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Walter Veltroni: “La libertad nunca se adquiere para siempre”

María Ramírez

25 de mayo de 2024 22:03 h

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Walter Veltroni presentó en abril su última novela histórica, La condanna, en la biblioteca pública de Bolonia, en un palacio donde se encuentran restos de civilización desde antes de los etruscos. En sus muros están los retratos de vecinos perseguidos y asesinados por los ocupadores nazis, muchos de ellos judíos, y enfrente hay una placa que recuerda a víctimas de atentados de grupos neofascistas de los años 70 y 80. Hoy de un balcón cuelga un cartel que pide alto el fuego en Gaza, y en la biblioteca se exponen fotos de la resistencia ucraniana.

De pie, frente a una sala llena en la biblioteca, el antiguo líder de la izquierda italiana hablaba de la historia que más le interesa, “la de los olvidados”, como una cuestión de justicia y una alerta sobre el presente.

Veltroni fue vicepresidente con el Gobierno de Romano Prodi, alcalde de Roma, secretario general del Partito Democratico y candidato a las elecciones generales de 2008. Desde que dejó el Parlamento en 2013, se dedica al periodismo y a la literatura. Es autor de novelas históricas sobre el fascismo italiano y los asesinatos de John y Bobby Kennedy, una serie policiaca de un comisario en Villa Borghese y documentales sobre los músicos Lucio Dalla y Fabrizio de André

La condanna cuenta ahora la historia de Donato Carretta, que fue director de la prisión de Regina Coeli, en Roma, durante el régimen de Mussolini y la ocupación nazi, pero también ayudó a la fuga de Sandro Pertini, futuro presidente de la República, y otros resistentes partisanos. En septiembre de 1944, Carretta fue a declarar al Palacio de Justicia contra un sanguinario ex jefe de policía fascista, y la muchedumbre lo confundió con el acusado. Ni sus palabras para aclarar quién era ni los intentos de un policía y un conductor de tranvía de protegerlo lo salvaron del linchamiento que acabó en el río Tiber. Luchino Visconti grabó la escena, pero sólo incluyó un fragmento en Giorni di gloria. El cineasta evitó la parte más cruda por “amor a la patria” porque no quería empañar con la barbarie la imagen del pueblo italiano en aquellos tiempos de transición a la democracia.

Ahora Veltroni imagina a un joven periodista que investiga la historia -como él mismo hizo- con archivos, libros y testimonios. El escritor espera que el próximo 18 de septiembre, cuando se cumplen 80 años del asesinato, el Palacio de Justicia en Roma por fin ponga una placa para recordar la memoria de Carretta. Ya ha logrado que el conductor del tranvía sea ascendido de manera póstuma a “controlador”, la ilusión que tenía y no logró en vida.

Esta es nuestra conversación, editada por extensión y claridad, unos días después de la presentación de Bolonia. 

¿Por qué eligió la historia de Donato Carretta entre los muchos “olvidados”?

Me parece un ejemplo de un defecto de la historia italiana, que nunca afronta sus propios errores y sus propias tragedias. Pasó con el fascismo: no se ha explorado suficientemente el consenso popular que acompañó a un régimen dictatorial que llevó a Italia al desastre, a la guerra, a la ocupación extranjera. Pasó luego con el terrorismo, devastador durante al menos 15 años y del que salimos sin afrontarlo. También pasó en cierta forma después con Tangentopoli [la trama de corrupción política]. Cuando Italia comete errores y los convierte en cenizas, tiende a enterrarlos debajo de la alfombra en lugar de ocuparse de ellos. 

Esta es una historia de 1944, pero quería contarla también porque puede darnos lecciones sobre los riesgos de esta época tan llena de odio, de violencia verbal, de tribunales improvisados que decretan el éxito o el fracaso de las personas. Y quería contar esta historia por un sentido de solidaridad hacia este hombre cuya soledad en ese día y en los ochenta años siguientes me acongojaba. 

Cuando Italia comete errores y los convierte en cenizas, tiende a enterrarlos debajo de la alfombra en lugar de ocuparse de ellos

¿Cuándo supo de su historia?

