La COVID-19 ha deshecho el progreso de décadas en la lucha contra la pobreza extrema
Los logros de dos décadas en la reducción de la pobreza extrema –cuya eliminación constituye uno de los objetivos de desarrollo sostenible– sufren hoy un retroceso dramático debido a la confluencia de tres factores: la pandemia de COVID-19, una emergencia climática en aumento y la crisis de la deuda, que también crece.
Mientras el Banco Mundial advierte de un “incremento sin precedentes” de los niveles de pobreza este año y renueva sus peticiones a la condonación de deuda, los expertos anuncian una crisis multisectorial que afectará desde la educación al empleo y que probablemente durará años.
El banco, que ya era pesimista antes, actualizó sus previsiones en enero y calcula que el número de personas que entrarán en la pobreza este año pasará de un rango actual que baila entre los 88 y los 115 millones de personas a uno de entre 119 y 124 millones.
La pobreza global había descendido espectacularmente desde la década de los 60, cuando alrededor del 80% de la población mundial vivía en la extrema pobreza. Hoy, esa cantidad se ha reducido a una cifra más cercana al 10%. Cientos de millones de personas abandonaron este nivel de escasez en el último medio siglo.
Pero las previsiones apuntan que este año veremos un aumento importante, que no sólo afectará a quienes viven por debajo de la línea de la pobreza (ubicada alrededor del euro y medio diario). Los expertos creen que el aumento es preocupante en la franja de quienes viven con el doble, con unos tres dólares diarios, si se examinan series de datos entre junio de 2020 y enero de 2021.
Una crisis en aumento
Los informes publicados estos meses señalan una crisis que va en aumento y de la que tenemos múltiples indicadores: desde las tasas de abandono escolar en los países en vías de desarrollo, a descensos en los salarios y un incremento del desempleo. Todo ello impulsado por la pandemia, que se ha llevado por delante empresas, ha cerrado tanto escuelas como fronteras y ha golpeado con fuerza la actividad económica global.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) es una de las instituciones que señalan que los trabajadores han perdido 3,7 billones de dólares en salarios desde el inicio de la pandemia. En su informe anual sobre salarios globales, publicado a finales del año pasado, la OIT informó que los salarios han caído o crecían más lentamente en todo el mundo durante los primeros seis meses de 2020 y advertía de que la crisis de la COVID-19 “probablemente infringirá presión a la baja sobre los salarios en un futuro próximo” y “afectará de manera desproporcionada a mujeres y personas con empleos peor pagados”.
El informe advertía de que, aunque en un tercio de los países el salario medio parezca aumentar, “se trata en gran medida de cantidades significativas de trabajadores mal pagados perdiendo sus empleos y provocando que las medias estén sesgadas”.
Pero es a largo plazo, en aquellas consecuencias menos visibles, en lo que muchos se fijan y preocupan. Por ejemplo, en el impacto sobre la educación, que no puede pasar desapercibido. Entre quienes elevan la voz se encuentra Axel van Trotsenburg, director de operaciones del Banco Mundial. “Nos preocupa que en esta crisis estamos viendo una inversión en la tendencia de reducción sostenida de la pobreza extrema y ahora asistimos a un aumento. Las estimaciones actuales apuntan a que la cifra se incremente en 150 millones de personas de aquí a finales de año”.
“Esta crisis ha mostrado lo frágil que es este progreso, y el esfuerzo que se necesita para reconstruirlo, por no mencionar el reto añadido que suponen cuestiones como el cambio climático. Además, vemos también que aumenta el número de pobres y desempleados a mayores de quienes encajan en la definición de pobreza extrema. Es una señal clara de que esta crisis ya está produciendo un efecto dominó grave”.
“Mil millones de niños no van a la escuela y la educación online no llega a muchos de los habitantes de los países en vías de desarrollo. Hemos hecho muchos análisis sobre este tema pero un año de escolarización adicional añade ingresos que, de perderse ese año, implican, en el arco de toda una vida y a nivel global, una reducción del Producto Interior Bruto mundial de 10 billones de dólares”.
“También hay una cantidad desproporcionada de niñas que, al dejar la escuela, dejarán la educación para siempre por lo que perderán aún más”, continúa el director de operaciones del Banco Mundial.
Aunque la pandemia ha afectado tanto a los países ricos como a los pobres, Van Trotsenburg cree que los retos a los que se enfrentan los países más pobres son más profundos. “Uno de los principales retos en los países en vías de desarrollo es que la mayor parte del empleo está en el sector informal”.
Riesgo de empobrecimiento en los países de renta media
Andrew Shepherd y sus compañeros de la Red de Asesoramiento sobre Pobreza Crónica del Overseas Development Institute se hacen eco de muchas de las observaciones del Banco Mundial y otras organizaciones internacionales. Y, como ha señalado la organización de Shepherd, los recortes en los presupuestos de la cooperación occidental no añaden más que complicaciones.
“Estos recortes dejan menos recursos disponibles para hacer frente a los retos a largo plazo que enfrenta gran parte de la población, por no mencionar la supervivencia en el día a día. En este contexto, las repercusiones sociales y económicas de la COVID-19 seguirán siendo mayores sobre los países de ingresos bajos y medios. Y sin los recursos adecuados para abordar la interrelación entre pobreza, cambio climático, conflictos, crisis de gobernanza y las relaciones desiguales [de cada país] con la economía mundial, las dificultades no harán más que aumentar”, dice Shepherd, quien señala el riesgo de empobrecimiento existente en los países de renta media donde las familias estaban comenzando a salir de la pobreza. Son vulnerables, corren el riesgo de regresar al lugar del que vienen. “Una de las cosas que hemos estado viendo es el empobrecimiento de ciertos colectivos que, en circunstancias normales, no habrían pasado por eso”.
Aunque Shepherd está de acuerdo en que los efectos del abandono escolar durante la pandemia tienen repercusiones a largo plazo, también señala que la lista de problemas es mayor y no siempre predecible. “Una de las cuestiones que surgió durante un estudio reciente sobre los emigrantes que regresan a Bangladesh desde el Golfo [donde han perdido sus empleos], es que sus ingresos se han reducido hasta situarse por debajo de los de otros sectores del mercado de trabajo, sobre todo en el mundo rural. Habíamos trabajado con la hipótesis de que este grupo resistiría más. Y no ha sido así”, sostiene.
“El otro gran problema es el del sector informal urbano en lugares como África, la gente que vende en los mercados. Su clausura, que arrastra los servicios paralelos, ha supuesto una gran pérdida de ingresos”, añade.
A Homi Kharas, investigador jefe de economía global y desarrollo de la Brookings Institution, le preocupa que el impacto de la pandemia dure al menos hasta 2030 para gran parte de esas personas que están cayendo en la pobreza por todo el mundo.
En una investigación publicada el año pasado, aunque argumentaba que parte de esa pobreza “se compensará cuando las economías empiecen a recuperarse en 2021”, añadía que “el escenario a más largo plazo sugiere que la mitad del aumento de la pobreza podría ser permanente. En 2030, las cifras de pobreza podrían seguir siendo superiores a las actuales en 60 millones de personas”.
En enero, Børge Brende, presidente del Foro Económico Mundial, ha destacado otra cuestión importante: “Si queremos regresar a los niveles de PIB mundial anteriores a la crisis, tendremos que empezar a invertir entre países a través de la inversión extranjera directa, que ha disminuido drásticamente en el último año y medio”. Y añadió: “También sabemos que las cadenas de valor y el comercio luchan por volver a sus niveles anteriores a la crisis en todo el mundo. Y sabemos que el comercio ha sido un motor de crecimiento y ha sacado a millones de personas de la pobreza extrema en las últimas tres décadas”.
Traducido por Alberto Arce
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