Arrodillado en el suelo, esponja en mano, Omar (de 11 años) recoge la mayor cantidad de gasolina posible que encuentra esparcida en el terreno de Iddleb, al norte de Siria. La acumula en un cubo para venderla. Sus manos, que escurren el líquido negro a diario, ya no se parecen a las del estudiante que un día fue. “Era muy bueno en poesía”, recuerda el niño sirio cuatro años después del inicio de la guerra en su país.
Es uno de los menores que aparece en un reciente informe de Save The Children y Unicef sobre el aumento del trabajo infantil entre los niños sirios desde que hace estallase la guerra civil que golpea el país. En Siria y en los países vecinos: “En Jordania, el 47% de las familias de refugiados sirios afirma que parte o todos sus ingresos son generados por un niño”, recoge el estudio.
Save the Children y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés) indican que, a pesar de la carencia en estadísticas sobre trabajo infantil, el incremento del número de menores que han dejado las aulas por un empleo se deja notar en algunas cifras. Si en Jordania el 47% de las familias reconocía que sus hijos lleva dinero a sus hogares, “en Irak, cerca del 77% de los niños sirios refugiados trabajan para apoyar a sus familias”.
Además, antes de la guerra, “casi todos los niños en Siria iban a la escuela y los índices de alfabetización superaban el 90%”. Ahora, según Unicef el conflicto ha expulsado de las aulas a 2,7 millones de niños sirios de los nueve millones que habita el país. En las regiones vecinas –donde la ONU estima que hay dos millones de menores refugiados en situación de vulnerabilidad– las cifras de inserción educativa se reducen mucho más: “Aproximadamente el 57% de los niños sirios refugiados estaban fuera de la escuela en marzo de 2015”.
Y cuando no pueden asistir al colegio y la necesidad aprieta, el empleo de los hijos es la solución al hambre para muchos hogares. Según los datos de la ONU, “el 64,7% de la población siria vivía en extrema pobreza en 2014, incapaces de satisfacer las necesidades básicas”.
La pobreza también los retira de las aulas, aun cuando tienen opción de asistir, lo que preocupa aún más a las organizaciones sociales: el trabajo fue la causa más mencionada para no ir al colegio por el 78% de los menores no escolarizados de Hama (Siria) y por el 75% de la zona rural de Damasco, según los datos de la Organización Internacional del Trabajo que cita el estudio.
Trabajos precarios y peligrosos
Omar es uno de esos niños. Tras la muerte de su padre y de que su hermano mayor se uniese a un grupo armado, él asumió la responsabilidad de mantener a su madre y hermanos pequeños. “A veces cuando el mercado está muy abarrotado de niños, trabajar se convierte casi en una guerra en la que los niños luchan para conseguir la gasolina del suelo”, dice. Si el hoy, el mercado, es “negro y apestoso”, Omar recuerda el pasado, su escuela, como “colorida y cálida”.
Hussain, de 10 años, vive en el campo de refugiados de Za'atari en Jordania y la última vez que fue al colegio “fue en Siria, hace dos años”. Le gustaba, pero “he olvidado todo lo que aprendí, no puedo ni siquiera escribir mi nombre”, cuenta. En su caso, sus dos hermanas estudian, pero los tres niños de su familia colaboran para llevar algo de dinero a casa.
El informe señala que el trabajo infantil es más frecuente entre los niños que entre las menores. Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur), ellos “suponen el 94% del trabajo infantil en el campo de refugiados de Za'atari”. El trabajo infantil se centra sobre todo en la agricultura, en la venta ambulante y la mendicidad en las calles, y en comercios y otras actividades en las zonas urbanas. Los empleadores, indica el informe, buscan a menudo a niños en sus contrataciones, a los que pagan menos.
Sin embargo, las organizaciones responsables del estudio advierten de cierta infrarrepresentacion del trabajo ejercido por las niñas, ya que suelen estar empleadas en “labores menos visibles”, como el trabajo doméstico y la agricultura. Cuando trabajan como empleadas domésticas internas, se “las expone a peligros como el abuso y la explotación sexual”.
Los riesgos laborales también llegan en forma de pesticidas, cargas demasiado elevadas para el cuerpo de los menores y abusos físicos de los empleadores. Omar cuenta a Save the Children que el trabajo en el mercado de combustible “es peligroso, un incendio puede empezar en cualquier momento y, cuando comienza, lleva horas y muchos hombres apagarlo. Mucha gente ha muerto por el fuego”. Pero no son solo los incendios: “La gasolina te quema la piel” y por la noche el pecho el arde cuando intenta conciliar el sueño.
Cerca del 75% de los niños empleados en el campo de refugiados de Za'atari asegura sufrir problemas de salud en el trabajo. Salem, de 13 años, trabaja en muy malas condiciones en los campos del valle de Becá (Líbano), pero en su casa no pueden permitirse que acuda al colegio. Así que aguanta.
Las organizaciones sociales piden mejorar las ayudas a los refugiados sirios y erradicar las peores formas de trabajo infantil para que estos menores, que han dejado de formarse y crecen aguantando condiciones que no son las adecuadas para su edad, no se convierten en la “generación perdida de Siria”. Esa a la que la guerra ya ha arrebatado el presente.
De los 5.500 millones de dólares que según la ONU se necesitan para ayuda humanitaria y la reconstrucción de Siria en 2015, a mitad de año solo se ha recibido una cuarta parte.
Omar no se resigna. No le gusta el trabajo que ha dejado su ropa impregnada de un olor intenso a gasolina pero sueña con que sea el trampolín para ganar dinero y poder volver a estudiar, “convertirme en lo que quiero ser”: arquitecto.