“Ya no se puede vivir allí, hay mucho odio, la muerte está en todos los rincones, las pandillas son una amenaza constante”, dice María, una joven que acaba de huir a Madrid desde El Salvador, un país atravesado por la violencia.
Su amiga Rosa la acompaña, ambas están en la misma situación. Aún llevan consigo un par de maletas y no tienen un lugar adónde ir en Madrid. Durante las dos noches que llevan en la capital, han pernoctado en la calle, envueltas en mantas para combatir el frío, con el propósito de conseguir cita previa para la primera entrevista para poder tramitar su solicitud de asilo en España.
No son las únicas. Desde hace semanas, en las inmediaciones de la Brigada Provincial de Extranjería y Fronteras –donde también se ubica el CIE de Aluche–, se ha repetido la misma escena cada noche. Una fila enorme de gente se congrega allí durante horas, desde que cae la tarde hasta el amanecer, para solicitar cita previa, como primer paso para formalizar la solicitud de protección internacional, ya sea el derecho de asilo, que se concede a los refugiados, o la protección subsidiaria, que se otorga a los extranjeros que se encuentran en determinadas situaciones de riesgo y no pueden regresar a su país de origen.
El procedimiento se ha convertido en presencial desde el 28 de mayo de este año, cuando dejó de estar operativo el número de teléfono 060, destinado a la petición de cita previa. “Por teléfono era mucho más cómodo pero las citas llegaban a los seis meses o más tarde”, explica Carmen Cabrillo, responsable del programa Afrique de SERCADE (Servicio Capuchino para el Desarrollo).
“Después cambian y abren comisarías para agilizar, aunque también se incurrían en muchos errores como la falta de traductores. Finalmente pasamos al momento de peticiones en Aluche y, ante lo que consideran que están muy sobrepasados, se monta este sistema [por orden de llegadas y presencial], que es un desastre porque no permite que la gente pida asilo”, sostiene. “A esto se suma que no están emitiendo tarjetas ni hay trabajadores sociales, por lo que se está bloqueando por todas partes”.
Mientras, cada noche, los solicitantes se autoorganizan y se inscriben en un papel por orden de llegada. Ya saben que conseguir un número superior a 80 supone una alta probabilidad de no ser atendidos a partir de las nueve de la mañana, cuando los funcionarios abren el servicio y usan ese listado de nombres para llamar a la gente.
Seis intentos para conseguir cita
A David, un joven paraguayo de 23 años, le conocen en la fila como “el chico de los seis días”, aludiendo al número de intentos que acumula para conseguir la cita. Esta vez parece que lo va a conseguir, su nombre aparece en la lista de los 80. Para amenizar la espera, que comenzó a las 19,30 de la tarde, tiene mantas, galletas, mate e incluso una pequeña carpa desmontable para protegerse del frío.
Lo comparte con otros que, como él, están allí con el mismo propósito. Como Maryory, venezolana de 48 años que apenas lleva una semana en Madrid. Es la segunda noche consecutiva que intenta lograr número para pedir cita. En esta ocasión llegó a las ocho de la tarde y consiguió el número 71, pero confiesa que está acostumbrada a esperar y a hacer cola.
“En Venezuela para comprar huevos hay que hacer largas horas de espera en la calle”, dice esta mujer, maestra de profesión. Muestra buen humor constantemente, también a la hora de hablar de su hija de cinco años, a quién ha tenido que dejar en su Mérida (Venezuela) natal, junto a los abuelos. Tiene ganas de empezar a trabajar pronto “y poco a poco” poder mandar dinero y medicinas para su madre enferma y ofrecer “un futuro mejor” a su hija.
Pasada la media noche, muchos se tumban en la acera, cubiertos con mantas y sacos de dormir. Hay quienes han traído alguna silla plegable o se sientan en cartones y combaten las horas conversando. Así es como se conocieron tres familias colombianas de Bogotá, Cali y Medellín. No pierden de vista al pequeño del grupo, un bebé de 22 meses que corretea hasta que el agotamiento le conduce al sueño. Es el hijo de Estefanía, también recién llegada a Madrid. Lamenta que no tiene a nadie con quien dejar al crío. “Ayer una madre que vino sola con sus dos hijos se quedó sin entrar, no paraba de llorar la pobre mujer”, cuenta Arnold, un chico colombiano que tiene el número 53.
Aunque la mayoría de la gente que aguarda la cola es de origen colombiano o venezolano, sobre la una de la noche aparece un grupo de jóvenes africanos que hace pocos días fueron rescatados en su travesía en el mar y trasladados a la costa de Málaga.
Como todos los que van llegando, preguntan por su turno. Después de pasar un rato deciden marcharse, la lista ya ha superado las 150 personas y están admitiendo a 80 diarias. Además, estos jóvenes, desde que llegaron a Madrid, viven en un centro para personas sin hogar, donde el protocolo sanciona a los usuarios que no acuden a dormir. Para que esto no ocurra y evitar verse en situación de calle, han tenido que pedir permiso y tendrán que volver a hacerlo. “Mañana lo intentaremos de nuevo”, comentan mientras emprenden el camino de vuelta.
Según activistas presentes en la cola para hacer un seguimiento, la Policía repartió este miércoles más números para solicitar cita de los que venía distribuyendo en las últimas semanas. “Esto ha reducido la fila. pero solo por días. No soluciona el problema porque no corrige el proceso engorroso que han impuesto para solicitar asilo y no garantiza que no se formen más colas”, concluye una activista antirracista a eldiario.es.