Los tres monumentos que demuestran que el franquismo no ha desaparecido

Peio H. Riaño

11 de mayo de 2021 22:31 h

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Clemente Bernad, fotógrafo y documentalista, cumplirá su pena el próximo julio y podrá volver a investigar sobre la asociación fascista que lo demandó por descubrir lo que hacían en el interior de la cripta del Monumento a los Caídos en Pamplona. Fue condenado a un año de prisión por un delito de “revelación de secretos” cuando introdujo una cámara y un micro, en 2016, para dar a conocer las misas que la Hermandad de los Caballeros Voluntarios de la Cruz (una organización creada en 1939 por excombatientes requetés) celebra el día 19 de cada mes, en honor a los golpistas de 1936 y sus caídos (4.500 soldados). La hermandad lo acusó a él y a su compañera, Carolina Martínez, de grabar una de esas ceremonias, cuyo acceso está restringido a ellos y al Arzobispado. La titular del Juzgado de lo Penal número 3 de Pamplona declaró contra el artista por “atentar contra la intimidad” y también le impuso una multa de 2.880 euros. Clemente no recurrió la sentencia y ha pasado su libertad condicional. La condición era portarse bien, es decir, no mentar a los requetés. 

En medio de su condena por dar a conocer los rescoldos ardientes del franquismo, Bernad salió con su cámara a documentar los tres monumentos más relevantes del franquismo cuya significación continúa vigente, 45 años después de la muerte del dictador. Son el Valle de los Caídos (en la Sierra de Guadarrama), el Arco de la victoria (Moncloa) y el mencionado Monumento de los Caídos de Pamplona. El resultado es un libro con 51 fotografías -sin coser, listas para combinar-, titulado Do You Remember Franco (publicado por Alkibla). A Bernad le llama la atención cómo han logrado camuflarse en la cotidianidad democrática, mimetizado con el resto de la ciudad, haciéndose pasar por artefactos inofensivos o recuerdos artísticos de un pasado reciente que hay que proteger. 

“El franquismo no ha sido desmontado y parece muy difícil rebelarse contra él. Estos monumentos se siguen riendo de nosotros, humillándonos”, explica el fotógrafo. Dice que la ley de la Memoria Histórica de 2007 necesita una reforma urgente en la que se contemple la retirada de los lugares de humillación. No se trata sólo de hacer salir la simbología de las calles: “Hay que demoler los lugares de humillación como el Arco de la Victoria, el Monumento de Pamplona y la Cruz del Valle de los Caídos. Hay que volarla”, añade el fotógrafo de 56 años, a punto de vacunarse contra la COVID-19.

Para Robert Musil (1880-1942) no había nada más invisible que un monumento. “Lo más llamativo de los monumentos es que uno no se da cuenta de ellos”, anunció el escritor austriaco en 1927. Los monumentos son repelentes de la mirada. Con esta mirada crítica se enfrentaba a su compatriota Alöis Riegl (1858-1905), que, dos décadas antes de Musil, dijo que el monumento es una creación moderna que aspira a convertir las antiguas hazañas de generaciones desaparecidas en conciencia de las generaciones venideras. Lo que el monumento no ha logrado hacer hasta el momento ha sido convocar el respeto de las nuevas generaciones, que han derribado bustos de Lenin, Mao, Colón, Robert E. Lee o Edward Colston. Las figuras incapacitadas para la libertad, la diversidad, la pluralidad, el respeto o la inclusión tienen una larga tradición de retirada de las plazas públicas. Por eso llama tanto la atención que estos tres monumentos antidemocráticos sigan en pie.

Ensayo contra la ceguera

Es la paradoja cruel y frustrante, creados para recordar y hacer visible un pasado glorioso, terminan convertidos en pura invisibilidad. Sin embargo, ¿esto los hace invulnerables? “Para nada. Son símbolos de una fuerza incontenible. Su presencia es indomable y ni la resignificación acabaría con ellos. Humillan y glorifican a terroristas que acabaron en 1936 con el gobierno legítimo, y se les permite un reconocimiento vigente. Incluso la exhumación del cuerpo de Franco del Valle fue un proceso deficitario, una pantomima. Se le concedió una serie de privilegios inconcebibles en una democracia”, apunta el fotógrafo. 

Este ensayo fotográfico aspira a que la ciudadanía abra los ojos. “Vivimos de no ver y de ignorar. La recuperación de la memoria es una recuperación de la mirada”, declara Bernad. Efectivamente, estamos ante una batalla por la mirada, por la necesidad de tomar conciencia del diseño de los espacios públicos y de resistirse a los significados que el poder pretende construir y perpetuar. La ceguera ante el monumento es el síntoma de los privilegios de quien no ve porque no se siente atacado, sino representado. O de quien no quiere ver por temor. Bernard rompe con sus fotografías esas cegueras y con los privilegiados que despiertan ante la violencia de la decapitación de sus símbolos y monumentos. Por eso todo monumento del pasado que trate de seguir imponiéndose a la democracia sin respetarla es desterrado en el presente. Los ejemplos más recientes se multiplican por todo el mundo, a raíz del movimiento Black Lives Matter, en 2020. 

Las fotografías son acompañadas por un texto de Isabel Cadenas Cañón, autora de Poética de la ausencia (Cátedra, 2019) y del podcast De eso no se habla, en el que advierte que llevamos ya un tiempo “a vueltas con lo de resignificar”. “Resignificar: no una pátina de novedad, no una mano de pintura, sino una demolición, en sentido figurado. Clemente Bernad disentiría conmigo en esto: él, lo sé, es más partidario del sentido literal de demoler. Pero a veces una demolición es tan leve como un cambio de lugar. Un cambio de mirada”, escribe Cadenas. 

Estos hitos propagandísticos del franquismo señalados por Clemente Bernad -en blanco y negro- forman parte de la historia de la violencia, de los que la ejercen y defienden, pero también de los que reaccionan contra ella. Y como historia debe datarse su presencia, clasificarse su relación con el entorno y, tal y como reclama Bernad, hacerlas desaparecer. No para olvidar el autoritarismo, sino para honrar la desobediencia y la rebelión que las sacó de las plazas. Frente al símbolo autoritario imponente, el símbolo invisible que lo barre e inaugura una ausencia. Esto ha pasado a lo largo de la historia: la violencia con la que los monumentos toman la calle ha sido contestada con violencia al expulsarla.