La presentación del último libro de Mario Vargas Llosa, La llamada de la tribu (Alfaguara), celebrada ayer en la Fundación Rafael del Pino en Madrid, no fue un acto literario. Fue un acto de amor. El que hubo entre el Nobel y Albert Rivera, que llegaba para hacer de comparsa, pero al que el escritor le dio todo el protagonismo de la velada. Porque Vargas Llosa abrazó, acarició y corrigió a su pupilo cuando fue necesario. Fue el empujón intelectual para Ciudadanos. La última unción sagrada.
Con una sala llena de mucho fular y bufanda al cuello, frentes despejadas y canas, fue evidente que el espectáculo iba a ser de todo menos literario ya desde el inicio, cuando entró en escena Isabel Preysler. El avispero de fotógrafos fue inmediatamente hacia ella mientras detrás llegaban casi como invitados random Vargas Llosa, Rivera y la periodista Pepa Bueno, que iba a ser la moderadora del encuentro.
Hubo que esperar aún diez minutos mientras la prensa del cuore hacía su trabajo –por allí pululaban personajes como el periodista Jesus Mariñas- y se cantaban a modo de presentación las hagiografías del político y el escritor.
Después llegó la orgía liberal, los guiños y complicidades entre Vargas y Rivera, mientras Pepa Bueno trataba de dirigir lo que ella pretendía que fuera “una conversación relajada”. Y tanto que lo fue. Sólo faltaron los masajes con final feliz.
Rivera, que venía más preparado para dar un mitin político que para hablar de filosofía –de hecho, no citó a uno sólo de los filósofos liberales de los que el Nobel habla en su libro- comenzó seduciendo a su ídolo al señalar que llegaba al acto como “un adolescente ilusionado” y que consideraba que La llamada de la tribu se convertiría “en uno de los libros clave del liberalismo en español”. La adulación al poder.
A continuación, el autor de La ciudad y los perros, novela que escribió cuando todavía era marxista, empezó a mecer al ex jugador de waterpolo al loar todas las bondades que para él tiene el liberalismo, la ideología que “ha triunfado” ya que “Europa es más civilizada y más justa que en el pasado y esto se debe a la democracia y el liberalismo”. Vargas Llosa manifestó que el gran obstáculo para Rivera y sus acólitos era que todavía “es una doctrina ridiculizada y atacada por sus enemigos, a la derecha, como la Iglesia, y a la izquierda, que la ha caricaturizado”.
Ante estas palabras, el político catalán intentó vender su programa electoral. Se sentía cómodo. El escritor le estaba sirviendo en bandeja que se erigiera como gran líder del centro-derecha español. Y ahí se lanzó para hablar de la poca injerencia que debía de tener el Estado en las políticas: el liberalismo de manual más cercano a la derecha.
Pero tanto se embaló que hasta Vargas Llosa tuvo que pararle. De repente, como quien tira de las cinchas del caballo para que pare, el escritor metió una cuña más hacia la izquierda que su protegido hablando de la necesidad de la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos y que “esta se crea a través de la educación”.
Así fue el resto de la presentación. Rivera ofreciendo su mitin –en el que salieron a relucir desde los okupas a los disturbios en Lavapiés sin saber muy bien por qué- y el autor de Pantaleón y las visitadoras intentando frenarle para que no acabara diciendo, casi en tono anárquico, que el Estado es una piedra en el camino que debe desaparecer.
De hecho, Rivera no volvió al redil hasta que Vargas habló del nacionalismo. Parece que es a eso a lo que había acudido esa noche. “Rindo un homenaje a Rivera porque se ha enfrentado con coraje al mayor peligro que tiene España”, afirmó con contundencia el escritor.
Que alguien te mire como miraba en ese momento el político al escritor. Fue como el inicio de un beso apasionado en el que Vargas citó al nacionalismo como el gran peligro, “incompatible con la libertad y muestra de una ideología reaccionaria”. Y según él, sólo posible de dinamitar con las políticas liberales. Porque la otra solución, y ahí también se lanzó Rivera, son políticas populistas.
No dio para mucho más la escena romántica. Se echó de menos que se hablara de literatura, de filosofía, de las doctrinas ideológicas de Vargas Llosa –y ese gran viaje desde el marxismo al liberalismo de Margaret Thatcher. Por no hablar ni siquiera se habló de feminismo. Sólo hubo una respuesta relacionada con los libros: los autores que el escritor está leyendo en la actualidad. Una joven promesa: James Joyce y el Retrato de un artista adolescente.
Después las luces se apagaron, excepto para Isabel Preysler, que volvió a convertirse en la protagonista de una ceremonia que celebró el matrimonio civil entre Vargas Llosa y Ciudadanos.