La noche del pasado 15 de diciembre, Sombath Somphone volvía a su casa en Vientiane, siguiendo con su 4x4 al coche en el que conducía su esposa, Shui-meng Ng. Ella se adelantó y le perdió de vista, llegó a su casa y se quedó esperando a su marido durante horas. Al día siguiente, Shui-meng Ng fue a varios hospitales y finalmente a la policía, donde le mostraron un video tomado por una cámara de seguridad en el que se podía ver a su marido detenerse en un control de la policía, a otro coche acercarse, a Sombath entrando en él y a unos hombres llegando en moto y llevándose su vehículo. Sombath no ha vuelto a aparecer desde entonces.
Sombath Somphone, a sus sesenta años probablemente el activista más célebre de Laos, es el fundador del Centro de Entrenamiento para el Desarrollo Participativo (PADECT), una organización no gubernamental local dedicada a promover un desarrollo democrático y sostenible de las comunidades rurales laosianas que combine la modernidad con las tradiciones del país, los valores de la religión budista y el respeto al medio ambiente.
Este pequeño país de unos seis millones y medio de habitantes rara vez aparece en los periódicos. En España probablemente muchos lo recuerden únicamente por ser el refugio elegido por Luis Roldán en su huida de la justicia española. Pero la desaparición del activista ha vuelto a poner a Laos en el mapa en cierta medida y muchos medios internacionales se han hecho eco del suceso. Tanto el Gobierno como la policía sostienen que desconocen el paradero de Sombath, niegan tener responsabilidad alguna en el asunto y no han iniciado ninguna investigación sobre el asunto.
La desaparición de Sombath ha puesto de manifiesto la falta de libertad política y de expresión que impera en el país asiático, gobernado por un partido de raigambre comunista, el Pathet Lao, desde 1975. El activista había logrado mantener unas relaciones amistosas con el régimen hasta que en noviembre se celebró una cumbre de líderes europeos y asiáticos en Vientiane. De forma paralela, el Gobierno permitió que se celebrara un foro de organizaciones de la sociedad civil que Sombath presidió y en el que pronunció el discurso inaugural. Los invitados aprovecharon para hablar del gran problema que aflige a las comunidades rurales laosianas: las expulsiones de miles de campesinos de sus tierras para dar paso a grandes empresas agrícolas y proyectos hidrológicos. Ahora, muchos argumentan que su desaparición está relacionada con aquel foro en el que se dijeron y denunciaron más cosas de las que hubiera deseado el régimen.
Expulsados de sus tierras en aras del progreso
Pese a ser uno de los pocos países que quedan en el mundo que siguen autodenominándose comunistas, Laos, al igual que los vecinos China o Vietnam, lleva años embarcado en un proceso para adoptar una economía de mercado, que en este caso comenzó en los años. La apertura económica ha generado uno de los crecimientos, en términos macroeconómicos, más rápidos de la región en los últimos años. Pero la bonanza económica no ha beneficiado a todos por igual y, de hecho, ha supuesto la desposesión de centenares de miles de agricultores, a los que se ha expulsado de sus tierras sin compensación ni explicación alguna para otorgárselas a grandes empresas deseosas de explotar la abundancia de tierras cultivables y mano de obra barata.
Es difícil saber con exactitud las cifras exactas en un país con un Estado tan hermético como Laos, pero según Global Witness, al menos 1,1 millón de hectáreas de tierra han sido adjudicadas a esas concesiones, y el Gobierno ha concedido al menos 3,6 millones de hectáreas a grandes explotaciones agrícolas. En un país en el que el 80 por ciento de sus habitantes son agricultores que dependen de pequeñas granjas para su subsistencia, el impacto sobre una gran parte de la población es devastador: muchos se halan expulsados de sus tierras y despojados de sus medios de vida prácticamente de la noche a la mañana en nombre de un progreso económico que solo beneficia a una pequeña elite bien relacionada.
Laos ha estado históricamente a la sombra de su vecino del norte, China, y, sobre todo, del “gran hermano” del oeste, Vietnam. El Pathet Lao ha dependido desde su fundación del Partido Comunista de Vietnam. Ahora que el capitalismo está sustituyendo al comunismo como modelo económico, la mayoría de esas empresas son chinas y vietnamitas, dos países que están experimentando un espectacular (y desigual) crecimiento económico. Pero no solo las empresas de los países vecinos se benefician de la desposesión. El Deutsche Bank, por ejemplo, también está involucrado: la revista alemana Der Spiegel reveló recientemente que un fondo gestionado por una subsidiaria suya está invirtiendo en una de las mayores empresas vietnamitas, Hoang Anh Gia Lai (HAGL), que posee plantaciones de caucho en terrenos expropiados a miles de pequeños agricultores. El Banco Mundial a través de otra subsidiaria, también tiene inversiones vinculadas a HAGL.
El desarrollo también tiene un impacto ecológico. Grupos ecologistas y expertos en medio ambiente han advertido que grandes proyectos hidráulicos como la presa de Xayaburi, en el río Mekong, tendrán unas repercusiones potencialmente desastrosas para el medio ambiente laosiano y del resto de la región. El 95 por ciento de la electricidad que produzca la presa será vendida a Tailandia.
Mientras tanto, quienes se atreven a proponer otro modelo de desarrollo económico y a defender los intereses de quienes se ven desposeídos por un desarrollo económico rapaz e irresponsable, como Sombath Somphone, se arriesgan a desaparecer sin dejar rastro a manos de un aparato de Gobierno que pone métodos estalinistas al servicio del capitalismo y el “libre mercado”.