En cada uno de los puntos del mapa que componen los últimos años de su vida, la cooperante Lorena Enebral dejó una parte de sí misma, “su huella”. En cada destino donde “luchó, luchó y luchó” para mejorar las condiciones de vida de quienes la rodeaban, dicen sus amigos, “desprendió todo el amor del mundo, toda su profesionalidad, su energía”. Y esa sonrisa a la que se refieren una y otra vez aquellos que la conocían. Ese “efecto Lorena”.
“Ha muerto haciendo lo que le hacía feliz. Y lo que le hacía feliz era mejorar la vida de los que estaban más cerca, no solo de sus pacientes”, describe Mafalda Soto, una de sus compañeras en la ONG África Directo, para la que trabajó años antes en Malaui y Tanzania. “Ojalá todos tuviésemos una pasión que nos llenase tanto como a Lorena su trabajo”, resume Yolanda, amiga íntima de Lorena.
Su última “lucha”, lidiada desde esa vitalidad y alegría enfatizada por sus compañeros, consistía en hacer todo lo posible para que sus pacientes, la mayoría mutilados de guerra, volviesen a caminar o pudiesen comer por sí mismos. Este lunes, después de hacer la llamada de cada mañana a su madre, Lorena estaba trabajando en el centro de rehabilitación de Cruz Roja en Mazar-e-Shafir (Afganistán) cuando un hombre le disparó y acabó con su vida. Según la organización, el atacante, que era paciente del centro desde que era niño, ha sido detenido.
La desolación de los compañeros con los que ha trabajado y convivido en diferentes proyectos se presiente en cada pausa forzada realizada mientras recuerdan a su amiga “Lore”. “Vivió muy intensamente, porque todo lo que hacía lo hacía intensamente. También ha muerto intensamente. Pero, si ella volviese a nacer, volvería a hacer exactamente lo mismo, a dedicarse a lo mismo”, asegura Manuel, compañero de la cooperante en la ONG África Directo. Con ella coincidió en Malaui, el destino que, dice, “enganchó” a la fisioterapeuta a los proyectos de cooperación.
De Malaui pasó a Tanzania, donde impulsó un centro de rehabilitación para niños. Su dedicación y vitalidad hizo que una parte de Lorena también se quedase en la localidad de Same. Ese “efecto” característico que generaba la segoviana, cuentan, también les contagió a sus pequeños pacientes, quienes continúan preguntando por ella años después: “Cada vez que vuelvo a ese proyecto, dirigido por una organización local de hermanas franciscanas, los niños no paran: ‘¿Y Lore? ¿Y Lore?’. Nos lo dicen una y otra vez”.
Desde Afganistán, Lorena también se preocupaba por ellos: “¿Cómo van ‘los niños’?”, decía de vez en cuando a través del grupo de WhatsApp que aún compartía con los compañeros de aquellos años de trabajo. Un interés hacia los demás que se repetía en cada uno de sus círculos. “Estaba en Afganistán, viendo lo que vería, y seguía pendiente de nuestros pequeños problemas”, añade Yolanda. “Tendría preocupaciones, pero no las transmitía”.
Una persona “fuera de lo común”
“Es difícil definirla. Ella era simplemente espectacular. Como trabajadora y como persona… Espectacular. Siempre con la sonrisa en los labios, siempre alegre y luchadora… Una persona fuera de lo común”, reitera Manuel.
El anhelo de Lorena y de tantos cooperantes por ayudar en aquellos lugares donde más los necesitan, a pesar de las difíciles condiciones, le empujó a embarcarse en uno de los proyectos del Comité Internacional de Cruz Roja (CICR) en Afganistán. En 2016, el año que la fisioterapeuta arrancó su labor en el país, 3.498 civiles fueron asesinados (entre ellos, 923 niños), mientras que 7.920 resultaron heridos, según datos de la ONU.
“Conociendo los peligros, yo no era realmente consciente. Creía que nunca le podría pasar nada. A Lorena, no. Siempre pensé que tenía un 'angelito', pero luego me di cuenta que el ángel, en realidad, era ella. Y los ángeles se van pronto para dejarnos su huella y que aprendamos”, reflexiona su amiga.
La pasión por su trabajo en Afganistán
Su labor de rehabilitación “ayudaba a las personas que han sufrido una amputación o que padecen alguna otra forma de discapacidad a llevar una vida activa”, explican desde CICR. “Desbordaba ilusión. Recuerdo cuando un niño logró levantar la cabeza tres centímetros y lo contaba con una pasión...”, dice Yolanda.
Como siempre, Lorena también ha dejado su huella en Afganistán. “Con toda su energía y alegría, era el corazón de nuestra oficina en Mazar. Estamos devastados”, lamentó la jefa de la delegación del CICR en Afganistán, Monica Zanarelli.
El asesinato de la fisioterapeuta se produce tras el ataque en el norte de Afganistán en el que murieron seis empleados de la organización humanitaria en febrero de este año. Otros dos cooperantes fueron secuestrados y han sido liberados recientemente tras siete meses de cautiverio.
“Esta serie de ataques no solo causa indignación y tristeza, sino que también deja en evidencia los peligros reales a los que está expuesto nuestro personal en todo el mundo”, ha denunciado el Comité en un comunicado. “Las violentas fluctuaciones de la vida hoy nos parecen particularmente crueles. Lorena era una fisioterapeuta competente y atenta que prestaba asistencia a los pacientes, especialmente a niños”, añade la responsable de la misión de la delegación en Afganistán.
Para sus seres queridos, hablar de Lorena es hablar de su sonrisa, su vitalidad, de “esos abrazos que contagiaban energía”. También del amor hacia una madre, un padre y unos hermanos que, rotos de dolor, aguardan en Madrid la llegada del cuerpo de su hija desde Kabul.
Esa madre a la que llamaba cada mañana a las 7:30 horas para reducir sus niveles de preocupación, para decirle que estaba bien y transmitirle esa pasión antes de empezar su día, mientras desde Segovia le recordaban que tenían demasiadas ganas de tenerla en casa. Ese padre al que Lorena repetía que, “ahora que podían”, viajasen más, que tenían “que disfrutar”.
“Vive la vida y sé feliz', decía siempre”, traslada Yolanda, quien está acompañando a los padres y hermanos de la fallecida en estos momentos de desolación. Pero quiere compensar la tristeza por su ausencia con su memoria.
“Era mi amiga y no quiero que desaparezca. Por eso quiero hablar de ella y mantener su recuerdo vivo. Como ella era: llena de vida y alegría”, dice Yolanda al aceptar responder a las preguntas de eldiario.es. “Si nos pudiese ver, diría que había sido feliz, que no llorásemos, que lo celebremos, fumemos una shisha y escalásemos montañas”. Es ese “efecto Lorena”.