La muerte de un migrante en Bosnia evidencia las precarias condiciones de acogida en la ruta de los Balcanes
El pasado 3 de febrero, sobre las 5:30 horas de la mañana, un hombre de origen argelino fue atropellado a escasos 200 metros del campo donde vivía, en el fronterizo pueblo de Velika Kladusa, en Bosnia-Herzegovina. Se llamaba Hammid, tenía 34 años y era una de las miles de personas que tratan de llegar a otros países europeos desde Bosnia, convertida desde el año pasado en la principal puerta de entrada a la UE desde los Balcanes.
El campo de Miral, situado a las afueras de Velika Kladusa, donde vívia Hammid, está por encima de su capacidad. Con plazas para 700 personas, ya viven más de 900 en él. Las quejas por parte de los migrantes alojados son constantes, desde la comida hasta la falta de protección en las peleas que se producen dentro del mismo.
Ubicado a escasos kilómetros del pueblo, la única vía de acceso es una carretera nacional sin arcén y sin iluminación, un patrón que se repite en muchos otros campos en toda Europa. En 2018, 43 migrantes fallecieron en las carreteras europeas, la principal causa de muerte de estas personas una vez en el continente, según los datos recopilados por el proyecto Missing Migrants.
Hammid es el segundo migrante que ha muerto por esta causa en lo que va de año en Europa. Había llegado a Velika Kladusa a principios de enero con Yacine, su compañero de viaje durante los últimos tres meses. Hacía solo un mes, todo apuntaba a que alcanzaría Bélgica, donde quería vivir, pero la mañana del 10 de enero fueron detenidos en el intento por la Policía eslovena.
Llevaban varios días caminando a escondidas por las montañas croatas y al fin estaban enfrente del río Sava. Cruzaron la frontera natural que separa Croacia de Eslovenia en un kayak robado, pero los agentes les esperaban en la otra orilla. Tras cogerles los datos y ponerles una multa de 500 euros por entrar al país de manera irregular, los entregaron a la Policía croata, que deshizo los 60 kilómetros que separan Eslovenia de Velika en tan solo unas horas, transportándolos en coche.
Numerosas ONG de derechos humanos han documentado en los últimos meses casos de personas devueltas por las autoridades de Croacia, Estado miembro de la Unión Europea, a Bosnia sin darles la posibilidad de buscar protección internacional, algo que, insisten, contraviene la legislación internacional. En agosto del año pasado, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) registró los casos de 2.500 refugiados y migrantes presuntamente rechazados por Croacia, en los que más de 1.500 denunciaron que se les negó el acceso a los procedimientos de asilo. También recibió cientos de denuncias de violencia y robo durante estas expulsiones.
Diez intentos para poder continuar hasta la UE
Así, con un camino de vuelta a Bosnia tras varias semanas atravesando Europa, terminaba para Hammid el sueño de llegar a Bélgica, adonde deseaba llevarse a su hija de cinco años, Gigi. Divorciado, empezó la ruta de los Balcanes con el objetivo de buscar un futuro mejor para ella. En 2018, se registró un aumento del número de personas que, generalmente desde Grecia y Bulgaria, intentaron cruzar Bosnia-Herzegovina para continuar su viaje hacia la UE. La valla construida en Hungría en la frontera con Serbia hace tres años y la constante presión policial croata han obligado a la mayoría de migrantes a pasar por Bosnia si quieren entrar en la UE.
El año pasado se contabilizaron más de 24.067 entradas al país, en comparación con 755 llegadas en 2017, según datos de la Comisión Europea. A medida que estas llegadas crecían, empeoraban las condiciones en los lugares donde más migrantes se congregaban junto a la frontera con Croacia, a menudo en asentamientos informales y edificaciones abandonadas, como denunció el pasado agosto Médicos Sin Fronteras.
Uno de ellos es el pueblo fronterizo de Velika Kladusa, donde Hammid pasó sus últimos días con vida. El lugar del accidente está situado tras una curva con poca visibilidad en la única carretera que conecta la localidad con el campo de Miral, administrado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Cientos de migrantes la utilizan a diario para ir a al pueblo. La provincia de Una Sana, donde se encuentra el campo, tiene una proporción de casi un migrante en ruta por cada 72 habitantes mientras, al otro lado de la frontera, Croacia continúa endureciendo su control migratorio.
A pesar de no existir una estructura física que separe los dos países, las constantes devoluciones, la mayoría de ellas con uso de la violencia, incrementa la dificultad de continuar hasta Eslovenia o Italia. Aproximadamente, cada migrante debe intentarlo al menos diez veces. Pero cada una puede ser peor que la anterior, ya que las historias de la violencia empleada por la Policía croata pasan desde puñetazos al uso de bates de béisbol, la constante rotura de sus teléfonos móviles o quitarles las botas y hacerles volver andando por las montañas en medio del invierno los casi tres kilómetros que separan la frontera croata de Velika Kladusa. Por esta razón, y por las duras condiciones climáticas, los migrantes esperan las ventanas de buen tiempo para empezar su marcha.
Carencias en la atención médica
Los servicios públicos en este pequeño pueblo están completamente saturados. Es la única explicación encontrada hasta el momento de por qué ninguna ambulancia fue a socorrer a Hammid, aún con vida después del accidente. Según los amigos del argelino, este seguía respirando después de ser atropellado. Corrieron a la gasolinera más cercana para que estos llamarán a la Policía, que tardó una hora en acudir al lugar de los hechos. Tras llegar, metieron a Hammid en la parte de atrás del furgón policial, junto con sus cuatro amigos. Minutos después de ingresar en el hospital, Hammid falleció. Yacine sigue preguntándose por qué ninguna ambulancia llegó a auxiliar a su amigo.
“Las personas encargadas de la seguridad en el campo de Miral fueron informadas del accidente por los dos amigos de Hammid. La OIM entiende que estos llamaron a la Policía y que la ambulancia no pudo llegar porque estaba asistiendo a otra persona”, afirma Drazan Rozic, coordinador de las operaciones de emergencia de la OIM en Bosnia. Sin embargo, a cinco minutos del accidente, en el hospital de Velika Kladusa, había cinco ambulancias más. Es por ello que muchos no entienden por qué los agentes terminaron transportando a Hammid en el furgón policial.
E.Bilic, uno de los agentes de seguridad del campo, explica que todos los periódicos los han culpado a ellos de la muerte del hombre. Los migrantes los responsabilizan por no haber llamado a la Policía. Él se exculpa alegando que el problema no son ellos. “El problema es la OIM y las nefastas condiciones de los campos”, asevera. En su último informe en el que analiza los patrones de los movimientos migratorios, Acnur hacía énfasis en que las condiciones de acogida de quienes llegan a Bosnia siguen siendo precarias.
La asistencia médica para las 900 personas en el campo de Miral la proveé la ONG Danish Refugee Council, que trabaja seis días a la semana durante cuatro horas al día. A la hora del accidente, su turno aún no había empezado. Seis vecinos bosnios, sentados en una mesa del Hotel Napoleón en Velika, hablan también sobre las dificultades para encontrar a los médicos en el pueblo fuera de su horario de consulta. “Si es de noche, habrá que llamar al menos diez veces para que se despierte el médico de guardia”, explica la camarera del hotel.
En el centro de atención primaria, donde falleció finalmente Hammid, trabaja Arijana Causevic, coordinadora médica para migraciones de Velika Kladusa. Cuenta que cuando ella llegó esa mañana, el hombre de 29 años que conducía el coche que atropelló a Hammid estaba llorando. Asegura que en circunstancias normales habría llegado la ambulancia, pero esa mañana fue la Policía quien lo llevó al hospital.
“La situación actual no es normal, no se siguen los procedimientos habituales, estamos improvisando constantemente. Velika es un pueblo muy pequeño y estamos por encima del máximo de nuestras capacidades”, explica. “Europa ya ha fastidiado suficiente la situación. Nosotros estamos ya exhaustos de la guerra que acabó en 1995. Aún no nos habíamos recuperado y esto que está pasando ahora, no tenemos fuerzas para sobrellevarlo”, agrega Causevic.
La coordinadora acaba llegar de una reunión en Bihac, el otro cuello de botella de la ruta de los Balcanes, donde más de 4000 migrantes viven en condiciones precarias en los campos de la OIM. “Tenemos soluciones para casi todos los problemas, pero no veo una salida a este. Está gente seguirá viniendo y yéndose, y otros vendrán y se marcharán, no hay una salida. Bosnia no es la solución, la solución está en otro sitio. Nosotros somos tan solo víctimas colaterales”, sentencia.