Desde la meseta de los Altos del Golán ocupados por Israel, mirando hacia el Este, Damasco queda a un tiro de piedra. “Aquí nos han retumbado muchas veces las ventanas por los combates entre el Ejército sirio y los rebeldes”, explica Wahib Rashid Halabi, un profesor druso de Majdal Shams, la principal ciudad –de las cinco que habita esta minoría– de la zona montañosa que colinda con Israel, Líbano, Jordania y Siria.
Wahib es uno de lo 25.000 árabes sirios (de religión drusa) que quedan en esta región estratégica después de que Israel ocupase sus dos terceras partes (1200 kilómetros cuadrados) tras la Guerra de los Seis Días, anexión que hoy sigue siendo ilegal para la comunidad internacional. Tras la contienda, más de 130.000 personas oriundas de estas montañas fueron expulsadas, sus casas demolidas –340 granjas y aldeas desaparecieron– y reemplazadas por asentamientos israelíes, según datos del Centro Árabe de Derechos Humanos de los Altos del Golán (Al-Marsad).
Según esta ONG, que trabaja desde hace 15 años en la defensa de los derechos de la población nativa, las apropiaciones de tierra violan lo establecido en la IV Convención de Ginebra por la que “se prohíbe al poder ocupante trasladar parte de su población al territorio ocupado”, de acuerdo con el último informe elaborado por la organización.
Y hay más, denuncia Al-Marsad, porque las autoridades israelíes planean expropiar una extensión de tierra similar a unos 8.000 campos de fútbol que pasarían a engrosar los terrenos destinados al llamado “Parque Nacional de Hermón”, una reserva natural que alberga una estación de esquí frecuentada por los israelíes en los meses de invierno.
De aprobarse el proyecto, el parque rodearía a la ciudad drusa de Majdal Shams por el norte y el oeste, lo que impediría su expansión urbanística por sus únicas áreas disponibles, ya que en el sur se encuentra su principal zona agrícola y en el este limita con la línea de alto el fuego controlada a partir de 1973 –Guerra de Yom Kippur– por las fuerzas de observación de la ONU (UNDOF).
“La designación de tierras como parque nacional o zona militar es una táctica habitual de las autoridades israelíes para evitar la expansión de las comunidades sirias o palestinas bajo ocupación o para apropiarse de sus tierras de cara a ampliar los asentamientos”, explica en una conversación con eldiario.es Salman Fakherldeen, investigador de Al-Marsad.
Esta entidad sin ánimo de lucro ya ha presentado un recurso ante el Comité de Planificación de Distrito de la ciudad de Nazareth, uno de los órganos administrativos de los que dependen los casos de los Altos del Golán, según la ley que el Parlamento israelí aprobó en 1981 y por la que esta región quedaba anexionada administrativa y legalmente a su Distrito Norte. Una denuncia que la organización ha presentado ante las sedes diplomáticas europeas en Tel Aviv y los miembros del Consejo de Seguridad Permanente de la ONU.
Los asentamientos israelíes explotan los recursos
23.000 colonos residen en una treintena de asentamientos israelíes levantados en el Golán, desde donde se explotan los abundantes recursos hídricos y agrícolas de la zona en forma de ganadería, campos de cultivo de verduras o frutas, viñedos –un tercio de la producción vinícola nacional proviene de aquí– o plantas de producción de agua mineral, como la israelí Eden Springs, distribuida en numerosos supermercados y empresas en España.
Porque si el altiplano golaní era para los israelíes en los años 60 y 70 del pasado siglo un enclave militar esencial para contrarrestar a las fuerzas sirias que desde aquí atacaron el norte del país –en las guerras del 67 y del 73–, hoy lo es por los recursos hídricos que atesora. Israel obtiene del Mar de Galilea, junto a los acuíferos subterráneos –el más grande situado en Cisjordania–, un 15% del suministro de agua apta para el consumo humano, si bien en los últimos años ha desarrollado una red de plantas desalinizadoras que, según datos oficiales, proporciona ya el 40% del agua potable. Igualmente el 75% de las aguas residuales municipales se reciclan para el riego.
Pero mientras las explotaciones agrícolas israelíes del Golán, construidas ilegalmente de acuerdo al Derecho Internacional, gozan de un tratamiento preferencial en la compra de agua por parte de las autoridades hebreas, los agricultores sirios de la zona pagan hasta cuatro veces más que los colonos por la misma cantidad, según denuncia Al-Marsad.
“Es claramente discriminatorio”, se queja Salman Fakherldeen. “Antes del conflicto en Siria, muchos agricultores árabes contaban al menos con algunas ayudas del Gobierno sirio que les compraba productos –sobre todo manzanas– a precios ventajosos para compensar, pero ahora esa ayuda ha desaparecido”, añade el abogado. “Y no solo eso, el Gobierno israelí ya ha aprobado la construcción de varios cientos de granjas y viviendas más para los colonos”, concluye.
El eterno barbecho de un Golán lleno de minas
Granjas que se levantarán en zonas libres de minas, porque si algo llama la atención al recorrer la fértil meseta de los Altos del Golán es la cantidad de tierras cultivables abandonadas y cercadas. Sobre sus vallas se erigen carteles que advierten de la presencia de explosivos.
Desde que Israel ocupase esta zona en 1967, el Ejército ha utilizado parte de los terrenos del Golán ocupado como base de entrenamiento militar, despreocupándose de la eliminación de remanentes explosivos –propios y ajenos, como los también dejados por sirios, franceses, jordanos o egipcios– en todas aquellas áreas que no acogieran asentamientos israelíes.
Según señalan desde Al-Marsad, en la zona quedarían unos 2.000 campos de minas, que dejan inutilizadas una extensión de terreno similar a la de 6.000 campos de fútbol, bajo el pretexto de encontrarse en una “zona de seguridad”. Minas que igualmente se encuentran en las proximidades de núcleos urbanos como Majdal Shams, donde en el pasado varios civiles sirios –algunos de ellos niños– han perdido la vida al pisar las bombas enterradas.
Al-Marsad inició en 2013 un campaña legal ante la Autoridad de Acción contra Minas israelí para que varias bases militares, situadas en zonas residenciales o agrícolas árabes de los Altos del Golán, fueran desmanteladas y las áreas adyacentes, desminadas. “Casi acabamos de empezar. De momento han cerrado una, pero queda todo por hacer”, explica Fakherldeen.
Tierras en eterno barbecho, áreas minadas y, quizá, petróleo, porque la empresa israelí Akek Oil & Gas, propiedad de la estadounidense Genie Energy –en cuyo consejo de administración figuran nombres como el empresario Rupert Murdoch, el exvicepresidente norteamericano Dick Cheney o el antiguo responsable de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, James Woolsey–, ya ha iniciado prospecciones petrolíferas en la zona.
De los Altos del Golán, según algunas de sus estimaciones, podrían extraerse hasta 40 millones de barriles de petróleo, una cantidad jugosa para un Estado siempre dependiente de los países árabes productores, con quienes, en su mayoría, ni se lleva bien, ni tiene relaciones diplomáticas.
De momento, los primeros trabajos de perforación han sido suspendidos temporalmente por dificultades técnicas. Un impase aprovechado por ONG locales para interponer un recurso ante el Ministerio de Infraestructuras israelí en el que exigen que las labores de perforación sean suspendidas. Sin embargo, el futuro de la docena de áreas ya identificadas por la empresa israelí (de capital norteamericano) es tan negro como el oro oleoso que previsiblemente acoge.
“Sin la ciudadanía israelí somos apátridas”
Tras la ocupación israelí de esta tierra en 1967, disputada miles de años atrás por amoritas, arameos, israelitas y siglos después por los turcos, la mayoría de los 130.000 sirios que residían en la parte occidental del Golán ocupado hoy por Israel –el 70% de la geografía natural del altiplano y las montañas que lo rodean– fueron obligados a marcharse. Solo un 5% permaneció, aunque nunca perdieron los estrechos vínculos que aún hoy les unen a sus parientes, ya estén en el Líbano o en Siria.
El Estado hebreo anexionó este territorio en 1981 cuando lo incorporó a su engranaje legal y administrativo. Pero desde entonces han sido numerosas las presiones –arrestos o detenciones administrativas (sin cargos ni juicio)– sufridas por su población, mayoritariamente drusa, para adoptar la ciudadanía israelí.
Esta minoría religiosa, escindida del Islam y que mantiene en secreto parte de los detalles de su fe, tiene aproximadamente un millón de fieles repartidos entre Siria, Líbano, Jordania e Israel. Su origen se remonta al siglo X, aceptan la legitimidad de cinco profetas –procedentes de las tradiciones griega, judeocristiana o islámica–, son monógamos, creen en la reencarnación, reniegan de las conversiones a otras creencias y presumen de ser aguerridos soldados, mostrándose siempre fieles a los miembros de su comunidad. No ansían tener un Estado, más bien se adaptan al que llega, jurándole lealtad si este les protege como minoría.
