Lope de Vega tiene tantas obras de teatro como días hay en un año. Así las cosas, el descubrimiento de otra pieza del fénix de los ingenios debería tener tanto derecho a ocupar la portada de los suplementos culturales como el avistamiento de un nuevo sistema solar del tres al cuarto. Sin embargo, la aparición de Mujeres y criados, una comedia de enredo donde triunfa el amor mesocrático sobre la pretensión de la nobleza, atrajo la atención y por una buena razón. Teniendo en mente que Lope no cuenta con unas obras completas desde los 14 tomos que Marcelino Menéndez Pelayo reunió entre 1890 y 1902, la edición crítica que está realizando el grupo de investigación Prolope, artífices de la difusión de Mujeres y criados, es lo más parecido a la vida inteligente que uno puede encontrar en la filología española actual.
Escuchar los detalles del avistamiento por boca de Alejandro García Reidy, el Colón de Mujeres y criados, sonroja por el estado en que se hallan nuestros fondos bibliotecarios, tierra virgen para investigadores con ambiciones y recursos digitales a mano. Resulta que la Biblioteca Nacional tenía desde 1886 un manuscrito con la firma de un pseudónimo habitual del dramaturgo, pero nadie se había molestado hasta ahora en despejar la atribución anónima. Dos búsquedas en Internet, una en el catálogo de la Biblioteca y otra en Manos Teatrales, un archivo con las grafías de los copistas teatrales más habituales, aclararon en un instante lo que siglos de indiferencia habían emborronado.
Esta semana se estrenó la pieza en el Teatro Español y el público parece que se olvidó de poner el móvil en silencio, pues los sonitonos estuvieron presentes durante toda la actuación. Los aplausos fueron generosos y los diálogos en castellano antiguo causaron tanta risa como estupefacción. En la medida en que el humor presupone la existencia de un mundo común, no estoy seguro de si la actualidad de las bromas de Lope indica la universalidad antropológica de sus obras o la persistencia de la sociedad en que se hicieron. La cálida acogida que tuvieron las chanzas misóginas (“Cuando dice una mujer / ”no comeré de pesar“, / diez veces ha de almorzar / porque almorzar no es comer”) me inclina por lo segundo. No obstante, cabe indicar que para Lope la comicidad de la pieza también consiste en expresiones como “Verter vivas llamas por los poros”, poniendo el acento en el cultismo anatómico de los poros, ese “vocablo licenciado” que para nosotros no lo es.
A pesar de que la publicidad del estreno promete una orgía poscolonial, con la foto de un negro desnudo abrazando a dos señoras que sostienen una toalla por todo atuendo, luego resulta que el único actor de color del reparto tiene un papel de figurante con derecho a dos frases y los amoríos se establecen según una lógica eugenésica de clase media donde los negros, los gordos, los gafotas y los condes no pillan cacho. El tipismo de la adaptación, especialmente en lo concerniente a la banda sonora, compuesta por guitarras eléctricas sobre laudes y castañuelas, puede alcanzar el límite de la parodia cuando los protagonistas cruzan estoques bajo la alcoba de sus amadas a un ritmo digno de Águila roja. La comparación no desmerece a ninguna de las partes, pues es conocida la influencia del siglo de Oro en los tópicos del best seller castizo, que Rodrigo Arribas y Laurence Boswell, directores del manuscrito encontrado, redondean en esta ocasión con un baile final prácticamente saqueado de Bolliwood.
En cuanto al reparto de actores, será la voluntad de marcar contrastes, pues cada uno parece encarnar una obra distinta sobre el escenario. Los hay como Pablo Vázquez, que hace del conde Próspero una caricatura con un juego de manos que es la síntesis perfecta del señor Burns, una rociera y un trilero. Y los hay como Julio Hidalgo (Teodoro) y Javier Collado (Claridán) que interpretan prácticamente a héroes trágicos. Los personajes femeninos de Violante (Lucía Quintana) y Luciana (Ana Villa) son los que permiten mayor lucimiento en tanto en cuanto oscilan permanentemente entre ambos registros.
En el plano de la libre asociación comparatista, cabría establecer alguna relación entre el cogito ergo sum cartesiano y los juegos de palabras de Lope sobre la imposibilidad de dejar de pensar en el amado: “Yo me pongo a no pensar / porque el olvido socorra / mi amor. Si en no pensar pienso, / que pienso es cosa notoria, / luego no pensar no puedo”. También habrá intérpretes que vinculen la relación que tienen el personaje de Lope y el de Martes en Mujeres y criados con la que tienen Viernes y Robinson Crusoe en la obra de Daniel Defoe. En ambos casos nos encontramos con entidades propias de la economía política, ya sea bajo la forma de la esclavitud subsumida por la amistad, ya sea bajo la forma del pretendiente a casamiento convertido en mercancía animalesca, siguiendo la tradición (para nada esperpéntica) de identificar virtudes con especies animales, como dice Martes: “Yo digo que soy hidalgo / como un caballo alazán, / franco como un gavilán / y ligero como un galgo. / Soy como un gallo cantor / y diestro como un tahúr”.
Por lo demás, Mujeres y hombres es una pieza argumentalmente muy pobre, donde el nudo principal, dos mujeres con dos pretendientes al matrimonio nobles y dos plebeyos, se lleva a su culminación aprovechando que uno de los plebeyos se hace llamar igual que uno de los nobles, don Pedro, propiciando de este modo la anagnórisis cuando uno de los dos sea llamado al altar. A caballo entre Così fan tutte y La importancia de llamarse Ernesto, pero sin la moraleja de Mozart ni la pirotecnia de Wilde, Mujeres y hombres ingresa en el repertorio de las grandes comedias superficiales donde lo importante no es el qué sino el cómo.