Cantautor de frases icónicas, que no son otras que las que se quedan en las memorias colectivas, Ismael Serrano ha decidido dar otra vuelta de tuerca a su carrera y dirigir la obra de teatro que escribiera hace ya seis años: El absurdo empeño de los delfines. Este madrileño del barrio de Vallecas, que ha sido capaz de llevar a cabo conciertos ante más de cien mil almas, de tener más de media docena discos de oro y platino, y de haber contado tantas historias como canciones tienen sus nueve discos en solitario, claramente algo sabe del escenario y la narrativa.
La obra podrá verse este jueves en lectura dramatizada en la Sala Mirador, sala madrileña del Barrio de Lavapiés. Una lectura que tiene todos los visos de ser montada en breve y que versa sobre la insolidaridad y aislamiento del mundo laboral. Unos oficinistas grises, que hablan pero no se comunican, van naufragando, desapareciendo en un despacho cualquiera. Este periódico contactó con el artista que está en plena gira de su último disco, Seremos.
¿Qué le llevó a decidirse a meterse en esto del teatro, a escribir primero y luego dirigir la obra?
A mí el teatro me encanta. Lo que he descubierto con el tiempo es que lo que más me gusta es contar historias. La música me apasiona, comencé a escribir canciones con quince años y desde entonces no he parado. Pero realmente lo que me gusta es contar historias, independientemente del formato.
Hace tiempo escribí un libro de poesía (Ahora que la vida, 2015), otro de relatos (El viento que me lleva, 2019), he escrito una obra de teatro musical infantil (Oliverio en la tormenta, 2017), ahora un libro infantil (Un hada diferente, 2020)…y me apetecía escribir teatro. En mis conciertos siempre hay una especie de dramaturgia, de componente teatral. Mis conciertos no son una mera sucesión de canciones, un concierto es siempre un relato. Yo intento incluso guionizarlo, me gusta jugar a eso: al recital que es mitad concierto, mitad obra teatral. Así que en esta ocasión he ido un poco más allá y he construido una obra de teatro que de alguna manera también conectan con mi manera de hacer música.
¿Cómo surgió el proyecto?
Es una obra que escribí hace tiempo, hace seis años. Cuando enseñé la obra a Juan Diego Botto, me hizo la propuesta de hacer una lectura dramatizada en la Sala Mirador, la lectura iba a hacerse hace dos años pero llegó la pandemia y hemos ido postergándola hasta que ha sido posible. Entre medias, como tengo una editorial (Hoy es siempre Ediciones), decidí editarla.
¿De qué va la obra?
Tiene que ver con cómo esta sociedad se va atomizando cada vez más, con una cierta sensación de aislamiento, con ese hiperindividualismo que nos lleva a vivir al margen de las luchas y las tragedias ajenas. Es la historia de unos oficinistas, una historia dura. En mis canciones siempre trato de dejar una ventana abierta a la esperanza, pero en esta obra de teatro no la hay, quizá por eso es un tanto desoladora. Son oficinistas que llevan una vida gris, hablan entre ellos, pero son incapaces de comunicarse. Y poco a poco van desapareciendo al mismo tiempo que desaparecen sus vínculos con los compañeros, con su realidad. En la obra hablan del absurdo empeño de los delfines por salvar a los hombres que naufragan. Así, cada día vamos viendo cómo se normaliza la insolidaridad y el aislamiento, cómo incluso conspiran unos contra otros, se van desconectando, aislando, naufragan y desaparecen.
La obra es un aviso. Esta deriva laboral y humana que sufrimos nos lleva a eso, a una realidad donde los derechos se contemplan como privilegios, donde vivimos esclavizados y entregados al trabajo. Ayer hablaba Feijoo de la gente que cuando está enferma sigue trabajando. Esto mismo aparece en la obra: cómo vamos entendiendo los derechos como si fueran privilegios, incluso abusos y cómo vamos cediendo derechos en una entrega absurda al trabajo.
¿Ahora que tenemos nueva Reforma Laboral, la obra se ha resignificado?
La obra sigue teniendo vigencia. Estamos ante una situación de un “turbo capitalismo”, en huida hacia delante ante un modelo que colapsa. No quiero parecer pesimista o querer decir que no hay manera de avanzar. Claro que existe una resistencia ante esa huida hacia delante del capitalismo. La reforma laboral es un respiro, pero la realidad es tan convulsa que la reforma ha quedado en nada. La pandemia o la guerra tienen que ver con un modelo que colapsa, un modelo que lleva a la precariedad en todos los ámbitos de nuestra vida, como bien decía Richard Sennett en La corrosión del carácter. Y esa precariedad se ha acelerado, ya no es solo laboral, esa sensación de pérdida de nuestras vidas, de no poder planificar, de ser rehenes, es la que está presente en la obra.
Elena Ballesteros, Aitor Merino, Armando del Rio y Santi Molero como actores, un plantel de actores bregados y bien conocidos. ¿Cómo ha levantado la obra?
Pedí ayuda a Juan Diego Botto y la Sala Mirador se puso a ello. Aparte de Elena Ballesteros, a quien ya conocía y ha colaborado conmigo en las voces en off del concierto con el que estoy en gira (este mismo 19 de abril actuará en Salamanca y el 25 en Barcelona), el resto fue a sugerencia de la sala. Además, el elenco ha ido cambiando porque esta lectura ha tenido varias fechas, ómicron mediante. Pero no quiero engañar: la propuesta escénica es muy sencilla, prescinde de escenografía y me he querido ceñir a una lectura. Es un primer paso, hemos estado trabajando pausas, tempos, cierta gestualidad, sin ir más allá.
¿Pero hay intención de montaje?
Sí, me lo he planteado y creo que eso estaba en la voluntad de Juan Diego cuando me lo propuso. Pero hay que ir paso a paso. Esto es un primer paso. Ahora, lógicamente, cuando la veo en los actores veo que molaría montarla. Y sí, me encantaría montarla y dirigirla.
Sigue con la editorial propia “Hoy es siempre ediciones”, nombre machadiano. En esta editorial publicó la obra que ahora presenta y también ha publicado un recopilatorio, precisamente, de escritos políticos de Antonio Machado, Del mañana efímero. ¿Cómo ve el futuro de la editorial?
Nació para dar cabida a proyectos propios y ajenos que no podían encontrar viabilidad en otras editoriales más grandes. En esas seguimos. Sigo tratando de encontrar ese tipo de proyectos, el libro de poesía que hemos sacado también de Pablo Guerrero… Ahora, me apetece ahondar en la vertiente política de la editorial. Creo que es tiempo de manifiestos. Como aquellos que surgieron en el 15M. Desde un Manual de autoayuda para gente de izquierdas, que estamos sumidos siempre en la melancolía, hasta un proyecto que tengo con mi amigo Joaquín Estefanía a quien he pedido un manifiesto socialdemócrata. Quizá lo más revolucionario hoy sea revindicar la socialdemocracia. El 15M, por más que hablen de socialcomunismo, tenía más de socialdemócrata que de otra cosa.
Pero mantener una editorial es muy complicado. Tienes que competir con grandes editoriales y en espacios de librerías que están muy copados. Es muy difícil, en este país editan muchas cosas y las grandes editoriales son muy potentes. Y si consigues ser visible lo eres durante muy poco tiempo. Luego ya no estás. Añádele a eso una crisis del papel ahora, no hay papel y si lo hay está carísimo. Es muy complicado.
¿Entonces tenemos nuevo autor y director de teatro, o no?
A mí me encantaría. Pero tengo cierto síndrome del impostor, siento que me he colado en una fiesta ajena. También me pasó cuando hice cine. Me da cierto pudor. Pero sí, sí, por qué no, qué cojones, me encantaría. Es más, algo hay por ahí con el propio Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta.