“Me da miedo el enroque en Catalunya”

Tierra Baja, del dramaturgo canario-catalán Àngel Guimerà, se estrenó por primera vez en castellano y en Madrid con una versión traducida de José Echegaray. Fue en 1896 en el Teatro Español y se convirtió en uno de los grandes éxitos de la temporada. No llegaría a Barcelona, ya en catalán (Terra Baixa), hasta un año después, convirtiéndose en uno de los textos clásicos de la literatura catalana.  

Para el actor y director Lluís Homar (Barcelona, 1957) este texto también se ha quedado anclado en su vida. Esta historia de un triángulo amoroso que saca lo peor de nosotros, nuestra animalidad  –como sucede principalmente con el personaje del cacique Sebastián– y que muestra cómo los abusos pueden minar nuestra autoestima –así le ocurre al rol de Marta– llegó a sus manos por primera vez con 17 años cuando hacía teatro amateur en el barrio barcelonés de Horta.

Desde entonces ha estado siempre presente, recordaba al señalar que fue una de las últimas obras que dirigió Fabià Puigserver, uno de los cofundadores del Teatre Lliure, en un montaje en el que Homar tenía el papel protagonista allá por 1990.  

Ahora el actor ha traído esta obra al Teatro Abadía de Madrid para mostrar por qué es uno de los actores más poderosos de la escena actual: se mete en la piel de los cuatro personajes principales con un monólogo que no da respiro. Y abunda en el tema de las emociones, que es lo que a él sobre todo le interesa.

“En las emociones estamos todavía en la Edad de Piedra”, afirma. Quizá por eso durante la presentación de la obra a la prensa actuó con cierta prudencia sobre dos temas peliagudos: la dimisión de Lluís Pasqual al frente del Lliure –un teatro que dirigió el propio Homar entre 1992 y 1998– tras las denuncias de acoso laboral por parte del colectivo feminista “Dones i Cultura” –“No voy a hablar sobre este tema”– y Catalunya –“Es posible llegar a entenderse. Ojalá hubiera un escenario de entendimiento para las dos partes”–.  Después concedió unos minutos a eldiario.es.

Hizo esta obra por primera vez con 17 años, en 1974. ¿Cómo ha cambiado desde entonces?

La diferencia es la vida. Si hago esta obra es por eso. Me conecta con cosas que para mí son importantes: cómo uno se relaciona con el amor, qué espera uno de la vida, cómo uno observa partes de uno mismo. Cuando leo el personaje de Marta me hace llorar porque conecta con aspectos míos. Yo siento que soy el mismo pero con consciencia de ser quién soy. Y de quién era.

Es un texto clásico, con unos valores universales. ¿Esta tierra baja y tierra alta, las pasiones oscuras y lo que se llama pureza están presentes ahora en Catalunya? Me refiero a esa línea divisoria entre lo que algunos entienden por lo puro y otros por lo oscuro.

En Cataluña, España, EEUU, Italia… Lo miro en un sentido genérico y no quiero salirme de allí porque en ese sentido tenemos mucho por aprender como seres humanos. Esta obra nos invita a crecer. Muchas de las cosas que vivimos como las vivimos son porque estamos atrancados. Quiero dedicarme a poder ayudar a que los seres humanos se afinen con la vida. Es el desafine lo que provoca disparates.

Sí, pero se lo decía por este tiempo tan emocional que parecemos vivir. Un tiempo que es, por otra parte, increíblemente teatral.

El teatro es una reserva indispensable para seguir creyendo en la tierra alta [la de buenas pasiones]. Al final es la responsabilidad de uno mismo para elegir con qué se vincula.

La obra tiene un par de personajes que se comportan como dos lobos. Es una muestra de la parte bestia, animal del hombre. ¿Es la que nos gobierna ahora?

Es que también somos esto. Yo apuesto por la parte luminosa, pero claro que tenemos esa parte de “esto va a ser así por mis cojones y porque yo decido que va a ser así y si te gusta bien y si no también”.

Bueno, eso recuerda un poco a las declaraciones de algunos…

Sí, por supuesto.

Antes ha dicho ‘ojalá hubiera un escenario de entendimiento’ en asunto de Catalunya. No parece factible, al menos ahora.

Factible sí, sólo hay que decidir quererlo. Pero cuesta mucho. Y la pena es que muchas veces hay cosas que cuestan y que da miedo que puedan llevar mucho tiempo. A mí lo que me da miedo es el enroque. Y lo que pienso es que esto va para largo.

Viene a Madrid con esta obra, ¿para oxigenarse de Catalunya?

Bueno, yo lo he hecho siempre. Pero es verdad que ayer llegaba a Madrid y pensé: “Uf, qué bien estar en Madrid”. Yo siempre me he sentido muy acogido en Madrid y aquí se vive de una manera muy especial el teatro. A nivel personal siempre hay un equilibrio entre Madrid y Barcelona. Luego están los aspectos políticos, pero hay una cosa de las personas. Y Madrid es una ciudad de acogida, abierta a quien llegue de fuera.

¿Catalunya también es una zona de acogida?

Bueno, las historias son distintas desde un lado y de otro. Pero claro que Catalunya es una zona de acogida… ¿cómo que no lo es?

Yo sólo preguntaba...

Por supuesto que lo es. Lo es de otra forma. Madrid siempre ha sido un punto de llegada. Y en las proporciones quizá no ha sido lo mismo, pero Barcelona, por naturaleza, siempre ha sido una ciudad abierta, al Mediterráneo, a Francia, y esa ha sido su identidad a lo largo de muchos años. Yo por eso apelo al espíritu de las personas. En la política muchas veces se cometen los errores, pero sigo creyendo muchísimo en la gente.

No quiere hablar sobre la dimisión de Pasqual al frente del Lliure, pero sí quiero preguntarle sobre su opinión acerca del hecho de que las denuncias que pueda haber sobre abusos sean buenas o por el contrario también puedan a llegar a ser peligrosas. ¿Cómo ve esta cuestión en tiempos del #metoo?

Es complicadísimo. Todo lo que está mal y está escondido hay que airearlo. Sea lo que sea y en la forma que sea. Hay muchas cosas que han pasado y que se han dado por buenas y que son barbaridades. Por ejemplo, tienes los abusos por parte de la Iglesia. Con la paradoja de que eran personas que estaban para ayudar… Y hay muchas cosas ocultas que están ahí.

Es verdad que como son cosas escondidas se puede utilizar también para crear otras cosas que no son verdad. Y claro que existe la manipulación. Pero por definición, todo lo que ha estado mal y el que lo ha sufrido tiene que salir y la persona responsable tiene que pagar por ello.

Por cierto, se le ve mucho en el teatro ahora…

Estuve seis o siete años sin hacer teatro porque estaba más con el cine y la televisión. Pero a raíz de que Gerardo Vera y Piru Navarro me ofrecieron dirigir en Madrid Luces de Bohemia me reconecté al teatro que había dejado. El teatro me permite hacer lo que yo quiero. Terra Baixa es una idea mía. Vengo de hacer Cyrano y Ricardo III con mi amigo Xabier Albertí…

Y ahora cuando vuelvo a Madrid pensaba qué bien estar otra vez por aquí. Pienso que a veces hay que dejar espacios para que las cosas respiren. Y tengo la suerte de poder hacerlo. A veces quiero trabajar en cosas que me muevan y me den sentido en lo profesional y en lo personal.