Lo que me hizo profundizar fue un libro de los años 90 del historiador Gabriele Ranzato, Il linciaggio di Carretta. Y así me fui sumergiendo progresivamente en esta historia que me ha acompañado a lo largo de los años. Me alegro de haberla contado para dar luz sobre esta figura, sobre las figuras del conductor del tranvía y del policía, y también sobre el horror de una época en la que la democracia no conseguía imponer sus reglas, que son las reglas de los derechos, de los procesos, de la acusación y de la defensa, de sentencias fundadas más allá de toda duda razonable. Las dictaduras linchan, las democracias, si se da el caso, procesan. Estaba leyendo ahora el libro Roma in armi [recién publicado en Italia] y dice que Carretta incluso ayudó en el transporte de armas para los combatientes de la resistencia. La idea de que él fuese linchado y asesinado mientras muchos fascistas que habían colaborado con los nazis, que habían estado en Salò y que no habían renunciado a su identidad, luego se pasearon pacíficamente por la historia de la democracia italiana es algo que hace que ese linchamiento sea aún más incivilizado e inaceptable.

¿Pertini habló en público de Carretta?

No habló de ello en público pero no sé si era plenamente consciente de su ayuda, porque fue la célula socialista de la resistencia italiana la que organizó su fuga. Lo que hizo Carretta fue darles un salvoconducto para que pudieran moverse incluso durante las horas del toque de queda, lo cual era un riesgo para él, porque era el director de la prisión de Regina Coeli y dentro de Regina Coeli había un ala ocupada por los nazis.

Uno de los atractivos de la historia de Carretta son los claroscuros. Todavía hay dudas sobre qué pasó en sus años como director de la cárcel y por qué ayudó a los partisanos. ¿La escribió en contraste con estos tiempos políticos de blanco o negro?

No me gusta una expresión que está muy de moda en Italia “sin 'sí' y sin 'pero'”. Para mí, la vida se compone realmente de “síes” y de “peros”, porque la vida está hecha de la duda. La duda es el motor de todo, es la curiosidad, la libertad… La duda es cuestionar la certeza afirmada por el poder.

Pero vivimos en una época de corralitos. Siempre hay que estar aquí o allá, hay que subir o bajar el pulgar, estar preparado con el tarro de aceite hirviendo para verter sobre la cabeza de quien no piensa como tú. Es un mundo en el que ya no existen puentes, sólo existen bombardeos mutuos. Yo, en cambio, sigo sintiendo mucha curiosidad por las ideas, las religiones y las culturas de los demás. Ahora encerrarse en ideologías -ni siquiera en ideologías, que son algo en cierto sentido peligroso, pero serio-... encerrarse en ideologías de papel maché, que hoy apenas duran una mañana, e insultar a los que están fuera se ha convertido en un deporte.

La vida está hecha de la duda. La duda es el motor de todo, es la curiosidad, la libertad… La duda es cuestionar la certeza afirmada por el poder

En esto las redes sociales han producido auténticos destrozos del espíritu público. Una pregunta que cabe hacerse 20 años después de la irrupción del smartphone es: ¿la humanidad es más acogedora, más tolerante y más abierta o, por el contrario, está más amargada, endurecida, cerrada, dominada por la simplificación de todo? “Sí” o “no” parecen las dos únicas palabras que tienen derecho a ser pronunciadas. En cambio, tal vez la palabra “quizás” sea la más bella porque contiene un viaje: “sí” y “no” son lugares de desembarco, son puertos en los que paras; “quizás”, en cambio, es una palabra que viaja.

Conecta con lo que dice Giovanni, su protagonista, de que la duda es inquietante y generosa. 

Sí, es inquietante porque te pone constantemente a prueba contigo mismo, con lo que siempre pensaste hasta un momento antes. Y es generosa porque te ayuda a comprender el mundo, a interpretarlo, a buscar esos fragmentos de verdad en los pensamientos de los demás que de otro modo no conocerías.

Tal vez la palabra “quizás” sea la más bella porque contiene un viaje: “sí” y “no” son lugares de desembarco, son puertos en los que paras; "quizás", en cambio, es una palabra que viaja

En la política italiana se utilizan ahora palabras con pocas dudas y muy cargadas como “censura” o “fascismo”. ¿Le preocupa?

