Fue una operación rápida y a plena luz del día. Hace dos semanas un grupo de personas desmontó en cuestión de minutos las cruces blancas a orillas del río Spree que recuerdan a catorce de las víctimas del Muro de Berlín, a escasos metros del Bundestag y la cancillería. ¿Quién pudo llevarse las cruces a pocos días de la conmemoración por todo lo alto del 25º aniversario de la caída del Muro de Berlín? ¿Para qué?
Los autores de esta acción no son, sin embargo, ningunos gamberros: pertenecen al colectivo político-artístico Centro para la belleza política y su objetivo era denunciar la política europea de inmigración. Para ello, transportaron las cruces hasta las fronteras exteriores de la Unión Europea en Bulgaria y Grecia y, una vez allí, las instalaron en las vallas.
Días antes los activistas habían viajado hasta Melilla con unas cruces parecidas para fotografiar con ellas a las persnoas de origen subsaharianos que aguardan la oportunidad de saltar la valla. En el canal de YouTube de ZpS, varios de estos emigrantes, ofrecen su testimonio y llaman la atención sobre su problema.
Uno de los miembros del ZpS, Rainer Süssmuth, apunta en una entrevista al junge Welt la evidente contradicción que supone celebrar la caída del Muro de Berlín con una ceremonia que ha costado más de un millón de euros al erario público mientras los mismos políticos que públicamente se congratulan por la caída de aquel muro financian y apoyan la construcción de otros tantos.
“En los últimos años han muerto ahogadas, por sed u otras causas unas 30.000 personas”, comenta Süssmuth (en sus 28 años de existencia, murieron unas 200 personas al intentar cruzar el Muro de Berlín, según la cifra de víctimas más elevada). Mientras tanto, continúa, “en los últimos siete años la UE ha invertido más de 2.000 millones de euros en la construcción de estas instalaciones con dinero de los contribuyentes, un dinero que tendría que haberse destinado a mejorar la recepción de los refugiados”.
¿Una provocación? Sin duda, pero como escribe Martin Kaul en las páginas del tageszeitung, “hacía falta una provocación para que la ceremonia cultural del teatro del recuerdo alemán que volverá a representarse en los próximos días no se convirtiese en un olvido consciente”.
Esta acción no ha sido meramente simbólica, ni se ha circunscrito al ámbito de lo puramente artístico. Tras llamar la atención de los medios, ZpS puso en marcha una campaña de micromecenazgo para financiar un viaje hasta una de las fronteras comunitarias en Bulgaria -el lugar se mantuvo en secreto hasta el último momento por motivos de seguridad- y cortar allí con tenazas y otros instrumentos las verjas de las fronteras, en una acción que el semanario Der Spiegel ha descrito como “arte paramilitar contra la política paramilitar.” La meta del colectivo artístico era recaudar 5.900 euros.
En el momento de escribir estas líneas, llevaban conseguidos ya más de 37.400. Unos 100 voluntarios participaron en esta acción de protesta, bautizada como “la primera caída del muro de Europa”. Pese a todo, la acción no pudo llevarse finalmente a cabo. Tras un azaroso viaje, los activistas se encontraron con la policía antidisturbios y el jefe de la policía de fronteras esperándoles en Yambol, a escasos kilómetros de la frontera con Turquía. El convoy no tuvo más remedio que dar la vuelta y regresar a Berlín.
La acción del ZpS ha provocado, además de una investigación policial, la previsible indignación de la mayoría de políticos del arco parlamentario alemán. Uno de los pocos diarios que preguntó a los familiares de las víctimas fue el Taz. Concretamente a Jürgen Hannemann, cuyo hermano, Axel, perdió la vida cuando trataba de cruzar el Spree a nado el 5 de junio de 1962, abatido por los disparos de los guardias de frontera de la RDA. Suyo es uno de los nombres que figuraban en las cruces instaladas a pocos metros del lugar donde murió. “Puedo entender que se utilicen todas las oportunidades que existen para llamar la atención sobre el sufrimiento en las fronteras de la Unión Europea”, declaró Hannemann.