros”, la directora madrileña se refiere a Emilio Martínez Menéndez, de veinte años, y José Luis Montañés Gil, de veintitrés años, asesinados en 1979 el 13 de diciembre de 1979 en una manifestación sobre el Estatuto de Estudiantes.
Desde Lope a las fosas de la memoria
Micomicón ya en sus comienzos, incluso montando en 1994 Mudarra de Lope de Vega en el que centraban el tiro en la Guerra de Yugoslavia que hacia resonar ecos de nuestra propia guerra, comenzó a hilar una tela de araña en torno a nuestra memoria y sus lagunas. Buen ejemplo de ello son las obras surgidas de la pluma de Ripoll: Ciudad sitiada, que inaugura en 1999 la escritura de esta madrileña, Atra Bilis en 2001, una farsa negra inspirada en La casa de Bernarda Alba que ha sido traducida y representada en medio mundo; y Santa Perpetua en 2010, obra culmen de esta serie que la compañía denominó “Trilogía de la memoria”. Un teatro comprometido y político, siempre concebido desde el juego teatral, que hunde sus raíces en el teatro clásico español y en el sello indeleble de la farsa esperpéntica de Valle Inclán.
Pero algo cambió con Los niños perdidos en 2005, obra sobre los niños muertos o desaparecidos en aquellas cárceles del franquismo denominadas Auxilio Social. Ahí comenzó en Micomicon un teatro cada vez más inserto en la investigación histórica. “En esa obra sí hubo necesidad de documentarse. Se hizo mucho trabajo de campo, mucha entrevista”, recuerda Llorente. “Pero fíjate, la primera fuente que abrió puertas fue el comic Paracuellos de Carlos Jimenez. Lo tenía metido en el cerebro desde que lo leí con catorce años. Y luego la madre de Mariano”, señala Ripoll recordando la historia de los abuelos de Mariano en una posguerra conquense. Su abuelo “ajusticiado” porque la familia había albergado a unos maquis, atado a un caballo que lo desolló después de una brutal paliza, su abuela encarcelada en Ventas, su madre y sus tías recluidas en el Auxilio Social. “Cuando lo escribí su madre ya había fallecido pero la obra está llena de los recuerdos de ella. Luego llegó el documental de TV3 Els nens perduts del franquisme y ya fueron sus autores, Montse Armengou y Ricard Vinyes, quienes nos presentaron a testigos y comenzamos el trabajo de campo. Ahí comenzó a ser muy importante el proceso de documentación”, argumenta Ripoll.
Cinco años después, en el montaje de Santa Perpetua, una farsa costumbrista que se convierte en doloroso realismo sobre la mujer en el franquismo y la estulticia y el hermetismo de la vida en los pueblos de España, una gran metáfora de como la verdad del pasado se esconde y se deforma, Micomicón entra en contacto con Francisco Ferrándiz, antropólogo cultural del CSIC, una autoridad en su materia que ahora asesora a la Secretaría de Estado de Memoria Democrática. “La relación con él ha sido fundamental en obras posteriores, ahí comenzó una relación muy fructífera con historiadores, científicos, antropólogos y asociaciones”, recuerda Ripoll. En Santa perpetua también entran en relación con Benito Bermejo, autor de Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen, figura fundamental para el montaje que Micomicón levanta en 2014 sobre los españoles deportados allí, El triángulo azul. “Y también en Santa Perpetua invitamos a Emilio Silva y comenzamos la relación con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Santa perpetua abrió muchos caminos”, recuerda Ripoll. Toda esa vía, ese modo de hacer en el que Ripoll y Lloriente se embarcan en procesos de documentación largos y extensos, en el que incluso a veces involucran a los actores que en una ocasión llegaron a meterse en la fosa excavada en Guadalajara en junio de 2017 en la exhumación de Timoteo Mendieta, ha llevado a esta veterana compañía a atreverse a hincarle el diente a Marruecos.
El Rif: bereber y olvidado
Casualidad o no el Centro Dramático Español está un tanto republicano. A este estreno donde Alfonso XIII no sale bien parado, se le suma la obra ahora en cartel Alfonso el africano, montaje de Chiqui Carabante en el que se cuenta como este mismo monarca se dedicaba a escribir y producir cine pornográfico: “En cualquier otro país del mundo sería normal que hubiese dos obras en el CDN sobre este monarca que mientras mataba al pueblo de hambre y mandaba a cientos de jóvenes pobres al matadero se dedicaba a hacer películas porno. Cómo no vamos a hacer teatro sobre eso”, se indigna Ripoll.
Ripoll, para hablar sobre el germen de este montaje, se retrotrae a la lectura de Humo humano, de Nicholson Baker. “El libro mete el dedo en la llaga del colonialismo, sobre todo británico. Se me tambalearon muchas cosas que daba por sabidas. Por ejemplo, estamos hablando siempre del bombardeo de Guernica como primero a población civil cuando estaban hartos, las potencias europeas, de bombardear poblaciones civiles en Birmania, en la India, en África, etc. Ahí surge la idea de hacer una obra sobre el colonialismo español sin tener que remontarse a Colón. Además, tengo una vinculación especial con Tánger, mi abuelo después de la Guerra Civil tuvo que emigrar allá, primero fue a la cárcel, luego quedó suspendido de empleo y sueldo y finalmente sus compañeros lo pudieron ubicar allí. Allí fue donde se crio y creció mi madre. Mi abuelo trabajaba en la Unión Radio, en lo que ahora es la SER”, explica Ripoll sobre el germen de la obra. “Cuando comenzamos con el proceso de documentación llegó la pandemia y el cerro de libros que teníamos se triplicó. Así fuimos centrando el tiro: en colonialismo español, Marruecos, el Protectorado del Rif”, explica Ripoll sobre esa parte de historia en la que ya no quedan testigos, tan solo los testimonios escritos y los estudios de los historiadores.
