Son días calurosos, por encima de los 30 grados. Es junio de 2017, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) lleva días excavando y recuperando restos de la fosa número 1 en el cementerio de Guadalajara. La magistrada argentina María Servini ordenó a través del principio de justicia universal una nueva búsqueda para encontrar los restos del padre de Ascensión Mendieta, Timoteo, sindicalista de la UGT que fue asesinado cuatro meses después del final de la Guerra Civil española.
En esos días de emoción y trabajo, Laila Ripoll y Mariano Llorente, de la compañía teatral Micomicón, compartieron las vicisitudes y las emociones de la exhumación junto a los técnicos de la ARMH y tuvieron la oportunidad de hablar y vivir nervios y confesiones con Ascensión. “Estábamos escribiendo una obra anterior, El bosque se espesa, y pudimos estar allí, sentaditos con ella mientras iban sacando la tierra. Me impresionó mucho aquella mujer, su tesón y su humanidad. Y fue ahí cuando empecé a darle vueltas, ¿y si esta mujer hubiera sido vasca, y un hijo suyo por circunstancias hubiese sido asesinado por ETA? No se me iba de la cabeza, así comenzó a pergeñarse esta obra”, cuenta Mariano Llorente a este periódico sobre el nacimiento de Nuestros muertos, obra que el 18 de enero se estrenará en la Sala Cuarta Pared.
Este periódico ha tenido la oportunidad de ver un ensayo en la nave que tiene la compañía en el barrio de Carabanchel. Sin luces, a pelo, con los actores entregados a la interpretación de un texto atravesado de dolor, arrepentimiento, pasado y dignidad. En escena están la navarra María Álvarez, que interpreta a una mujer que vio a los ocho años, en esos días previos a la Guerra Civil, cómo se llevaron a su padre y lo asesinaron; y cómo, muchos años más tarde, su hijo, que estaba fumando un cigarro a la puerta del trabajo, moría a causa de una bomba dirigida contra la Guardia Civil. La mujer, en claro homenaje a Mendieta, se llama Ascensión.
En frente tiene a Antxon, un etarra que cumple una condena de 30 años, lleva 22 en prisión, por asesinar con un coche bomba a un teniente general de la Guardia Civil, a su chofer, a una señora asomada en un balcón y al hijo de Ascensión. Antxon lo interpreta Carlos Jiménez-Alfaro, una interpretación llena de silencios y que sabe instaurarse en lo no dicho.
Ese es el centro de la obra, el encuentro entre estos dos seres humanos, un encuentro que se inspira en los encuentros restaurativos que impulsó el gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero y el entonces lehendakari Patxi López hace ya trece años. Duraron menos de un año, con la llegada de Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno no volvieron a producirse. Aun así, el impacto en la sociedad vasca y española fue grande, como demuestran la publicación de numerosos libros, películas como Maixabel u obras de teatro como la trilogía de la compañía Proyecto 43-2, Rescoldos de paz y violencia.
Pero la propuesta de Micomicón y de su director y autor, Mariano Llorente, no es documental. Personajes y diálogos están ficcionados y además Llorente se introduce en los recuerdos de ambos personajes. Ahí la obra se rompe en tiempo y situación, vemos el paso por el hospicio franquista de Ascensión o cómo Antxon perpetra un atentado con disparo en la nuca. Ese desdoblamiento está interpretado por Clara Cabrera y Javier Díaz, actores más jóvenes y que permiten que la obra coja vuelo y no quede reducida al registro naturalista de la entrevista.
Silencio y memoria
Micomicón lleva años removiendo la tierra, trabajando sobre la memoria. Desde que la compañía comenzó a estrenar sus propios textos ha atravesado la guerra de El Salvador en La ciudad sitiada (1999), los hospicios franquistas en Los niños perdidos (2005), las historias silenciadas en Santa Perpetua (2010), el grupo de presos españoles en Mauthausen en El Triángulo Azul (2015), el terror de las guerras y las represiones en Europa en Donde el bosque se espesa (2017) o su último montaje sobre Marruecos, RIF (de piojos y gas mostaza) (2021). Un teatro que fija su ojo en el ser humano aplastado por el horror, denunciando lo que el hombre es capaz y cómo en ese estercolero en el que se puede convertir la vida siempre hay espacio para la esperanza y la reconstrucción.
Esa diferencia entre las víctimas sigue existiendo, además con un agravio horroroso del lado de las víctimas de la represión franquista: muchos de ellos están desaparecidos, más de 100.000
El prólogo de la obra está firmado por el fotógrafo navarro Clemente Bernard. Un prólogo valiente, de mirada larga, que denuncia un diferente estatus en las víctimas de la represión franquista y las víctimas de ETA, estando las primeras olvidadas por el Estado mientras que las segundas tienen recursos legales y protección. “Ascensión soporta en su memoria el sufrimiento y el desequilibrio en el trato según mire hacia su padre o hacia su hijo”, afirma Bernard. Llorente coincide en esa apreciación. En uno de los momentos centrales de la obra, dice Ascensión al asesino de su hijo: “¡A ti, al menos te he podido mirar a los ojos. A los asesinos de mi padre… Mi padre no es una víctima… mi padre es un muerto más de la guerra…”.
