Hace cuarenta años, Justina Cerrano trabajaba como curandera para sus vecinos de Vencedor, una comunidad shipiba del río Pisqui, en la Amazonia peruana. Hoy, Cerrano es el alma del Centro Espiritual Arkana, un establecimiento especializado cercano a la ciudad de Iquitos, meca internacional del chamanismo ayahuasquero, en el que “la maestra” oficia ceremonias para visitantes extranjeros. La noche anterior tomó ayahuasca con una veintena de estadounidenses, eslovenos, holandeses o tailandeses, y entonó cantos hasta la madrugada. Está cansada, pero satisfecha, por el agradecimiento que recibe, y por el salario: “Me alegra ganar ese dinero trabajando con la ayahuasca. Lo hago por mi familia”.
La ayahuasca es un amargo brebaje de propiedades alucinógenas que resulta de la cocción de una liana del mismo nombre y otras plantas, cuyo posible potencial terapéutico la ha convertido en objeto de un sorprendente fenómeno. De acuerdo con un reciente estudio del International Center for Ethnobotanical Education, Research and Science (ICEERS), una fundación que promueve el consumo responsable de la ayahuasca en contextos occidentales, en 2019 funcionaban en la Amazonia (especialmente en Perú) y Costa Rica 232 establecimientos turísticos especializados que recibieron, solo en ese año, a más de 60.000 personas, para un negocio cercano a los 60 millones de dólares. Pero este turismo sería solo una minúscula parte del panorama. Según ICEERS, a día de hoy, más de cuatro millones de personas han probado la ayahuasca en todo el mundo, y solo el 10% pertenecerían a pueblos indígenas amazónicos.
“Ayahuasca” es el nombre que se le da tanto a la liana de la planta Banisteriopsis caapi, como al líquido resultante de su decocción con otra, Psychotria viridis. Contiene DMT, un componente alucinógeno que figura como fiscalizada en el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de la ONU, de 1971 y, por tanto, en la mayoría de legislaciones sobre drogas. Pero la ayahuasca, como otras plantas psicoactivas, no está sujeta a control internacional y queda en un limbo legal en el que no se le considera oficialmente una droga. La DMT sintética o extraída sí está prohibida, pero no ninguna planta que la contenga. No se conoce ninguna sentencia en España por ayahuasca , no obstante, sí se han desarrollado varias operaciones policiales para desarticular grupos que suministraban esta sustancia con ánimo de lucro.
El oficio
Lejos de este debate legal queda la comunidad shipiba de Vencedor, donde la maestra Cerrano nació hace 65 años y donde, cuando no está en Arkana, sigue viviendo. Es la única curandera de este pueblo de 300 personas, y la más reputada de la región. Mientras permanece en Vencedor, un flujo incesante de enfermos llega desde localidades vecinas. “No puedo negarme cuando vienen pacientes, he aprendido para ayudar”, dice Justina. Los acoge en su casa, siempre concurrida, y asume, por vocación, el tratamiento a base de remedios vegetales. La paga, escasa: “A quienes son de mi cultura shipiba, yo cobro la voluntad”, explica. “Si son mestizos, les cobro según el trabajo”.
El rol que especialistas como Justina Cerrano desempeñan en la atención primaria en salud dentro de sus comunidades es clave: “Las medicinas tradicionales de calidad, seguridad y eficacia comprobada”, explica el documento Estrategia de la OMS sobre medicina tradicional 2014-2023, “constituyen para muchos millones de personas la principal fuente de atención sanitaria, y a veces la única”. En Vencedor, el puesto médico, recientemente inaugurado, permanece cerrado parte del año, sin profesionales y sin medicamentos.
Ródano Vega, jefe de la comunidad, denuncia el “olvido” en el que están los pueblos del Pisqui. Entre sus reivindicaciones resalta el mal estado de la institución educativa. “Nuestros niños tienen los mismos derechos que los niños de la ciudad a tener una buena escuela”, denuncia mientras muestra una construcción de tablas ya podridas. “Nuestros hijos podrían hacerse daño aquí, estamos preocupados”. La importancia que los shipibos conceden a la educación es reveladora: a nadie se le escapa que la integración en la economía de mercado es inexorable y que el estudio es imprescindible para afrontarla con éxito.