Libros fundamentales de nuestra literatura como La forja de un Rebelde de Arturo Barea, Imán de Ramón J. Sénder, El Blocao de Díaz Fernández, Tras el águila del César de Luys Santa Marina ( “que es un autor falangista que se metió a la Legión. Un libro tremendo, de una crueldad y una violencia brutal pero con una calidad literaria asombrosa, es un pedazo de autor”, apunta Ripoll), Cábila de Fernando González, La barbarie organizada, de Fermín Galán, el capitán que se subleva contra la monarquía en Jaca en 1930 tras lo que fue fusilado y a quien dedicara una obra de teatro Rafael Alberti. “Y Manu Leguineche, Enrique Meneses, Xosé Ramón e Fernández Oxea o el mismo Jorge Martínez Reverte y María Rosa de Madariaga, historiadora que es una institución en el tema y con quien hemos hablado mucho y tenemos la suerte de tener cerca”, concluye Ripoll.
Miles de lecturas y media historia de España del siglo XIX y del siglo XX concentradas en aquel conflicto: las potencias europeas interesadas en las minas del Rif, la oligarquía española haciendo negocio con el amigo del Rey, el Conde de Romanones, a la cabeza (un “pirante” diría La Pisa-Bien de Luces de Bohemia, de Valle-Inclán), la Primera Guerra Mundial, el líder rifeño Abd el-Krim intentando instaurar la República del Rif a la europea y revuelto contra España y Francia tras humillaciones y bombardeos a la población civil, Unamuno escribiendo en periódicos uruguayos sobre el peligro de los germanistas, Blasco Ibañez acusando a Alfonso XIII de instigar la guerra de Marruecos en beneficio propio, Azorín que clamaba en ABC aquello de “estamos en tiempos de guerra, nada hay más alto, más supremo, que la fuerza. Seamos fuertes. Brillen las espadas y retumbe largamente el cañón”. Al preguntar a la compañía cómo lo han abordado, Ripoll contesta: “Hemos tratado de hacer una obra muy abierta, épica, brechtiana, lo cual facilita la inserción de canciones y las rupturas temporales”. “Queríamos contar también lo que pasó antes de Annual y lo que pasó después. Y además hacerlo desde la visión de allá”, abunda Llorente. “Para eso ha sido fundamental contar con un Ibrahim Ibnou Goush, actor rifeño, además de Beniurriagel que es de donde era Abd el-Krim, bereber. Tuvimos la suerte de conocerlo estudiando en la Cuarta Pared y lo reencontramos poniendo copas en el Teatro Pavón. Y además, actúa y canta muy bien, toca los panderos, baila, habla tamazight, árabe, francés y español. Hasta los doce vivió en el Rif, ha sido fundamental para este montaje”, añade Ripoll sobre esta obra en la que Ibnou junto al propio Mariano Llorente, Arantxa Aranguren, Néstor Ballesteros, Juanjo Cucalón, Carlos Jiménez-Alfaro, Mateo Rubistein, Sara Sánchez y Jorge Varandela interpretan a más de treinta personajes.
“Sí, hemos sido muy ambiciosos y sabemos que se nos escapa el agua por las manos. Pero creo que la panorámica, el prisma de la obra, es muy rico”, confiesa Lloriente. “Nos interesaba mucho el Rif, que no Marruecos, la figura del Abd El-Krim, la historia del soldadito español que lo mandan allá a luchar por no se sabe bien qué. Y nos interesaba también el gas mostaza, los bombardeos con iperita. Hay un documental muy interesante, Arrhash de Javier Rada y Tarik el Idrissi, que ha sido fundamental”, película de hace doce años que los directores decidieron colgar en abierto en internet y que consigue hablar con testigos presenciales de aquel horror, y alerta sobre el alto porcentaje de cáncer en el Rif como más que posible efecto de aquellos bombardeos. “Con esa iperita, que el gobierno español produjo y también compró a los alemanes, se bombardearon zocos, mercados y poblaciones civiles enteras. Cuando el uso de esas armas químicas estaba prohibido tras la Primera Guerra Mundial”, explica Ripoll, una prohibición que el Gobierno español dedujo que no aplicaba a la población de otras geografías más allá de Europa. España nunca ha pedido perdón sobre estos bombardeos.
Finalmente, para explicar su apuesta Ripoll tira de sus raíces teatrales: “Nos centramos mucho en la corrupción. Y claro, nos apoyamos en Valle Inclán. Valle crea un tipo de personaje en teatro, sobre todo en Martes de Carnaval, que es el militar ridículo y grotesco. No hay que olvidar que el esperpento lo crea cuando está sucediendo todo esto. Y nosotros somos unos deudores del esperpento y de su teatro. Eso se nota en la función”, explica. “No somos historiadores, hacemos teatro, se trata de que el público venga y le pique la curiosidad, no ya de una batalla perdida como Annual, sino de la burrada que allí pasó, de lo que luego pasaría en nuestro país. Se trata de contribuir modestamente para que no impere como siempre en este país la desmemoria tejida de desconocimiento, que el público venga y luego ellos comiencen a rascar y conozcan”, concluye.