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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

De víctimas de los crímenes franquistas a acusados

María Martín López tenía 81 años cuando se sentó ante el juez instructor del Tribunal Supremo, Luciano Varela. Debía declarar sobre la desaparición de su madre el 21 de septiembre de 1936 en Buenaventura, provincia de Toledo. Tan sólo tenía seis años cuando la vio por última vez, pero en aquella sala recordó cómo se la habían llevado junto a otros 27 hombres y tres mujeres “por no tener mil pesetas que le habían pedido”. María creció y la buscó incansablemente. Hasta el final de sus días.

María ya no vive, pero su testimonio, ese que tuvo que dar entre el 31 de enero y el 8 de febrero de 2012 en la causa que se había abierto contra el juez Baltasar Garzón por investigar las desapariciones durante la Guerra Civil, permanece. Es más, ahora, gracias al texto teatral El pan y la sal, de Raúl Quirós, estrenado en el Teatro del Barrio, sus palabras vuelven a ser escuchadas en la voz de la actriz Núria Espert, que casi de forma inaudible responde al interrogatorio un tanto vergonzante al que le sometió el abogado de la acusación popular impulsada por el grupo ultraconservador Manos Limpias. Sin apenas voz, pero con el orgullo de defender una causa justa.

Durante aquellos días de enero y febrero de hace ya tres años no sólo pasó por el tribunal María Martín. También lo hicieron Emilio Silva (Pepe Viyuela), al frente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y nieto de desaparecido; Ángel Rodríguez -interpretado por Víctor Clavijo-, historiador que trabaja para la Asociación de la Memoria Histórica del 36, de Ponteareas, en Pontevedra; Josefina Masulén (Natalia Díaz), de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica de Aragón, y cuya abuela, entonces embarazada, también “desapareció”; Fausto (José Sacristán), de Pajares de Agaja (Ávila), quien se quedó sin padre a los dos años de edad; María del Pino Sosa (Gloria Muñoz), de la Asociación de la Memoria Histórica de Araucas, en Gran Canaria, y que también perdió a su padre; y así otros tantos familiares de personas que aún quedan en las cunetas. Todos ellos tuvieron que explicar por qué les buscaban y por qué habían acudido al juez Garzón para denunciar las desapariciones.

“Un juicio infame”

“Aquello fue un juicio infame porque, aunque el encausado era Garzón, a quienes se juzgó fue a las víctimas. Se convirtieron en los acusados”, explica el autor del texto Raúl Quirós, que vive en Londres y trabaja para el movimiento internacional Teatro por la Identidad, que también ha elaborado textos sobre las desapariciones durante la dictadura argentina.

Precisamente, esa infamia fue la razón que le llevó a recopilar los testimonios, darles una forma teatralizada y enviar el resultado final a Alberto San Juan, “que lo aceptó enseguida” y quien a su vez lo reenvío al director Andrés Lima. El resultado es una lectura dramatizada intensa y a ratos desgarradora en la que Baltasar Garzón (Gonzalo de Castro), el abogado defensor (Tristán Ullóa) y el fiscal (San Juan), los otros protagonistas, casi se convierten en actores secundarios mientras se escuchan de fondo los audios con los relatos reales de los familiares.   

“Lo que queríamos es que se escuchara a las víctimas porque no han sido escuchadas en España. Ellos llevan años desgañitándose por buscar a sus seres queridos, llorándoles. Esta lectura de urgencia había que hacerla, no sólo por el teatro, sino por la causa, ya que esa fue la primera vez y la última que se les pudo escuchar”, admite Lima minutos después de acabar el ensayo general y abrazar a la verdadera Josefina Masulén, que se ha acercado casi con lágrimas en los ojos para ver esta propuesta teatral. A su lado, Núria Espert también se emociona. El escenario, cubierto con fotografías reales de los desaparecidos donadas por las asociaciones de la memoria histórica, hace el resto para generar un clima catárquico y muy emotivo.

Una obra por la reconciliación

El actor Pepe Viyuela apenas necesita artificio teatral para saber lo que pudieron sentir las víctimas en aquel juicio. Su propio tío abuelo desapareció en 1937. “Se lo llevaron y murió en un sitio terrible como es el fuerte de San Cristóbal, a las afueras de Pamplona. Durante años no se supo qué había pasado hasta que le encontramos tras una exhumación en Berriozar”, cuenta. En esta lectura interpreta a Emilio Silva. Lo hace con el nerviosismo de quien nunca se ha sentado en un tribunal y menos por una causa así. “Esto es lo que tiene que hacer el teatro, recuperar debates que están apagados”, admite el actor.

Viyuela, además, se niega a caer en el discurso manido de la memoria histórica como una forma de revancha. “Al contrario, esto no es revanchismo, sino que juega con la conciliación. Entrar en ese discurso es una carencia de nuestra democracia. Mientras esto no esté resuelto no habremos cerrado la Transición. Hay que tener un respeto por todos los que murieron. No se les puede devolver la vida, pero sí se puede hacer algo”.

La lectura termina con el inapelable “visto para sentencia” del juez instructor. Después hay breves alegatos por parte de las víctimas. El más demoledor es el que recita Núria Espert: “España es el segundo país, después de Camboya, en número de desaparecidos”. De hecho, sólo por la Guerra Civil, la cifra asciende a los 140.000. Entonces, el volumen de las voces grabadas de los familiares se eleva hasta volverse casi ensordecedor, y acaba la función.