Al llegar a casa, todo el mundo estaba durmiendo, excepto su mujer. “No le conté nada de la deportación. Me fui a dormir directamente”. Durante ese día de 2006 en que volvió a Senegal tras no conseguir prosperar en Europa, Moustapha Diouf no quería salir de la habitación. “Sentía vergüenza”.
Moustapha Diouf abandonó Thiaroye sur Mer –comuna perteneciente a Thiaroye, una localidad situada en la periferia de Dakar– en dirección a Europa en un cayuco por 300.000 CFA, algo menos de 500 euros, una pequeña fortuna, a causa del descenso de recursos pesqueros en la costa senegalesa allá por 2004. Diouf fue pionero en hacer uso de la 'Vía Canaria' para alcanzar territorio español. El recorrido migratorio vivió su máximo apogeo entre 2005 y 2006, momento en que España y Senegal firmaron un acuerdo que reforzó la protección en el Atlántico y obligó a las personas que querían irse del país a hacerlo por otras vías, como cruzando el desierto.
Decenas de embarcaciones de colores descansan en la costa de Thiaroye Sur Mer. Pegadas las unas a las otras, no dejan prácticamente espacio para los jóvenes, que revolotean alrededor de ellas mientras las pintan o reparan sus redes de pesca. Algunos de los cayucos están hundidos en la arena, como ballenas varadas. Se mueven mucho menos que antes. El flujo de salidas años atrás era constante, ya fuese para faenar o para emprender un arriesgado viaje hacia las Islas Canarias.
Diouf rememora desde la azotea de su casa, desde donde se divisa toda la línea de costa, los motivos de su viaje y las penurias del mismo, así como las innumerables pérdidas de paisanos en el intenso azul del océano. “Yo era el responsable de alimentar a mis hijos y a mis padres. Y el trabajo de pescador aquí ya no daba dinero. No podíamos competir con los barcos europeos, que tenían más maquinaria que la nuestra”, describe Diouf, rodeado por su familia, y bajo una boina que le protege de un sol naranja que marca el fin del día.
El viaje hasta las Canarias fue el segundo de Diouf, que antes había probado suerte por Marruecos. Una vez alcanzó suelo español, pasó 45 días en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), hasta que fue deportado. “El ministro de exterior senegalés negoció con el gobierno español la expulsión de los inmigrantes irregulares. Una expulsión injusta para mí. Porque les dieron dinero para que aceptaran nuestra expulsión a Senegal. Podemos decir que nos vendieron como si fuéramos animales”, critica. Diouf regresó de manera forzada. Muchos de sus compañeros, no. Habían muerto en el mar. “Entre 2004 y 2007, cada día había funerales”. Ahora, agradece a Dios la fortuna de estar vivo pero también explica las duras consecuencias del fracaso tras no alcanzar prosperar en Europa.
El estigma de volver
Diouf utiliza un lema de la lucha senegalesa, el primer deporte del país por delante del fútbol, para resumir sus sensaciones al volver a Senegal: “‘Nuestra lucha es un juego, cuando pierdes es una vergüenza’. Esto era lo que me pasaba. Cada día pensaba en volver a hacer el viaje”, explica.
La situación de Diouf no es aislada. Las personas que prueban una migración y son deportadas no sólo acarrean las consecuencias psicológicas de sus viajes, sino también de la convivencia de nuevo con un entorno que había depositado en el periplo sus esperanzas de mejor. “Las consecuencias psicológicas son múltiples: sentimiento de culpabilidad, vergüenza e incapacidad de sentirse bien dentro de su familia y entorno”, apunta Aminata Assis, terapeuta en el proyecto House of Hope, una organización evangélica alemana que da apoyo psicológico a los migrantes.
“Con las deportaciones, aumentan las posibilidades de padecer estrés traumático”, señala. En House of Hope tratan alrededor de 35 a 40 personas. La mayor parte, hombres. Y la mayoría de su actividad está centrada en Dakar, pero buscan más recursos para extender sus servicios a otras regiones.
Carecer de medios
Diouf jamás recibió ayuda de ninguna entidad. Es por ello que terminó creando una propia el año 2007, la Association des Jeunes Rapatriés. Un paraguas para los muchos migrantes senegaleses que, como él, son retornados sin recursos. Diouf volvió a Senegal, denuncia, con un bocadillo y 10.000 CFA (15 euros) que no le dieron siquiera para salvar en taxi los dieciséis kilómetros entre el aeropuerto de Dakar y Thiaroye sur Mer.
“Nos prometieron ayudas para proyectos sociales, pero hasta ahora no ha habido ninguna”, dicta Diouf, que realizó su viaje cuando rondaba los 40 años, algo poco común en la región, donde son los jóvenes los que se marchan más pronto. La labor de Diouf se ha ido expandiendo en la región con la ayuda de otros deportados, como en el caso de Pap Dibi Ndaw.
“Aquí no hay trabajo, madrugas y madrugas y luego, durante el dia, no hay nada que hacer. Te toca volver con los bolsillos vacíos a casa, donde te esperan niños y familiares... Y no llega para todos”, alerta Ndaw. Él se embarcó en un viaje a España por mar que tuvo múltiples problemas. Su patera volcó. De 120 personas, sólo alcanzaron territorio español quince. Estuvo ocho días en las Palmas, hasta que fue deportado. “Al despertar te suben a un coche, de ahí al avión y te tiran en Dakar”.
Diouf y Ndaw critican el destino para los jóvenes de la región: no quiere que su misma realidad la vivan los niños del pueblo, que se cuelan en la conversación con fuertes balonazos a las paredes. También denuncian la dejadez institucional en Thiaroye sur Mer. Y que no sólo afecta a la falta de trabajo: el pueblo vive constantes inundaciones por la lluvia. Las casas están pegadas al mar y las calles, estrechas, desiguales y cubiertas de arena, componen un laberinto imposible de resolver sin guía local.
“Si nos das un proyecto sólido que sustituya las ganas de migrar, los chavales no viajarán. Quiero un proyecto para formar a los jóvenes a los que les voy enseñando la profesión”, sostiene Ndaw, fontanero de profesión.
“Queremos crear conciencia para que todo el mundo entienda y luche por nuestros derechos y libertades. No puede ser que nos nieguen un visado y cuando una persona europea quiere venir aquí lo haga sin problema. La emigración clandestina es muy peligrosa. Necesitamos más financiación para sacar adelante nuestros proyectos: entre 2018 y 2019 hemos formado más de 50 personas, todas jóvenes, con la ayuda de Cáritas. Costureros, manipuladores de cereales… Ninguno de los 350 miembros de nuestra asociación ha recibido ayuda por parte del gobierno senegalés. Todos los gastos las tenemos que cubrir nosotros, con nuestro dinero”, zanja Diouf.
Este reportaje forma parte del proyecto 'Deportaciones', del centro Irídia, que ha recibido el apoyo de la Beca DevReporter 2019, impulsada con financiación del proyecto Frame, Voice, Report! de la Unión Europea, el Ayuntamiento de Barcelona y la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo.