Dajla: un lugar nacido para desaparecer

Muna nació hace 9 años en un lugar creado en 1975 con la esperanza de la desaparición de la vida que alberga, de la retirada de las miles de jaimas y casas de adobe extendidas a lo largo del sofocante espacio desértico cedido por Argelia, enemigo histórico de Marruecos, estado que ocupó de forma ilegal la antigua colonia española del Sáhara Occidental. Aquí, en Dajla, le dicen que debe esperar hasta volver algún día a su desconocida tierra. Como también le enseñaron a Chibla, su tía, de 28 años, quien tampoco ha pisado nunca el país del que tanto hablan. Viven por y para regresar, se quedan para irse.

Balla sí vivió en Sáhara Occidental como también sufrió el exilio y aguanta ahora la espera. Las marcas físicas de la huida se esconden entre una de sus muchas melfas, las largas telas que lucen las mujeres saharahuis con elegancia. Nos las muestra: su muñeca y su espalda mantienen las señales de las quemaduras producidas en 1976 durante los bombardeos de fósforo blanco y napalm sobre los campamentos de Tifariti, Guelta Zemur y Umdreiga, obligando a la población a partir hacia un lugar seguro, dejar su país, llegar a la nada y comenzar a construir una especie de vida en formato temporal. Dos de sus hijos, uno de 8 y otro de 13, murieron en el camino.

Ahora lo recuerda resignada, sentada en una colorida e impoluta jaima junto a tres de sus ocho hijos y cuatro de sus nietos. Acostumbrada a vivir en un asentamiento “provisional”, como la mayoría de los saharuis, continúa apareciendo la rabia encorsetada de la marcha obligada. “Antes, en el Sáhara teníamos duchas normales”, se apresura a decir, mientras enseña a los visitantes que acoge durante el FiSahara el método empleado para lavarse en los campamentos: un antiguo bote de plástico de Nocilla ayuda a repartir el agua por el cuerpo y evitar derroches, en un lugar donde cada semana llega una cantidad limitada a cada jaima a través de unas largas mangueras amarillas que atraviesan cada daira -barrio- y llenan un pequeño tanque que deben saber distribuir. Aunque, según el delegado del Sáhara en España, en el campamento de Dajla “no existen problemas de abastecimiento”, es un recurso limitado. “Nos han enseñado que debemos esperar por todo, hasta el por el agua. Si no nos la traen nos morimos de sed. Esto ha de cambiar, tenemos que ser autosuficientes”, criticaba una de las portavoces de la Unión Nacional de Mujeres Saharuis.

Pendientes de los recortes españoles

Su subsistencia depende de la ayuda internacional y, en gran parte, de una política de cooperación española cada vez más mermada. Tijeretazos aquí, efectos claros allí. “La mayoría de la ayuda de España llega descentralizada, a través de las diferentes comunidades autónomas, cuya reducción ha alcanzado el 60%”, explica a eldiario.es el ministro de Cooperación saharaui, Brahim Mottar. Unos recortes que pesan en la educación, la salud o la alimentación de las miles de personas que viven en los campos de refugiados. “En dos años no hemos podido rehabilitar ninguna escuela”, añade.

Las tasas de desnutrición son elevadas entre los niños menores de 5 años, según ACNUR. El 7,9% de estos padecen desnutrición aguda global -un 1,3%, graves- y el 27,9% del mismo grupo la sufren de forma crónica, como desglosa la última encuesta nutricional del Programa Mundial de Alimentos y el Alto Comisionado. “La única proteína animal que está asegurada es una lata de caballa por persona. No hay hierro, no hay calcio... y, ¿qué pasa? La anemia se dispara”, continúa el ministro. La anemia en embarazadas alcanza ya el 56%, según sus cifras.

La salud no queda airosa de la crisis española. Desde hace dos años, los refugiados saharauis con hipertensión y diabetes carecen de medicinas dentro de los campamentos, según Mottar. Deben comprar su tratamiento en Tindouf, a unos 150 kilómetros y 4 horas en coche de Dajla, si tienen recursos para ello. “Hace dos años estaban garantizados, venían de España, sobre todo de la Comunidad de Madrid”. Muchos de los afectados acaban recurriendo a la medicina tradicional.

Cada wilaya -campo de refugiados- cuenta con un dispensario -el equivalente a un centro de salud muy limitado- y con un hospital. En el Hospital de Dajla no se realizan operaciones ni partos por cesárea. “Si un parto se complica y es necesaria, la mujer debe ser trasladada a Rabuni -a dos horas de distancia en coche-”, explica el único médico del centro, Mohamed Salem.

Mientras los saharauis sobreviven un día más en estas circunstancias, el discurso de las autoridades de la República Árabe Saharaui Democrática habla de intereses. “No hay caridad en todo esto, sino intereses. Esos que nos llevaron a esta situación, pero también podrían terminarla”, afirma un representante del Frente Polisario. “Con la posición del Gobierno de Francia hay perspectivas de mejora: lo que ha podido sacar de Marruecos, ya lo ha sacado”, sentencia con una afirmación que choca con el reciente veto francés que impidió el control de los derechos humanos por parte de la ONU en las zonas ocupadas por el estado alauí, junto con la negativa de Rusia y España. La RASD pide paciencia y casi confianza en los intereses que les perpetuaron en un éxodo interminable. Una paciencia que empieza a agotarse sobre todo entre los movimientos juveniles saharauis, que comienzan a presionar al Frente Polisario.

Cada vez es mayor la primera generación saharaui que nació exiliada. Cada vez son más los refugiados que desconocen la tierra por la que resisten. Personas que sobreviven en la escasez del desierto por un país que extrañan sin haberlo pisado. Muchos estudian en el exterior y vuelven, a la espera de que algo ocurra mientras nunca pasa nada. Dajla existe para dejar de existir, pero todo parece permanecer.

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Nota: Esta cobertura de eldiario.es en el Sáhara es posible por la invitación de FiSahara. La organización del festival corrió con los gastos del viaje.