“El mundo paró y está siendo complicado volver a arrancarlo”. Así resume Pedro Rodríguez, propietario de Bodegas Guímaro, la situación actual del sector vinícola. Un producto como el vino está afectado por la subida de precios general, pero también por el desconocimiento de cómo se comportará la economía mundial en los próximos meses. El precio de la electricidad y del gasoil, que han aumentado su factura un 30% en el último año, forman parte de esos gastos fijos, pero también han subido el resto de las materias básicas relacionadas con la viticultura y la elaboración de vino.
Los costes totales han crecido este año entre un 10% y un 15%, dependiendo del nivel de producción de cada bodega, que puede permitirles negociar con distintos márgenes. Los productos fitosanitarios cuestan el doble que el año pasado, al igual que un producto básico para el control de plagas y enfermedades como es el azufre. La materia seca, imprescindible para sacar un vino al mercado, también ha visto disparado su precio. Las botellas cuestan como mínimo un 10% más desde principios de año y algunas empresas revisan sus precios cada 15 días.
“Desde octubre, el precio del vidrio ha aumentado tres veces. Y ha subido todo: corchos, etiquetas, cartón, cápsulas, lacre, todo”, recalca Silvia Herrera, que trabaja en el mundo del vino en dos vertientes: como vendedora freelance de productos como barricas, depósitos y botellas, y como productora en Mélida Wines. “Los depósitos de hormigón, por ejemplo, han subido un 20% y aquí parte del coste es por el aumento del transporte”, explica.
Pandemia, desabastecimiento… y ahora una guerra
Al encarecimiento de la parte seca y de productos para la bodega se une la escasez de algunos materiales para la elaboración de vinos, que ha sumado costes y restado certezas a las bodegas. “La subida nos viene de los proveedores, hay productos básicos que han duplicado el precio y las propuestas ahora tienen una durabilidad de 8 días”, explica Adrián Alonso, director comercial en España de la empresa de productos enológicos SAI Enology, que trabaja con productos biotécnicos como ácidos, bacterias, levaduras o taninos. El momento de reactivación de la demanda tras la pandemia ha coincidido con el problema de la falta de abastecimiento y los precios de algunas materias se han disparado. En ocasiones, según apunta, no por falta de materiales, sino porque se ha producido una gran demanda. Y ahora se suma la situación de Rusia, que es uno de los mayores productores de fertilizantes y compuestos como el fosfato de amonio (DAP), que se utiliza como un nutriente de la levadura en la elaboración del vino.
Todo el mundo va con el freno de mano puesto
Que suba el precio de estos materiales es un problema, pero también encontrarlos: el aumento de los costes de producción ha afectado a las fábricas de botellas, lo que ha originado problemas de escasez. Las ventas al extranjero también están notando la situación: fletar un contenedor cuesta ahora casi el doble que hace un año, a lo que se suman las dudas de los importadores por la situación económica y la invasión de Rusia a Ucrania. Tao Platón, enólogo de Península Vinicultores, recurre también al símil automovilístico para explicarlo: “Todo el mundo va con el freno de mano puesto”.
¿Cuánto subirán los vinos?
Es complicado augurar cómo afectará la subida de precios y la inseguridad del mercado en el precio final del vino, aunque terminará notándose porque, en el caso de muchos productores, los márgenes son ya muy justos. Habrá que ver en qué medida y quién notará más ese ajuste: “La incertidumbre no beneficia a este sector, y al que menos, al agricultor. Se aprieta al de abajo del todo, que es el más débil”, apostilla Platón.
El vino ha subido, pero no de forma proporcional a como lo han hecho los productos. “No se ha repercutido todo”, apunta Silvia Herrera. César Ruiz, director de la distribuidora Alma Vinos Únicos, añade que la subida de todos los costes no es el único factor que influye en el precio del vino, que al fin y al cabo, es un producto agrícola. “En algunas zonas como Borgoña, con las inclemencias meteorológicas de los últimos años, la producción se ha reducido”. A lo que habrá que sumar el comportamiento de los consumidores, que han modificado sus costumbres a raíz de la pandemia. Falta saber cómo repercutirá toda esta situación en los comercios y la hostelería, el último eslabón de esta cadena.