El negocio de la ayahuasca
El chamanismo ayahuasquero es el único conocimiento propio que ha permitido a los indígenas de la Amazonia adquirir una posición económica privilegiada. La maestra Justina explica que su objetivo es que sus hijos y nietos sean “profesionales” y, de esa manera, “no sufran”. La tradición matriarcal del pueblo shipibo se manifiesta en esta notable mujer: madre y abuela, cocinera y cuidadora, proveedora de dinero y mentora de su marido, hijos, sobrinos y yernos. A todos les enseñó sus remedios naturales y ahora la acompañan en Arkana, disfrutando asimismo de un buen salario.
Esta prosperidad sería imposible sin el concurso del mexicano José Sáenz, fundador del Centro Espiritual Arkana. Sáenz, 50 años, estudió un MBA en Harvard y trabajó durante años en México en el sector hotelero, hasta que sufrió un colapso depresivo en 2013. Viajó a Iquitos para probar la ayahuasca: “Fue una experiencia llena de sanación”, recuerda. Impulsado por su experiencia, en 2016 abrió en las cercanías de Iquitos Arkana, “un centro de sanación que utiliza medicinas naturales, donde la gente viene para tratar las afecciones del mundo cotidiano: depresión, ansiedad, adicciones, traumas, abuso sexual, algunos también vienen buscando una guía en su vida”. Posteriormente, animado por el éxito de su propuesta, Sáenz abrió un segundo centro en Cuzco y otro en México.
Riesgos
El coste del retiro de una semana en el Arkana de Amazonas es de 2.280 dólares, elevado en comparación a la media. Según Sáenz, sirve para garantizar unos estándares altos de seguridad, algo imprescindible dado que la ayahuasca desencadena una potente reacción fisiológica y psicológica. Aunque los investigadores la consideran una sustancia segura si la consumen personas sanas, se han detectado ciertos riesgos y contraindicaciones. Se desaconseja su uso a personas con problemas cardiovasculares y con enfermedades mentales como trastorno bipolar, esquizofrenia o trastorno límite de la personalidad; también a quien está consumiendo antidepresivos.
Además, la ayahuasca puede revelar experiencias traumáticas del pasado; si estas no son integradas correctamente podrían agravar el problema. Otro riesgo importante procede de las condiciones en que se consume. En los últimos años se han producido varias muertes en centros de retiro de la Amazonia, como la del joven neozelandés Matthew Dawson-Clarke, fatalmente intoxicado por una infusión de tabaco, cuya evacuación se postergó fatalmente durante horas; o la del británico Unai Gomes, que sufrió un brote psicótico y atacó a uno de sus compañeros de retiro quien acabó con su vida en defensa propia. Para evitar estos sucesos, Arkana asegura contar con un proceso de admisión para constatar que los clientes no padecen problemas cardiovasculares, esquizofrenia o trastorno bipolar, y no consumen medicamentos contraindicados. Las ceremonias se realizan en un espacio controlado por varios facilitadores y personal de seguridad. Tras el retiro, los participantes disponen de un servicio de integración psicológica cuando regresan a casa.
Los vecinos de Libertad, comunidad aledaña a Arkana, también se benefician. “Una bendición”, afirma el comunero Daniel Panduro, contratado como jefe de seguridad. Anteriormente, era pescador: “Quince años atrás agarrábamos 40 kilos de pescado por noche. En los últimos tiempos, solo cinco”. El 70% de las familias de Libertad han dejado de explotar el bosque para atender turistas en condiciones laborales poco comunes en la selva peruana. “Muchas personas comenzaron a arreglar su vivienda, a comprarse algunas cosas como motores. Nuestra condición de vida mejoró”, añade el hombre.
Renacimiento psicodélico
El éxito de la maestra Justina nace en el contexto del “renacimiento psicodélico”: un cambio de paradigma en la psiquiatría que apunta al uso de lo que antiguamente se denominaban “alucinógenos”. El año pasado, Australia fue el primer país del mundo que permitió recetar MDMA para casos de estrés postraumático, y psilocibina, principio activo presente en los “hongos mágicos”, para la depresión.
En 2019, el doctor en Neurología Draulio Barros de Araujo, del Brain Institute de Brasil, documentó los efectos antidepresivos de la ayahuasca en ensayos clínicos, la más contundente de las muchas investigaciones que señalan el potencial de esta medicina vegetal, ya sea para la ansiedad, las adicciones o los procesos de duelo.
Una ceremonia
A lo largo de una semana de retiro en Arkana, se toma ayahuasca cuatro veces. Por la noche, en la maloca, se hace un silencio grave, acentuado por los sonidos de la selva circundante. Los participantes ingieren la amarga ayahuasca, dibujan una mueca de repugnancia y se retiran a sus colchonetas, donde aguardan el efecto. Se apaga la tenue luz y es entonces cuando surge el carisma de Justina Cerrano, que conduce la ceremonia a través de sus bellos cantos, secundada por sus hijos, yerno y sobrino. Una sinfonía que, según los chamanes, modula la experiencia de los participantes y constituye “la medicina”, algo difícilmente constatable en un laboratorio. En breve, se escuchará el primer vómito y poco después alguien tendrá que ser acompañado al baño por los facilitadores; no en vano la ayahuasca es conocida en la región por el gráfico nombre de “la purga”. Con frecuencia, la experiencia resulta dura física y emocionalmente.
Pasada la medianoche, cuando concluye la ceremonia, la luz desvela caras de asombro, entusiasmo o consternación. Meses después, procesada la experiencia, Matthew, un fontanero canadiense de 39 años, que arrastraba depresión y ansiedad desde la muerte de su madre, describe su experiencia como “muy dura”, pero señala que “la ansiedad ha desparecido y también la tristeza”. Su hermana Danielle, directora financiera de 41 años, describe una transformación vital: “Por primera vez en mi vida, sentí mi cabeza ligera y mi alma feliz. La última ceremonia fue la noche más bella de mi vida”.
El perfil socioeconómico de los participantes en el retiro de Arkana, profesionales en su madurez, concuerda con los datos recogidos por la Global Survey of Ayahuasca Drinking, una encuesta liderada por la Universidad de Melbourne, que entrevistó a 11.000 consumidores de ayahuasca de todo el mundo. Según esta encuesta, la edad media de inicio en el consumo es de 30 años, y dos de cada tres personas que toman tienen un grado o un posgrado universitario, al tiempo que ocupan cargos directivos o desempeñan profesiones liberales. Además, el 94% lo toma en contextos rituales, bajo la guía de un especialista. El 69,9% de los participantes afirmaron haber sufrido efectos adversos, siendo los más habituales dolor abdominal (12,8%), dolor de cabeza (17,8%) y, sobre todo, vómito y náuseas, que reportaron siete de cada 10 participantes. Finalmente, el 2,3% de los encuestados recibió asistencia médica.
Tensiones extractivas
La mercantilización de la ayahuasca ha permitido a Matthew aliviar sus problemas de depresión, al tiempo que ha mejorado la situación económica de numerosas familias amazónicas, pero también enseña los dientes: para que 800.000 personas de todo el mundo tomaran ayahuasca en 2019, como señala el informe de ICEERS, fue necesario cosechar una liana que, aunque puede ser plantada, normalmente es recolectada del bosque. Las poblaciones de Banisteriopsis caapi, nombre científico de la ayahuasca, se están resintiendo: la liana comienza a escasear y el precio se ha disparado.
“Antes había ayahuasca cerca de mi casa”, recuerda la maestra Justina, “pero hoy hay que ir cada vez más lejos para conseguirla”. La sobreexplotación de la liana constituye una amenaza más a la biodiversidad del bosque amazónico, e interpela directamente a quienes se benefician con su comercio. La respuesta de José Sáenz ha sido un acuerdo de colaboración con la comunidad de Vencedor: los vecinos han plantado 50 hectáreas de ayahuasca a cambio de salarios, un bote con motor, herramientas diversas y la antena de Starlink que hoy les permite comunicarse con familiares distantes. Para Ródano Vega, jefe de la comunidad, “gracias a nuestra maestra Justina, que tiene esos conocimientos de las plantas medicinales, están llegando todos estos beneficios a la comunidad”.
La matriarca shipiba Justina Cerrano comparte hoy, con orgullo, un conocimiento médico que antaño era relegado a las categorías de superstición o ignorancia. Ha viajado a varios países, su vida y sus cantos están en Spotify o YouTube y, de la manera más inopinada, ha conseguido una fuente de ingresos que permite a su extensa familia afrontar el reto que supone para los pueblos amazónicos la integración en la economía de mercado. En medio de esta vorágine, se muestra inalterable y confiada, y en las noches de ceremonia, como hacían sus abuelos, conjura a los espíritus de la selva en busca de salud y bienestar.
* Este reportaje fue producido con apoyo del Amazon Rainforest Journalism Fund en colaboración con el Pulitzer Center.