Los espías transmiten la información con mensajes crípticos, los artistas comunican su obra con la rotundidad del concepto, pintado, tintado o dibujado, con óleo, estilográfica o jugo de limón, como el pintor Ramón Lez, quien idea “dandis matéricos” o como las misivas secretas, con zumo que crea cuerpos por el calor.
Secador industrial en mano, ante un lienzo aparentemente blanco, Ramón Lez (Mula 1977) desvela tramo a tramo, lo que fue pincelada a pincelada, la silueta dibujada con zumo de limón de un hombre que surge ahora del ácido que emerge del calor, un personaje masculino que parece escudriñar al público desde su mutación, que es la del artista.
“Trabajo sobre distintas variaciones del cuerpo humano combinando diversas técnicas con el objetivo de acercar al espectador a una reflexión sobre el paso del tiempo”, explica en una entrevista con Efe, Ramón Lez, quien refleja su propia identidad, en su multidisciplinar obra, “de un modo cambiante”, su lucha interna por “resistir”.
Este alquimista del arte trae ahora a Madrid “Transmutaciones”, una exposición de 90 obras “inéditas”, creadas especialmente para el Aula de Cultura de la Fundación Cajamurcia, después de un año de “investigaciones” para combinar diversas técnicas en las que el artista afronta la corporeidad de la figura humana, la mutación, “sin renunciar a las bases conceptuales”.
Tinta selladora, carbón graso, posos de óleo, rotuladores, lápiz y hasta zumo de limón, que Lez, quien concibe su trabajo como “una herramienta de reivindicación”, utiliza y marida para hablar del hombre del siglo XXI, un tipo trajeado “solo”, que intenta permanecer “fiel a sí mismo”, conservar su propia identidad en un mundo “cambiante”, frente a los imperativos de la sociedad.
Lez, de 39 años, cuyo nombre primario es Ramón González Palazón, que bebe de disciplinas audiovisuales, se basa en la sucesión de fotogramas, en su relación “intrínseca” con el cine, para crear 200 dibujos que indagan en la “ausencia-presencia” del individuo, al que convierte en dandi, en “gentleman”, con “basura cuidadosamente construida”.
Este murciano, a quien lo “único” que le emocionaba en su infancia era “pintar” y que tiene entre sus clientas a Paloma Segrelles, domina el retrato femenino, expresionista, aunque la presencia de este método sea testimonial en “Transmutaciones”.
“El retrato me parece enriquecedor, y forma parte de mi manera de entender el trasfondo humano”, explica Ramón Lez, quien reconoce que ahora siente la necesidad de pintar en masculino.
“Transmutaciones”, que permanecerá expuesta hasta el próximo 16 de diciembre, recupera las huellas del buen viajero, la estancia de Lez en Venezuela en 2002, cuando el artista conoció en directo el arte nativo de la tribu Yanomami.
“Decidí no coger la maleta de pinturas” e “investigar” en los elementos residuales que se topaba en las casas, en la naturaleza, en los restos matéricos de obras de otros creadores de arte Povera, especifica Lez.
El artista, que no piensa en “dejar atrás” la figura humana, trabaja ahora nuevas técnicas y formatos para adentrarse en la “simbología”, en esa atracción vital de que terminar un concepto es empezar de nuevo.