Así lo explica Wahib Rashid Halabi, druso sirio y profesor residente en Majdal Shams. “La mayoría de los sirios del Golán, que son mayoritariamente drusos, no quieren la ciudadanía israelí”, explica. “Siguen sintiéndose sirios, piensan en volver a Siria algún día, pero si tienen un pasaporte israelí eso no sería posible”, apostilla. Según Halabi, alrededor de un millar de sus conciudadanos sí la han solicitado “porque la presión es alta”, pero “quienes lo hacen lo mantienen en secreto porque no son bien vistos por la comunidad. Solo son identificados cuando acuden a votar en las elecciones israelíes”, añade.
No obstante, a pesar del rechazo social a obtener la credencial israelí, Wahib reconoce que tenerla facilita mucho las cosas. “Sin él somos apátridas, en nuestro pasaporte dice que nuestra nacionalidad es 'indefinida”, se lamenta. “No solo dependemos de un salvoconducto israelí para viajar porque no tenemos pasaporte, también para obtener visados que nos permitan visitar a nuestros hijos que estudian en el extranjero o incluso para ir de vacaciones”, denuncia.
Wahib explica que ese fue su caso cuando a finales del mes de marzo acudió a la embajada española en Tel Aviv. Los Halabi querían viajar a Barcelona a finales de abril para ver un partido entre el Barcelona F.C. y el Osasuna. “Mi hijo es un tremendo fan del Barcelona. Escogimos ese partido porque nos cuadraban las vacaciones a toda la familia, pero la embajada española nos denegó el visado”, comenta.
Preguntado a este respecto, un miembro de la sede diplomática española en Tel Aviv respondió lo siguiente: “Sabemos que su situación es complicada, pero hasta ahora España ha sido un coladero, la mayoría de los visados sí se conceden, solo que ahora los requisitos se han endurecido más que antes”, asevera. Según la misma fuente, del centenar de visados solicitados recientemente por los residentes sirios del Golán, “solo se han denegado unos 4 o 5”.
Por su parte, Wahib se queja. “En la carta que me enviaron dicen que no he aportado la documentación necesaria, que tengo que justificar que me voy de vacaciones”, cuenta. “Según pedían, ya les mostré que tenía reservado un hotel, el billete no lo puedo comprar con un mes de antelación porque sin pasaporte nosotros dependemos de una agencia de viajes local”, responde. “¿Qué más tengo que hacer para que mi hijo pueda ver un partido de su equipo favorito? ¿Acaso creen que nos vamos a fugar y pedir asilo en España? Nuestra vida está aquí”, espeta molesto.
Para Salman Fakherldeen, de Al-Marsad, organización que en marzo presentó un informe específico sobre la problemática de los visados para los sirios del Golán ocupado por Israel, el caso de Wahib es “uno de tantos”. “Al no tener una nacionalidad clara, algunos países europeos piensan que los golaníes van a Europa para pedir asilo y quedarse cuando la gran mayoría no tiene idea de marcharse”, explica.
De acuerdo con este abogado, España es uno de los países elegidos como destino de vacaciones por la gran afición al fútbol que hay entre los residentes locales. “Pero ahora resulta más fácil viajar a Europa por Alemania que por España. Piense que son muchos los que quieren ir, ya sea porque tienen familia o porque quieren pasar unos días de vacaciones, ¡Israel es tremendamente caro!”, exclama.
Con visado o no, para Salman Fakherldeen la problemática es otra. “Todas las dificultades que nos ponen, los visados, los viajes familiares cancelados, persiguen lo mismo: que los sirios del Golán claudiquen y terminen adoptando la ciudadanía israelí”, comenta el druso. Wahib corrobora esta afirmación. “Cuando estaba en la embajada española en Tel Aviv, con mi hijo llorando, es cierto que lo pensé: si tuviera un pasaporte expedido por Israel esto no estaría pasando”, relata.
El caso de Wahib es uno entre miles, los mismos habitantes –hoy 25.000– que tiene el Golán sirio ocupado por el Estado hebreo. “Generan cansancio, hastío y agotamiento para conseguir su objetivo, que los golaníes sirios adoptemos el pasaporte de Israel porque, de ahí a la anexión 'de facto', el camino es siempre más corto”, zanja.