Me preocupan tanto las palabras que se usan como las que no se usan. Por ejemplo, no utilizar la palabra antifascismo me resulta incomprensible, porque el antifascismo en la historia italiana es libertad. No se puede evitar hablar de “antifascistas” en Italia si se cree en la libertad, en la Constitución. Creo que pasa lo mismo en su país. No creo que nadie en Italia pueda justificar un régimen que mató a opositores y cerró partidos, sindicatos y periódicos, hizo del Parlamento un lugar al que sólo se podía entrar con camisa negra, aprobó leyes raciales, llevó a Italia a la guerra, permitió la ocupación nazi. Muchas veces las palabras no dichas llevan a exagerar las palabras dichas como reacción. 

Siempre he pensado que en este país debía haber alternancia entre dos grupos políticos, uno de centroderecha y otro de centroizquierda, con leyes electorales y sistemas institucionales que permitan gobernar cinco años y luego ser evaluados por los ciudadanos. Y, en cambio, parece el juego de la oca. Siempre volvemos a la casilla de partida. Siempre somos güelfos y gibelinos, somos hinchas, y no tenemos la simple valentía de aceptar la belleza de un desafío que se compone de programas y valores, como debería ser un desafío entre izquierda y derecha.

Me preocupan tanto las palabras que se usan como las que no se usan. Por ejemplo, no utilizar la palabra antifascismo me resulta incomprensible, porque el antifascismo en la historia italiana es libertad.

En Italia ahora las librerías están llenas de libros sobre el fascismo y la época retratada en La condanna. ¿Se está recuperando la memoria de la historia reciente? 

Esto es un hecho positivo. Hablemos de aquel tiempo, intentemos razonar, comprender. A mí me resulta difícil explicar, por ejemplo, cómo en mi país tantos profesores aceptaron expulsar a los niños de las escuelas debido a las leyes raciales. Pero pienso desde la cultura actual como una persona que creció en democracia. Entonces había generaciones que crecieron bajo una dictadura y no sabían qué era la democracia, y quienes la conocían, las personas más mayores, vivían con el terror de sufrir las consecuencias para ellas y sus familias.

Fue una época terrible, de tortura, de sangre, de aceite de ricino, de apuñalamientos. Volver a ella con la memoria y con el debate público siempre es muy útil porque puede servir para exorcizar la idea de que lo que pasó no puede volver a pasar. La libertad nunca se adquiere para siempre. Nos equivocamos si pensamos, habiendo vivido en libertad y en paz, que la dictadura y la guerra han desaparecido de la faz de Occidente. Pueden resurgir en momentos de crisis políticas, económicas, sociales, de crisis de ideales, de ausencia de liderazgo, de cambios en los mecanismos de las relaciones humanas a través de las redes sociales. No va a volver Hitler con su bigote y la noche de los cristales rotos, pero vuelven formas de autocracia en las que se pretende que existe democracia pero en realidad el poder está en manos de una sola persona. Se vuelven a matar opositores, mire en Rusia. 

Nos equivocamos si pensamos, habiendo vivido en libertad y en paz, que la dictadura y la guerra han desaparecido de la faz de Occidente. Pueden resurgir en momentos de crisis políticas, económicas, sociales, de crisis de ideales, de ausencia de liderazgo, de cambios en los mecanismos de las relaciones humanas a través de las redes sociales

¿Son las generaciones jóvenes conscientes? Su libro está escrito desde el punto de vista de un joven.

Quería que esta historia lejana fuera contada con la mirada libre, cándida y desencantada de un chico de 24 años, que no tiene el cúmulo de historias de las décadas anteriores, pero tiene la curiosidad del espeleólogo, lo que mejor caracteriza a un periodista. Quería que fuera un joven porque creo que hay una ruptura en la memoria. El fascismo les parece tan lejano a los jóvenes de hoy como le parecía a mi generación el Risorgimento [la lucha por la unificación de Italia en siglo XIX]. Los estudiantes de hoy en las escuelas italianas aprenden varias veces sobre los etruscos pero menos sobre la época contemporánea.

¿Cómo fue escribir desde la perspectiva de un joven de 24 años?

Siempre he tenido la idea de no ahogar la dimensión infantil en mi forma de mirar las cosas. Tengo miedo de aquellos que fingen que nunca fueron niños o que nunca fueron adolescentes. Traté de sumergirme en ese lenguaje que conozco porque es el de mis hijas y el de sus amigas y traté de utilizar ese tipo de mirada, sobre todo libre de las estructuras construidas durante las décadas siguientes.