“Las víctimas de ETA hace años estaban escarnecidas y vilipendiadas. Ahí está el libro de Jose María Calleja, La derrota de ETA, que lo explica bien. Eran insultadas, se les apartaba y se les estigmatizaba. Pero gracias a los muchos esfuerzos de la sociedad esas víctimas han ido cobrando un estatus que creo que hoy es sólido, están amparadas por el Estado. Pero, ¿quién reconoce a esos miles de personas que murieron en los primeros días, cuando ni siquiera se sabía que había una guerra? Toda esa gente, concejales, maestros, que no pertenecían a ninguna estructura militar y que fueron torturados y asesinados sin miramientos. Esas personas, ¿en qué guerra participaron? Esa diferencia entre víctimas sigue existiendo y con un agravio horroroso del lado de las víctimas de la represión franquista: muchos de ellos están desaparecidos, más de 100.000”, concluye Llorente.
En ese mismo prólogo, Bernard pone ejemplos de casos reales donde una misma persona ha sufrido ser víctima de procesos históricos diferentes, como el caso de la argentina Mercedes Colás, que emigró a España en 1931 huyendo de la dictadura de Uriburu, su padre fue asesinado por los requetés, ella fue torturada y pudo huir de nuevo a Argentina. Allí, en 1978, su hija fue secuestrada y desaparecida a manos de militares.
Al preguntarle a Llorente si para la creación de su Ascensión se ha basado en alguna historia real lo desmiente, dice que es imposible que no exista, pero que no era necesario. “Aun así, hablando con Emilio Silva, presidente de la ARMV, estuvo contándome casos donde esto sí pasaba, incluso en la figura de Tomás y Valiente”, dice Llorente sobre el magistrado del Tribunal Supremo que ETA asesinó en 1996. “Guardó siempre en su mesilla de noche la carta de despedida de un hermano de su padre fusilado por Franco”, contaba el hijo del magistrado hace unos años.
De todo ese abono de olvido y no reconocimiento surge el personaje de Ascensión, que además cuenta con una interpretación llena de mesura por parte de María Álvarez. También de esa intrahistoria unamuniana de los seres anónimos atravesados de violencia y resignación. Enfrente, Antxon es un ser derrotado. Todo lo que defendió se ha venido abajo. Al mismo tiempo, Ascensión intenta comprenderlo, pero también le espeta: “Solamente tenéis derecho a cumplir vuestras condenas, bajar la voz y la vista y llorar de vergüenza en un rincón. Y no esperéis que nadie os vaya a consolar”.
Está claro que donde esté gobernando la derecha no nos van ni a contestar, más allí donde esté Vox en los gobiernos, somo conscientes
Una mujer a la que, en el final de su vida, se le juntan pasado y presente y se ve sosteniendo en cada mano a un muerto. En una a un hijo y en la otra a un padre. Ascensión, con pena y rabia, dice haber querido tener en la Transición a una madre, pero que no puede sentirla más que como una madrastra soberbia y que no escucha, una madrastra que mientras acariciaba a los vencedores encerró en un sótano frío y húmedo a los vencidos.
La obra, que se estrena este mes, nace ya consciente de que más de media España le dará la espalda. “Está claro que donde esté gobernando la derecha no nos van ni a contestar, más allí donde esté Vox en los gobiernos, somos conscientes. Pero ya son muchos años de recorrer este país”, afirma Llorente que tiene en el recuerdo aquel montaje, Cancionero republicano (2006), que se topó con miles de dificultades llegando incluso a encontrarse silicona en las puertas del teatro donde iban a representarla.
“Creo que uno tiene que hacer lo que debe, más ahora que estamos en un momento político tan determinado. Además, desde que ETA cesó su actividad hace ya 12 años en Euskadi se ha avanzado mucho en hablar de otro modo. Los libros de Edurne Portela, de Jokin Muñoz, de Harkaitz Cano, de Ramón Saizarbitoria que es el padre de todos… Bueno, para mí, aun nacido en Madrid, la historia de ETA es también mi historia”, explica Llorente sobre lo que sabe es un tema controvertido. Por ejemplo, la citada obra de Proyecto 43-2 fue censurada ya en 2016.
Micomicón ya se ha llevado la primera bofetada de realidad política. La Comunidad de Madrid, en sus ayudas para la realización de actividades de teatro y danza, ha valorado el proyecto por debajo de los 25 puntos necesarios para recibir financiación. Algo incomprensible debido a la trayectoria de esta compañía que ha recibido infinitud de premios, “el responsable de esas ayudas era en su momento el hoy Consejero de Cultura, Turismo y Deporte Mariano de Paco. Le pedimos explicaciones, nunca nos las dio. Pero vamos a solicitar la ayuda otra vez, al final la obra se estrena en 2024 y podemos y vamos a hacerlo. Veremos qué pasa”, explica Llorente.