José Alcubierre Pérez y Siegfried Meir son dos de los testimonios vivos que el periodista Carlos Hernández reúne en “Los últimos españoles de Mauthausen”, un libro donde ha querido aunar las historias de los más de 9.000 españoles que pasaron por campos de concentración nazis entre 1940 y 1945.
En el libro, que Ediciones B pone este mes a la venta en coincidencia con la liberación del campo de concentración de Auschwitz, Hernández intenta “humildemente”, según ha señalado hoy en un encuentro con periodistas en Madrid, “sacar del olvido” a esos más de 9.000 deportados, “darles voz y, por último, señalar con el dedo a los culpables de su sufrimiento”.
Y es que Hernández, antes de darle la palabra a Alcubierre y a Meir, ha dejado claro que “estos señores” en Francia y en Europa son “héroes” y, sin embargo, en España son “'los olvidados', y ellos mismos dicen que lo son”, ha comentado mientras el propio Alcubierre le ha restado importancia.
José Alcubierre, de 89 años de edad, llegó al campo de concentración de Mauthausen cuando tenía catorce años y medio, en el conocido como “convoy de Angulema” o “convoy de los 927”, un caso excepcional en la historia de este campo por ser el único tren que llegó con familias enteras, ya que en el resto sólo viajaban hombres que entraban a Mauthausen.
“No puedes olvidar, el que ha pasado por un campo no puede olvidarlo. Tengo Mauthausen aquí”, ha declarado con contundencia Alcubierre, tocándose el pecho para señalar el lugar donde guarda todos los recuerdos que vivió y sus padecimientos durante los cinco años que pasó allí.
Este catalán se sigue emocionando cada vez que recuerda a su padre y “el último abrazo” que le dio el 24 de enero de 1941, cuando fue seleccionado para ser enviado a Gusen, un subcampo que dependía de Mauthausen y “donde murieron el 90 % de los españoles”, ha aclarado Hernández.
“Nos achuchamos fuerte una vez más y ya no he visto más a mi padre”, ha rememorado Alcubierre con lágrimas en los ojos, antes de contar que su padre, Miguel, natural de Tardienta (Huesca), fue “apaleado” junto con “otros dos mañicos” que eran “de Teruel” y que murieron el mismo día.
El 24 de enero de 1941, ha precisado el autor, es “una especie de fecha histórica para la deportación española”.
Diferente de la de Alcubierre es la historia del judío Siegfried Meir, que llegó a Mauthausen cuando sólo tenía ocho años, procedente de Auschwitz en la llamada “marcha de la muerte”, la que se hizo para “evacuar el campo de concentración y evitar que cayera en manos soviéticas”.
La historia de este alemán, nacido en Frankfurt y asentado en Ibiza, va ligada a la del español Saturnino Navazo, al que nombraron responsable de Meir cuando llegó al campo y se puso a gritar que no quería que le cortaran el pelo.
Era enero de 1945, la llegada de los estadounidenses a los campos era inminente, y a Meir, un niño rubio de ojos azules “y alemán”, no le cortaron el pelo y fue “reasignado” a “la barraca de los españoles” y al cuidado de Navazo.
“Fui el único niño que paseaba por el campo sin trabajar y tenía un uniforme hecho a medida, azul con botones dorados, era como un juguete”, ha contado Meir, quien en la liberación dijo que se llamaba “Luis Navazo” y con ese nombre vivió durante cuatro años para recuperar después su nombre.
Al igual que Alcubierre se ha emocionado recordando a su padre, Meir lo ha hecho al narrar que Navazo, “su bondad”, fue el rayo de luz en una infancia en la que dejó “de confiar en el ser humano”.
“Yo sólo sabía robar y engañar, Navazo fue el que me salvó”, ha aclarado Meir, quien dedicó su vida a hacer que su padre adoptivo “se sintiera orgulloso” y llegó a ser cantante en Francia.
Para Carlos Hernández, el año y medio en el que ha estado preparando este libro ha sido “un privilegio enorme” y, además, “un regalo de la vida conocerles” y documentar todas esas “historias muy diferentes pero con un montón de nexos comunes”.
Este año se cumple el setenta aniversario de la liberación de los campos, “pero no hay que olvidar que también es el 75 aniversario de la llegada de los deportados españoles”.
Hernández ha querido resaltar también que “la conciliación de la Transición llevó aparejada una impunidad y un olvido de los exiliados españoles en general y en particular de los deportados que habían pasado por los campos” y que, después de setenta años, “el único homenaje que se les puede hacer es contar la verdad”.