Retrata el idealismo del periodismo. ¿Se inspiró en la redacción de L’Unità, que dirigió, o en otras?

Mi idea del periodismo es la prueba de fuego de la libertad. Cuando el periodismo está dormido, la libertad está dormida. Cuando el periodismo es libre, la libertad existe. Y siempre me ha gustado el periodismo como narración. De hecho, menciono varias veces A sangre fría de Truman Capote y a Norman Mailer. Personalmente lo he intentado practicar en todas partes, ahora en el Corriere della Sera: combinar el periodismo con la narración para contar cosas sin tener miedo de emocionar.

Su visión idealista contrasta con la desconfianza hacia el periodismo en Italia y también en España… 

Esta desconfianza fue inducida por la idea de que el periodismo puede ser reemplazado por las redes sociales, y es una idea desde un punto de vista democrático muy peligrosa, tanto más con la llegada de la inteligencia artificial, que será capaz de hacernos creer cualquier cosa salvo que exista una mediación periodística que ayude a discernir la verdad de la falsedad.

Cuando el periodismo está dormido, la libertad está dormida

¿Echa de menos la política?

La política entendida como cargos políticos, no, sinceramente. Pero no he dejado de hacer política. Al fin y al cabo este libro también habla de política. Siempre he cuestionado la idea de que la política la hacen sólo quienes tienen cargos políticos. La política la hacen millones de seres humanos, afortunadamente… también aquellos albañiles que pagaron con su vida una elección política durante la resistencia: eran albañiles y no querían ser concejales.

Cuando usted dejó sus cargos políticos, el mundo parecía otro, sobre todo al principio de los años de Obama. ¿Ve usted ahora un riesgo grave para la democracia y las libertades en Italia?

Sí, no sólo en Italia. Temo que la sociedad digital, por su propia naturaleza, induce un sistema de desintermediación por la cual los partidos, los sindicatos, las asociaciones, los periódicos ya no sirven para nada, todo lo que es colectivo y comunitario ya no sirve, y lo único que hace falta es que la gente esté encerrada en sus casas, frente a un ordenador o un móvil, y que como mucho pueda insultar a los demás. Eso le viene muy bien al poder. La soledad, decía Foucault, es la primera condición del autoritarismo. La soledad impide formas de relación humana, que son las que pueden cambiar el mundo.

Me preocupa mucho que esta sociedad digital vaya hacia un sistema autoritario porque la sociedad digital es rápida, la democracia es por naturaleza lenta porque es procesal e implica debate y diálogo. Y, en cambio, ahora queremos decidir todo inmediatamente con la simplificación necesaria. 

Me preocupa mucho que esta sociedad digital vaya hacia un sistema autoritario porque la sociedad digital es rápida, la democracia es por naturaleza lenta porque es procesal e implica debate y diálogo

¿Qué se puede hacer?

Se han librado y se pueden librar batallas culturales, civiles y políticas. No te rindas, no te conformes, sobre todo no te conviertas, no asumas los lenguajes y métodos de comunicación bárbaros de esta época. Cuanto más te distingas de esta época y menos te conformes, mejor.

Y ¿qué se puede hacer en particular desde la izquierda? 

Si pensamos en la guerra, la pandemia, la crisis económica y social, el medio ambiente… ¿Cuál de estos problemas puede resolverse sobre una base soberanista? Ninguno. Necesitamos retomar una visión global y combinarla con una gran atención local. No debemos temer que la democracia ponga límites al frenesí de esta sociedad digital que no se preocupa de la protección de los más débiles, la privacidad y el respeto a los derechos humanos. 

La democracia está atontada, no consigue imponer reglas. Tenemos coches y por eso tenemos el permiso de conducir, el código de circulación, y hemos puesto prohibiciones y nos hemos puesto los cinturones de seguridad. En cambio, frente a estas herramientas que han entrado en nuestras vidas y las han puesto patas arriba, no hay reglas... hasta el punto de que flujos de opinión pública pueden ser manejados por bots, que se hacen pasar por seres humanos.

En mi opinión, la izquierda tendría un espacio enorme, pero debe recuperar un poco de su energía ideal, de su fascinación y su capacidad de hablar al corazón, de no sólo decir “no”... de tener el coraje de tomar decisiones innovadoras.