Pese a ser una tierra rica en recursos, en Tambacounda escasea el empleo. Sus habitantes buscan la salida por la falta de oportunidades, azuzados por la elevada tasa de paro que la región arrastra desde hace años. Y a ellos se han sumado otros cientos que no han visto en Tambacounda un lugar donde echar raíces sino un sitio desde el que también huir del país. Tambacounda es una tierra de paso.
La región más grande de Senegal tiene frontera con cuatro estados distintos: Mauritania, Mali, Guinea y Gambia. Se ha convertido, por lo tanto, en un trampolín de la migración. En la principal puerta de salida de Senegal. Es también una de las principales regiones donde retornan las personas deportadas desde Europa o incluso desde el norte del continente africano.
El aumento del control marítimo para evitar el viaje entre la costa senegalesa y las islas Canarias provocó un cambio de estrategia entre los migrantes. “Hace siete u ocho años que la ruta central hacia el Mediterráneo es la opción preferida por los migrantes; el número tan importante de personas que optan por esta ruta se debe a varias razones. La principal, el intercambio de información con amigos o conocidos que ya la han tomado”, explica Lia Poggio, de la oficina regional de la Organización Internacional por las Migraciones (OIM) en Senegal. Esa ruta central, por el desierto y hacia el Mediterráneo, tiene su puerta de salida en Tambacounda.
En el acompañamiento que hacen a migrantes que regresan a Senegal, la OIM, vinculada a Naciones Unidas, empezó a constatar desde 2017 que la mayoría de migrantes que acogían en su llegada a Dakar tenían como destino final las regiones de Kolda y Tambacounda, ambas situadas al sureste del país. Es decir, las personas habían iniciado ahí su periplo migratorio.
Las cifras justifican el abandono de Tambacounda. En 2018 el 60% de la población de la región vivía en la pobreza y la tasa del paro era del 36,5%. “En Tambacounda hay oro, hierro, tierras, agua. La gente quiere trabajar la tierra, pero si no tienes los medios o no tienes la tierra, no lo puedes hacer”, denuncia Cheick Fall que, a sus 37 años y tras haber intentado llegar a Europa en dos ocasiones, ahora es el presidente de una Asociación Regional de Migrantes de Retorno creada el pasado mes de abril.
Fall decidió irse de Tambacounda, como la mayoría de los suyos, porque no había trabajo. “A Europa todos le llamamos El Dorado, porque tenemos amigos que se han ido y han podido permitirse construir una casa aquí y sostener a su familia”, explica. En 2009 llegó hasta Marruecos y tomó una barca en Tánger para intentar llegar a España, pero los interceptó la policía marroquí. En 2015 volvió a intentarlo desde Libia, para llegar a Italia, pero la travesía resultó también sin éxito.
Tras la intensificación de los controles en la ruta marítima desde el año 2007, tras los acuerdos entre Senegal y España a causa de la apodada “Crisis de los cayucos”, los migrantes apuestan ahora por la ruta del desierto, mucho más peligrosa. Tambacounda suele ser la última parada en Senegal, con destino a Agadez, en Níger, desde donde intentan llegar a través del desierto a las costas de Argelia o Libia.
“La gente aquí tiene trabajo en el campo tres meses al año. Y prefiere morir antes que volver a esta vida”, cuenta Saraba Keita. Por eso él decidió irse en 2015. Fatou Diaby, también se fue con él: ella –relata, mirando continuamente hacia sus rodillas, con posado abatido– no se iba a quedar de brazos cruzados. Fue al encuentro de su marido a una parada de autobús el día que él se iba a Libia. El camino fue muy duro. Diaby estaba embarazada. “De noche, mientras duermes, vienen ladrones y te piden dinero, y si no tienes, se ponen agresivos, llegan a secuestrar o matar si es necesario”, recuerda, con su hija en brazos, que se escurre de sueño.
Cuando llegaron a Libia encontraron trabajo ayudando a una familia y optaron por quedarse allí. En Libia nació su hija, a la que llamaron Rania en homenaje a la dueña de la casa. Pero las cosas allí tampoco eran fáciles, y ante la grave situación de conflicto en el país, optaron por volver a sus casas. Diaby y Keita se acogieron a un programa de retorno voluntario de la OIM y se dedicaron a desandar lo andado. Aunque con menos riesgo, también fue difícil. “Estuvimos un mes alimentándonos de pan y café”, relata Diaby. Hoy viven en un pequeño pueblo, cerca de la frontera con Gambia, donde cultivan maíz y cacahuete.
En octubre de 2018, la OIM puso en marcha un centro en la ciudad de Tambacounda. En colaboración con el gobierno senegalés, y con financiación de la agencia de cooperación británica, el proyecto está destinado a una primera acogida a las personas que regresan. Se trata de un espacio con capacidad para 50 personas en el que los deportados pueden pasar 48 horas y recibir una primera atención psicosocial para facilitar su integración. Una vez en Senegal, trabajan con ONG locales, como La Lumière en Tambacounda, en proyectos de reinserción.
Ibrahima Ndaw, a sus 22 años, preside una asociación en Nguidiwol, uno de los pequeños pueblos de la región de Tambacounda, la que tiene menos densidad de población de Senegal. Con la ayuda de La Lumière han conseguido financiación para invertir en ganado. Él ha podido dedicarse a cultivar la tierra, la de Nguidiwol es zona productora de cacahuete, y se ha convertido en el campesino más productivo del pequeño pueblo. Por lo general, trabaja sólo sus campos; de vez en cuando cuenta con la ayuda de algún vecino del pueblo.
Ndaw se acogió al retorno voluntario tras un largo viaje, en el que, entre otras cosas, fue secuestrado durante tres meses en Libia. No es el único en Nguidiwol que ha pasado por esta situación. Su padre tuvo que vender una vaca, muy valiosa para la familia, para pagar su rescate, pero lo recibió con los brazos abiertos: el fracaso, término recurrente entre las historias de migraciones de regreso, en la migración quedó empañado por la alegría de haber recuperado a su hijo. Sin embargo, el joven campesino dice que sigue pasando vergüenza. “Sigo viendo a gente dispuesta a irse para ayudar a sus familias, y como no quiero volver a intentarlo, siento que la gente me menosprecia”.
Al igual que Ndaw, Diaby o Keita, entre junio de 2017 y junio de 2019, 4.090 personas regresaron a Senegal en el programa de retorno voluntario de la OIM, 544 a través del centro de Tambacounda. Sin embargo, la idea de retorno voluntario también recibe críticas por parte de algunos migrantes. “Muchos de los senegaleses que han vuelto de Libia fruto de la colaboración entre la OIM y el Estado de Senegal nos cuentan que no lo han hecho de forma voluntaria, que han sido forzados”, cuenta Moustapha Kebe, de Remidev, una red de entidades por la migración y el desarrollo.
La OIM hace patrullas en el desierto en Níger a la búsqueda de personas abandonadas por quienes las transportaban o por las autoridades que las deportaron. Sin embargo, como admiten los responsables del centro de acogida de Tambacounda, sólo rescatan a las personas que declaran querer volver a su país de origen.
Este reportaje forma parte del proyecto 'Deportaciones', del centro Irídia, que ha recibido el apoyo de la Beca DevReporter 2019, impulsada con financiación del proyecto Frame, Voice, Report! de la Unión Europea, el Ayuntamiento de Barcelona y la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo.