“El grupo Triana, casi sin haber vendido un disco, obligó a las discográficas de la época a apostar por un tipo de música al que muy poco tiempo antes le habían cerrado las puertas; como la Decca con los 'Beatles': primero lo rechazaron y después todas en España se peleaban por tenerlos en su catálogo”.
Así ha explicado a Efe cómo fue la irrupción del mítico “Triana” el periodista Ignacio Díaz Pérez, que ha publicado “Historia del rock andaluz. Retrato de una generación que transformó la música en España” (Almuzara).
La banda integrada por Jesús de la Rosa, Eduardo Rodríguez Rodway y Tele Palacios sólo vendió de su primer álbum “El Patio” 19 copias en el momento de su lanzamiento, pero su éxito, a través del boca a boca, fue arrollador, dice Díaz Pérez, que recuerda que “llenaron el Parque de Atracciones de Madrid y colgaron el 'No hay billetes' en Montjüic”.
“Había muchos en la España del tardofranquismo tratando de encontrar un nuevo sonido acorde con los nuevos tiempos y fue 'Triana' la que abrió la puerta e inició un camino al que muchos otros se subieron de inmediato”, ha evocado Díaz Pérez.
Los jóvenes de finales de los 60 y principios de los 70 en España querían ser Jimi Hendrix, Frank Zappa, King Crimson o Pink Floyd, pero -ha matizado el autor- “por sus venas corría sangre con el ADN de Antonio Mairena, La Niña de los Peines, Fernanda y Bernarda de Utrera, y también Enrique Granados, Isaac Albéniz o Manuel de Falla”.
Según Díaz Pérez, aquella música ha tenido una influencia fundamental en toda la que se ha hecho con posterioridad en España: “Nació siendo un clásico y se convirtió de inmediato en un nuevo referente para buena parte de los músicos que han surgido después”.
Aquella fue “una época de experimentación”, los Smash ya habían grabado “El Garrotín”, Goma grabó su disco “14 de abril” a la vez que Triana “El Patio”, en Barcelona la Companya Elèctrica Dharma mezclaba elementos de rock con folclore catalán, Lole y Manuel estaban revolucionando el flamenco...
Díaz Pérez cita al productor Gonzalo García Pelayo, quien en su libro sostiene que el rock andaluz “no nació siendo andaluz, sino sólo rock, o en todo caso rock con raíces; lo español, culturalmente hablando, es andaluz en un porcentaje muy alto”.
Según García Pelayo, la etiqueta “andaluz” se la puso la crítica años después y marcó el inicio de su declive, al constreñirlo a un territorio.
Díaz Pérez ha advertido de que su libro “no habla de música, sino de músicos, de personas” y que “no trata de las canciones que cantaron, sino de los sentimientos, las inquietudes y los sueños que los llevaron a hacer el tipo de música que hicieron”.
También de “una generación que transformó, seguramente sin pretenderlo, pues ellos sólo querían tocar como esas bandas que empezaban a oír, la música que se ha hecho en España posteriormente”.
El autor ha asegurado haberse acercado al fenómeno como periodista, o sea con curiosidad, sin prejuicios y preguntando a los protagonistas: “Cada uno queda retratado según su experiencia, sus recuerdos, su forma de expresarse en esta especie de cuadro impresionista que he intentado hacer para ofrecer, pincelada a pincelada, una visión de conjunto del fenómeno”.
El libro dedica capítulos a otros grupos míticos como Alameda, Medina Azahara, Imán, Califato Independiente, Cuarto menguante, Pata Negra, Guadalquivir, Tabletom y a rockeros no menos míticos como Silvio, Kiko Veneno y el mismísimo Camarón.
Si el pasado fue espectacular, del presente y el futuro del rock andaluz, ha asegurado que “no ha muerto, pero tras la irrupción de la movida madrileña, impuesta esta sí por las discográficas, el público le fue dando la espalda; hoy no es el fenómeno de masas que fue, ni rompe con nada ni es fruto de una experimentación, sino que mantiene un sonido que, cuatro décadas después, ha dejado de ser nuevo”.