El Batman de Christopher Nolan marcó un antes y un después en la historia del cine. Lo hizo para bien y para mal. Entregó una trilogía adulta, oscura y rompió los prejuicios de aquellos que miraban al cine de superhéroes por encima del hombro. En el lado negativo de la balanza, su éxito arrollador de crítica y público creó un precedente peligroso que todos intentaron imitar. Warner se rindió al estilo de Nolan e intentó copiar la fórmula una y otra vez... hasta destrozarla. Aunque sus mejores resultados estuvieran con las películas que se alejaban de aquel estilo (Aquaman o incluso Shazam), ellos seguían empeñados en trascender.
Tras el fiasco de Batman v Superman y de la Liga de la Justicia de Zack Snyder (y Joss Whedon), había muchas ganas por ver el enésimo intento de recuperar a uno de los héroes más importantes del cómic y uno de los más conocidos y carismáticos. Para hacerlo, desde Warner se apostó por un artesano que siempre cumple, Matt Reeves. El director parecía encajar en lo que necesitaba una superproducción como esta. Ya lo había demostrado en El amanecer del planeta de los simios y La guerra del planeta de los simios, donde logró imprimir personalidad en una franquicia que podría haber apostado por lo rutinario.
Con The Batman, Matt Reeves demuestra de nuevo su capacidad de dotar de un sello visual a una película de estas proporciones y le confirma como uno de los grandes directores de escenas de acción del Hollywood actual. Su principal problema es que nunca consigue quitarse la sombra acechante del Batman de Nolan. El problema es que ni lo intenta. Es una película tan espectacular en lo visual como autoconsciente y pagada de sí misma. Es un Batman que quiere ser trascendente en cada plano, en cada encuadre y en cada planteamiento y que pocas veces lo es. Reeves lo intenta hasta en un travelling a un café. No es ironía. En un momento del filme, la banda sonora arranca atronadora mientras la cámara se acerca a una taza con una interrogación dibujada en su crema. El resultado es que acaba saturando y su necesidad de epatar en cada fotograma termina siendo un tiro en el pie.
Una película que se cree más oscura y más grunge de lo que es. La muestra es que comienza y termina con un topicazo como el Something in the Way de Nirvana. Lo hace en un juego de espejos donde la película muestra realmente su núcleo argumental, una crítica a la venganza como motor de la sociedad y una apuesta por la esperanza y el optimismo. Tampoco ayudan la machacona banda sonora de Michael Giacchino, las referencias al mundo actual (corrupción, redes sociales, crispación) metidas con calzador y una trama que podría servir para una entrega descartada de Saw.
Aquí Batman va descifrando los acertijos de Enigma. Lo hace siempre él, con una facilidad aplastante y ante la atenta mirada de los policías, que no se saben ni la adivinanza más básica. Una trama en forma de puzle que también se cree más inteligente de lo que realmente es. Aquí radica otro de los problemas de este Batman, en su debilidad argumental y en dejar escapar a un actor como Paul Dano como malo malísimo. No hay villano, y películas como El caballero oscuro o incluso la última entrega de Los Vengadores ya han demostrado que un filme de superhéroes necesita uno tan carismático y potente como su héroe. Miedo da lo que pueden hacer en la secuela tras ver esa escena que abre la trama para la continuación y que es puro fan service.
Es una pena, porque todo esto (y su larguísima duración de tres horas) empaña un filme que por momentos es vibrante, entretenido y muy espectacular. Que tiene ideas originales como no mostrar por primera vez la muerte de los padres del héroe y que consigue varios momentos que merecen ser vividos en una sala, como la primera llegada de Batman al club del Pingüino, una escena de acción solo iluminada con los fogonozados de los tiroteos y un potente clímax final en los techos de un estadio. También se desaprovecha el carisma de sus dos protagonistas. Robert Pattinson tiene hechuras de Batman. Su rostro anguloso es perfecto para el traje, su rollo gótico encaja a la perfección con el trauma del héroe y nos hace olvidar al pavisoso de Ben Affleck. Zoe Kravitz es una Catwoman que rezuma carisma y fotogenia, pero en un personaje desarrollado con apenas dos pinceladas.
Puede que la trilogía de El caballero oscuro ya fuera engolada y se creyera más importante de lo que es, pero al menos fue el primero en hacerlo. El Batman de Matt Reeves termina siendo un popurrí que ahoga su derroche visual en su necesidad de trascender y en su miedo a las comparaciones. Ojalá se hubiera quitado de golpe esa sombra de Nolan y hubiera llevado la franquicia por sitios inesperados y no transitados.